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miércoles, 31 de enero de 2007

El asesinato de Julio César

Cayo Julio César es, para mí, una de las figuras más fascinantes de la Historia. Su vida está envuelta en un halo de leyenda. Y su muerte, que tuvo lugar en el año 44 antes de Cristo, también.
Después de la guerra de las Galias, César se vio inmerso en una guerra civil con su ex yerno Gneo Pompeyo Magno. Lo derrotó en Farsalia, Grecia, y lo obligó a huir a Egipto, donde fue asesinado. Después de vencer en África y España a los últimos partidarios de Pompeyo, regresó a Roma como dictador. Pero había un grupo de nobles que planeaban su muerte. Casi todos habían apoyado a Pompeyo durante la guerra civil y habían sido perdonados por César.
La conjura estaba encabezada por Marco Junio Bruto, por su cuñado Cayo Casio y por su primo Décimo Bruto. Bruto es un personaje tan polémico como el propio César. Era hijo de Servilia, una de las amantes del dictador, pero su tío y tutor había sido Catón el Joven, el peor enemigo de César tanto antes como durante la guerra civil. Su odio hacia César lo llevó a apoyar a Pompeyo y a suicidarse tras la derrota para no caer en sus manos, pese a que César le había prometido perdonarle la vida. Bruto también se puso de parte de Pompeyo, pero decidió entregarse a César, que lo recibió con los brazos abiertos.
Se dice que tras la batalla de Farsalia, César, que sabía que Bruto había luchado en el ejército vencido, había recorrido el campo mirando uno por uno los cadáveres de los soldados, temiendo que uno de ellos fuera el del hijo de su querida Servilia. César incorporó a Bruto a su estado mayor y luego le dio importantes cargos públicos.
¿Por qué César sentía tanto cariño por el hombre que no sólo lo había combatido en el campo de batalla, sino que posteriormente sería uno de sus asesinos? Se cree que Bruto era en realidad hijo natural del dictador. Según Plutarco, cuando Bruto nació, su madre y César estaban en la mejor época de su romance. Yo tengo mis dudas, pero es indudable que César debió querer mucho a Bruto para perdonarle la vida y hacerle tantos favores.
Bruto fue convencido por su cuñado Casio de asesinar a César. Casio logró hacerle creer que César deseaba convertirse en rey de Roma, cosa que un republicano como Bruto no podía permitir. Lo cierto es que Bruto y sus cómplices no eran los únicos que creían que César quería ser rey. Su relación con la famosa reina Cleopatra de Egipto (él la trataba casi como a una segunda esposa ¿y quien es el esposo de una reina sino un rey?) y sus planes para invadir Partia le daban cierto crédito al rumor. Porque una profecía afirmaba que Partia sólo podía ser conquistada por un rey. Y durante un festival Marco Antonio, uno de los partidarios de César, le ofreció en nombre del pueblo romano una corona. César la rechazó. Antonio volvió a ofrecérsela otras dos veces y César la rechazó dos veces, pero cada vez con menos firmeza. El día en que mataron a César, el Senado iba a llevar a cabo una sesión durante la cual se rumoreaba que le ofrecerían la monarquía a César con el pretexto de cumplir con la profecía sobre la conquista de Partia.
Además, en Bruto influyeron sus antepasados. Por línea paterna (si es que era hijo del primer marido de Servilia y no de César), Bruto era descendiente de Lucio Bruto, quien siglos atrás había destronado al rey Tarquinio el Soberbio y establecido la República. Los hijos de Lucio Bruto conspiraron para reponerlo en el trono, pero su padre los descubrió y ejecutó. Era natural que Marco Bruto quisiera emular a Lucio y matar a quien veía como tan tiránico como Tarquinio el Soberbio. Además, a través de Servilia, Bruto descendía de Cayo Servilio Ahala, quien había abortado el intento del millonario Spurio Melio de convertirse en rey con el apoyo del populacho. Esto sumado a la prédica de Casio y a los rumores sobre las ambiciones de César convencieron a Bruto de ponerse al frente de la conspiración.
Hubo muchos hechos sobrenaturales en los meses anteriores a la muerte del dictador. Suetonio cuenta que unos meses antes de su muerte, César ordenó establecer una colonia de veteranos cerca de la ciudad italiana de Capua. Para construir sus casas, los colonos utilizaron terrenos de un viejo cementerio, trasladando los restos de las personas enterradas ahí a otra parte. Y entre las tumbas que abrieron estaba la de Capis, el fundador de la ciudad. Allí, los asustados colonos leyeron esta inscripción: “Cuando se desentierren los huesos de Capis, un descendiente de Iulo morirá a manos de sus familiares e Italia expiará su muerte con terribles desastres”. Iulo era el fundador de la familia de los Julios Césares (en latín Iulius -Julio- deriva de Iulus -Iulo), el “familiar” a manos del cual iba a morir César podría ser su presunto hijo natural Marco Bruto y los “terribles desastres” que padeció Italia tras su muerte fueron causados por la guerra civil entre los asesinos de César y sus antiguos partidarios. Un famoso adivino llamado Espúrina le advirtió a César que tuviese cuidado con los idus de marzo. Los idus eran los días 14 y 15 de cada mes, en el calendario romano. La esposa de César, Calpurnia, soñó la noche del 14 que César era apuñalado en sus brazos. Cuando se despertó, le suplicó a César que se quedase en casa ese día. César decidió hacerle caso.
Los conspiradores planeaban acompañar a César al Senado y matarlo antes de entrar al recinto. Enviaron a Décimo Bruto a buscar a César mientras esperaban en la puerta de su casa. Cuando el dictador le dijo a Décimo que no iría al Senado, éste de burló. Como César era un hombre orgulloso, decidió desafiar al sueño de Calpurnia y arriesgarse.
César caminó tranquilamente por las calles de Roma junto a sus fututos asesinos, que charlaban e intercambiaban bromas con él. Mientras pasaban por el Foro, César vio a Espúrina, el que le había advertido sobre su muerte, y se burló de él diciéndole “Los idus han llegado”, a lo que el adivino respondió “Pero todavía no han pasado”.
En la entrada del Senado, uno de los conspiradores, Tulio Cimbro, se acercó a César y le suplicó que perdonase a su hermano, que había sido desterrado. César se negó y siguió caminando, pero Cimbro lo sujetó por la toga.
Entonces los conspiradores se abalanzaron sobre él. Cuando César se dio cuenta de que lo atacaban por todos lados, citando a Suetonio, “se cubrió la cabeza con la toga, mientras que su mano izquierda hacía descender los pliegues hasta la extremidad de las piernas, para caer con más decoro, con el cuerpo cubierto hasta la parte inferior. Así fue atravesado (...) sin lanzar más que un gemido al primer golpe, pero sin proferir palabra alguna. Sin embargo, según algunos, al precipitarse Marco Bruto sobre él, había dicho: '¿Tu también, hijo mío?'”.
Ese “¿tu también, hijo mío?” ha intrigado a muchos historiadores. Podría ser tomado en forma literal, o sea que Bruto era hijo de César, o podría tomarse como el apelativo de “hijo” que muchos hombres adultos usan con los jóvenes. César le llevaba 15 o 16 años a Bruto.
Una vez concluida la faena, los asesinos huyeron a sus casas, dejando el cuerpo de César a los pies de una estatua de Pompeyo Magno durante varias horas, hasta que fue llevado por unos esclavos a su casa. Cuando su médico le hizo la autopsia, contó 23 puñaladas en el cuerpo del dictador. Sólo una era letal.

martes, 30 de enero de 2007

Agamenón

La historia de la guerra de Troya ha fascinado a generaciones y generaciones a lo largo de los siglos. Y uno de los personajes centrales de esa historia tan dramática es Agamenón, rey de reyes.
Agamenón es un personaje que puede o no haber existido. Sin duda hubo una confederación de ciudades-Estado griegas que enfrentó a Troya. Seguramente Micenas, el reino de Agamenón, estaba entre ellas. Y es posible que Micenas haya de hecho liderado la coalición contra Troya. Pero no se sabe nada a ciencia cierta de su rey. Ni siquiera creo que los historiadores sepan si Micenas en ese entonces estaba regida por una monarquía.
Así que hay que tener en cuenta esto: el Agamenón del que voy a escribir ahora es puramente mitológico.
Tengan en cuenta otra cosa: la versión de la historia de la guerra de Troya que van a leer es, me enorgullece decirlo, totalmente opuesta a la de la película Troya, esa basura protagonizada por un ejército de actores famosos que nos mandaron los guionistas de Hollywood.
Agamenón era rey de Micenas y desde esa posición se había convertido en el líder de los reyes de Grecia. El poderío de Agamenón y de Micenas se basaba en una alianza con Esparta, alianza que no sólo era política sino tambien familiar. Agamenón estaba casado con Clitemnestra, la hija del rey Tíndaro de Esparta. Y su hermano Menelao estaba casado con la famosísima Helena, otra hija de Tíndaro. Cuando Tíndaro murió, Menelao y Helena se convirtieron el rey y reina de Esparta.
Clitemnestra y Agamenón tenían dos hijas, Ifigenia y Electra, y un hijo, Orestes. La historia de tragedias en esa familia comienza cuando Helena, por voluntad propia o ajena, fue llevada a Troya por el príncipe Paris, hijo del rey troyano Príamo.
Menelao exigió a Agamenón que lo ayudara a recuperar a su mujer. Agamenón aceptó ayudarlo, no porque le importase mucho la situación del cornudo de su hermano o de su poco confiable cuñada, sino porque hacía tiempo que tenía a Troya entre ceja y ceja. La ciudad estaba situada en un punto estratégico que le permitía controlar el comercio que entraba o salía del Mar Negro, un negocio realmente suculento. Agamenón y sus amiguetes, los reyes griegos, querían apoderarse del comercio con las naciones del Mar Negro.
Así que, con la excusa de vengar el “rapto” de Helena, Agamenón y sus aliados (entre los que estaban los famosos Ulises y Aquiles) declararon la guerra a Troya. Agamenón recibió el título de “rey de reyes” porque estaba al mando de un ejército de reyes.
Los mitos cuentan que la flota de Agamenón y los suyos estaba estacionada en Áulide, pero que no podía zarpar hacia Troya por una tormenta persistente. Agamenón consultó a los sacerdotes, que le dijeron que su flota no podría salir de Áulide por voluntad de la diosa Diana. Ella exigía que Agamenón sacrificase a su hija Ifigenia para permitir la partida de los barcos.
Con mucho dolor y presionado por sus aliados, Agamenón mandó a buscar a Ifigenia a Micenas y apenas llegó a Áulide, la sacrificó a Diana. Clitemnestra no supo nada acerca de los planes de su marido hasta que fue demasiado tarde. Agamenón temía la reacción de su esposa, que era una mujer muy enérgica, así que mandó a su primo Egisto a Micenas para que la vigilase.
Agamenón y su ejército pudieron zarpar a Troya. La guerra contra esa ciudad supuestamente duró 10 años. Todos saben como cayó finalmente la ciudad: el ingenioso Odiseo hizo que los griegos abandonaran el campamento dejando un caballo de madera lleno de soldados, junto con un mensaje en el que decían que si los troyanos lograban introducir el caballo en su ciudad, serían favorecidos por los dioses. Príamo, el rey de Troya, hizo traer el caballo dentro de los muros de la ciudad. Por la noche, mientras todos los troyanos se emborrachaban para celebrar el fin de la guerra, los soldados salieron del interior del caballo y abrieron las puertas de la ciudad. El ejército de Agamenón entró y masacraron a todos los troyanos.
Agamenón tomó como concubina a la princesa Casandra, hija de Príamo. Ella tenía el don de la profecía, pero había recibido una maldición: profetizaría siempre la verdad, pero nadie le creería. Después de quedarse con ella y con un cuantioso tesoro gracias al saqueo, Agamenón regresó a Micenas. Casandra le había dicho que si regresaba a su país, moriría, pero Agamenón no le creyó. El motivo del esceptiscismo de Agamenón era bastante comprensible: un adivino le había dicho que no moriría ni en su palacio ni fuera de él, ni en la tierra ni en el agua, ni vestido ni desnudo y ni comiendo ni en ayunas.
La profecía de Casandra terminó por cumplirse. Egisto se había convertido en amante de Clitemnestra y ambos gobernaban Micenas a piacere. No les hizo mucha gracia saber que Agamenón estaba de vuelta, en parte porque eso significaba que no podrían continuar ni con su gobierno ni con su relación amorosa, y en parte porque Clitemnestra odiaba a su marido por haber matado a Ifigenia. Así que decidieron librarse de él. Clitemnestra recibió a Agamenón con aparentes muestras de alegría, le preparó un baño caliente y le llevó un plato de frutas para que comiera. El rey se metió al agua y se estaba llevando una manzana a la boca cuando su esposa le tiró encima una red, dejándolo inmovilizado, y le partió la cabeza con un hacha. Luego tambien mató a Casandra. Así también se cumplió el vaticinio anterior: el baño donde mataron a Agamenón estaba separado del palacio, pero estaba en sus terrenos; Agamenón estaba en el agua, pero tenía un pie fuera de la bañera, apoyado en el suelo; el rey estaba desnudo, pero la red arrojada por su esposa lo cubría; y como estaba a punto de comer, puede decirse que no estaba ni comiendo ni en ayunas.
Electra, la hija de Agamenón, horrorizada por el crimen, envió a su hermanito Orestes fuera de Micenas, pues temía -con mucha razón- por su vida. Años después, cuando Orestes creció, regresó a Micenas y mató a su madre y a Egisto. Pero al convertirse en matricida había ofendido a los dioses, que enviaron a las Furias a atormentarlo. Orestes se volvió loco.
Así concluye la trágica historia de Agamenón. Es curioso que Helena y Menelao, los responsables de la guerra, no hayan tenido un final trágico como Agamenón y otros participantes del conflicto. Después de la caída de Troya, Menelao volvió a tomar como esposa a Helena. Trataron de volver a Esparta, pero una tempestad los dejó en Egipto, donde se quedaron durante varios años. Finalmente pudieron volver a su reino, donde vivieron felices por el resto de sus vidas.

lunes, 29 de enero de 2007

El incesto de los poderosos

El incesto siempre ha sido uno de los grandes tabúes del género humano. Las uniones sexuales entre parientes, sin embargo, no son tan poco comunes como se cree. Y no son patrimonio exclusivo de las personas de nivel socioeconómico y educativo bajo.
Los faraones de Egipto practicaban el incesto como política de Estado. Como se consideraba que la sangre de los reyes egipcios era demasiado sagrada como para mezclarla con la de un plebeyo o incluso con la de príncipes y princesas de otras casas reales, los faraones debían contraer matrimonio con sus hermanas, primas, tías o sobrinas. Sólo el matrimonio entre padres e hijos estaba prohibido.
Incluso aquellos invasores extranjeros que conquistaron Egipto y se hicieron coronar faraones adoptaron la practica del matrimonio incestuoso. La famosa Cleopatra, por ejemplo (cuya dinastía era originaria de Macedonia), estuvo casada con sus hermanos menores Tolomeo XIII y Tolomeo XIV.
En otros reinos asiáticos, el incesto también se permitía en las familias reales. Herodías (imagen), nieta del rey judío Herodes el Grande, estuvo casada con su tío Herodes Filipo, con quien tuvo una hija (la célebre Salomé), pero se divorció y se casó con otro tío suyo, Herodes Antipas. Ese matrimonio fue muy criticado por Juan el Bautista, no por el incesto que conllevaba, sino por el divorcio de Herodías; porque entre los judíos, el divorcio era un pecado mucho peor que el incesto. Herodes Agripa I, el hermano de Herodías, casó a su hija Berenice con su hermano Herodes Polión. Posteriormente, Berenice abandonó a su esposo-tío y fue por un tiempo amante de su hermano Herodes Agripa II, para luego dejarlo por un amante más poderoso, el emperador Tito. Según algunas fuentes, la vírgen María era sobrina política de José, que había estado casado con una hermana de su madre.
Si bien entre los griegos el incesto no era aceptado, muchos dioses lo practicaban. Zeus (Júpiter para los romanos) se casó con su hermana Hera (Juno) y Hades (Plutón), con su sobrina Perséfone (Proserpina). Afrodita (Venus) estaba casada con su hermano Hefesto (Vulcano), pero lo engañaba continuamente con mortales y con otros dioses, entre ellos sus hermanos Ares (Marte), Apolo y Hermes (Mercurio). Su hijo Eros (Cupido) era, al parecer, producto de la unión incestuosa de Afrodita y su padre Zeus.
Entre los mitos griegos sobre el incesto, el más famoso es el de Edipo. Aquí trascribo el relato de Robert Graves en Los mitos griegos (volumen 2):

Layo, hijo de Lábdaco, se casó con Yocasta y gobernó en Tebas. Afligido por no haber tenido hijos durante largo tiempo, consultó en secreto con el oráculo de Delfos, el cual le informó que esa aparente desgracia era un beneficio, porque cualquier hijo nacido de Yocasta sería su asesino. En consecuencia, repudió a Yocasta, aunque sin darle explicación alguna de su decisión, cosa que la ofendió de tal modo que, después de hacer que se emborrachara, consiguió mañosamente que volviera a sus brazos en cuanto hubo anochecido. Cuando, 9 meses después, Yocasta dio a luz un hijo, Layo lo arrancó de los brazos de la nodriza, le taladró los pies con un clavo, se los ató el uno al otro y lo dejó abandonado en el monte Citerón.
Pero las Parcas habían decidido que ese niño llegara a una vejez lozana. Un pastor corintio lo encontró, lo llamó Edipo porque sus pies estaban deformados por las heridas hechas con el clavo, y lo llevó a Corinto, donde el rey Pólibo reinaba en aquel momento.
Según otra versión de la fábula, Layo no abandonó a Edipo en la montaña, sino que lo encerró en un arca que fue arrojada al mar desde un barco. El arca flotó a la deriva y llegó a la costa de Sición, donde Peribea, la esposa de Pólibo, estaba por casualidad en la playa vigilando a las lavanderas de la casa real. Recogió a Edipo, se retiró a un soto y simuló que sufría los dolores del parto. Como las lavanderas estaban demasiado ocupadas para observar lo que ella hacía, las engañó a todas haciéndoles creer que acababa de dar a luz a aquel niño. Pero Peribea le dijo la verdad a Pólibo, quien, como tampoco tenía hijos, tuvo la satisfacción de criar a Edipo como su hijo propio.Un día, habiéndole vituperado un joven corintio diciéndole que no se parecía lo más mínimo a sus supuestos padres, Edipo fue a preguntar al oráculo de Delfos qué era lo que le reservaba el futuro. "¡Aléjate del altar, desdichado! -le gritó la pitonisa, con repugnancia- ¡Matarás a tu padre y te casarás con tu madre!"
Como Edipo amaba a Pólibo y Peribea y no deseaba causarles un desastre, decidió inmediatamente no volver a Corinto. Pero sucedió que en el estrecho desfiladero entre Delfos y Dáulide se encontró con Layo, quien le ordenó ásperamente que saliese del camino y dejara pasar a sus superiores. Se debe explicar que Layo iba en carro y Edipo a pie. Edipo replicó que no reconocía más superiores que los dioses y sus propios padres.
-¡Tanto peor para ti! -gritó Layo, y ordenó a su cochero, Polifontes, que siguiera adelante. Una de las ruedas magulló el pie de Edipo, quien, impulsado por la ira, mató a Polifontes con la lanza. Luego derribó a Layo, quien cayó al camino enredado en las riendas, fustigó a los caballos e hizo que éstos lo arrastraran y le mataran. El rey de Platea tuvo que enterrar ambos cadáveres.
Layo se estaba dirigiendo al oráculo para preguntarle cómo podía librar a Tebas de la Esfinge. Este monstruo era hija de Tifón y Equidna o, según dicen algunos, del perro Ortro y la Quimera, y había volado a Tebas desde la parte más distante de Etiopía. Se la reconocía fácilmente por su cabeza de mujer, cuerpo de león, cola de serpiente y alas de águila. Hera había enviado recientemente a la Esfinge para castigar la ciudad de Tebas porque Layo había raptado en Pisa al niño Crisipo; habiéndose instalado en el monte Picio, cerca de la ciudad, proponía a cada viajero tebano que pasaba por allí un enigma que le habían enseñado las Tres Musas: "¿Qué ser, con sólo una voz, tiene a veces dos pies, a veces tres, a veces cuatro y es más débil cuantos más pies tiene?" A los que no podían resolver el enigma los estrangulaba y devoraba en el acto, y entre esos infortunados estaba Hemón, el sobrino de Yocasta, a quien la Esfinge hizo
haimon, o "sangriento", verdaderamente.
Edipo, quien se acercaba a Tebas inmediatamente después de haber matado a Layo, adivinó la respuesta: "El hombre -contestó-, porque se arrastra a gatas cuando es niño, se mantiene firmemente en sus dos pies en la juventud, y se apoya en un bastón en la vejez." La Esfinge, mortificada, saltó desde el monte Picio y se despedazó en el valle de abajo. En vista de esto los tebanos, agradecidos, aclamaron a Edipo como rey, y se casó con Yocasta, ignorando que era su madre.
Entonces una peste invadió Tebas y cuando se consultó una vez más al oráculo de Delfos, contestó: "¡Expulsad al asesino de Layo!" Edipo, que no sabía con quién se había encontrado en el desfiladero, maldijo al asesino de Layo y lo condenó al destierro.
El ciego Tiresias, el adivino más famoso de Grecia en esa época, pidió a Edipo una audiencia. Algunos dicen que Atenea, quien lo había cegado, porque inadvertidamente la había visto bañándose, atendió a la súplica de su madre y, tomando a la serpiente Erictonio de su égida, le ordenó: "Limpia los oídos de Tiresias con tu lengua para que pueda entender el lenguaje de las aves proféticas."
Otros dicen que en una ocasión, en el monte Cilene, Tiresias había visto a dos serpientes en el acto de acoplarse. Cuando ambas lo atacaron, las golpeó con su bastón y mató a la hembra. Inmediatamente Tiresias se convirtió en una mujer y llegó a ser una prostituta célebre; pero 7 años después acertó a ver el mismo espectáculo y en el mismo lugar, y esta vez recuperó su virilidad matando a la serpiente macho. Otros dicen que cuando Afrodita y las tres Carites, Pasítea, Calé y Eufrósine, disputaron acerca de cuál de las cuatro era más bella, Tiresias otorgó el premio a Calé; inmediatamente Afrodita lo convirtió en una anciana. Pero Calé lo llevó consigo a Creta y le regaló una hermosa cabellera. Algunos días después Hera comenzó a reprocharle a Zeus sus numerosas infidelidades. Él las defendió alegando que, en todo caso, cuando compartía el lecho con ella, ella disfrutaba muchísimo más que él.
-Las mujeres, por supuesto, gozan con el acto sexual infinitamente más que los hombres -le dijo en tono fanfarrón.
-¡Qué tontería! -replicó Hera- Sucede exactamente lo contrario y lo sabes muy bien.
Tiresias, llamado para arbitrar la disputa con su experiencia personal, declaró: "Si en diez partes divides el placer del amor, una va a los hombres y nueve a la mujer." La sonrisa triunfante de Zeus exasperó de tal modo a Hera que cegó a Tiresias, pero Zeus lo compensó con la visión interior y una vida que abarcó siete generaciones.
Tiresias se presentó en la corte de Edipo, apoyándose en el bastón de madera de cornejo que le había dado Atenea, y reveló a Edipo la voluntad de los dioses: que la peste cesaría solamente si un Hombre Sembrado moría en beneficio de la ciudad. El padre de Yocasta, Meneceo, uno de los que habían brotado de la tierra cuando Cadmo sembró los dientes de la serpiente, se arrojó inmediatamente de las murallas, y toda Tebas elogió su abnegación cívica.
Tiresias anunció luego:
-Meneceo ha obrado bien y la peste cesará. Pero los dioses tienen en consideración a otro de los Hombres Sembrados, uno de la tercera generación pues ha matado a su padre y se ha casado con su madre. ¡Sabed, reina Yocasta, que ese hombre es vuestro marido Edipo!
Al principio nadie quiso creer a Tiresias, pero pronto sus palabras quedaron confirmadas por una carta de Peribea desde Corinto. Escribía que la súbita muerte del rey Pólibo le permitía ahora revelar las circunstancias de la adopción de Edipo, y lo hacía con detalles condenatorios. Yocasta se ahorcó de vergüenza y de pena y Edipo se cegó con un alfiler que tomó de los vestidos de ella.
Algunos dicen que, aunque atormentado por las Erinias, que le acusaban de haber causado la muerte de su madre, Edipo siguió reinando en Tebas durante un tiempo, hasta que murió en una batalla. Según otros, sin embargo, el hermano de Yocasta, Créonte, le expulsó, pero no antes que maldijera a Eteocles y Polinices -que eran al mismo tiempo hijos y hermanos suyos- cuando insolentemente le enviaron la parte inferior de un animal sacrificado, o sea el anca en vez del cuarto delantero que correspondía al rey. En consecuencia observaron sin derramar lágrimas cómo abandonaba la ciudad que había librado del poder de la Esfinge. Después de vagar durante muchos años de un país a otro, guiado por su fiel hija Antígona, Edipo llegó por fin a Colono en el Ática, donde las Erinias, que tienen allí un bosquecillo, lo persiguieron hasta matarlo, y Teseo enterró su cadáver en el recinto de los Solemnes de Atenas, y lo lloró al lado de Antígona.

Cuando el general romano Lucio Licinio Lúculo se divorció de su esposa Clodia, la acusó de incesto con su hermano Publio Clodio y con su hermana mayor, también llamada Clodia. Esta segunda Clodia fue famosa por ser amante del poeta Cayo Valerio Cátulo -que le dedicó muchos poemas llamándola Lesbia- y de Marco Celio Rufo. Pero Celio terminó cansandose de ella y la abandonó, tras lo cual Clodia lo acusó de intentar envenenarla. Cicerón lo defendió, y durante el juicio se dedicó a atacar irónicamente a Clodia usando sus supuestas relaciones incestuosas con su hermano.
El caso de Agripinila, que mencioné en el texto sobre el emperador Nerón, fue paradigmático: se acostó con su hermano Calígula, su tío Claudio y su hijo Nerón (en el primer caso, por pura lujuria, en los otros dos por motivos políticos). No obstante, no era la única incestuosa de su familia; sus hermanas Julia y Drusila eran también amantes de Calígula. Drusila era su preferida, y cuando murió, la hizo adorar como diosa con el nombre de Pantea.
El emperador Commodo (el villano de la horrible película Gladiador) tenía relaciones incestuosas con su hermana Lucila, lo que no impidió que la mandase asesinar cuando trató de derrocarlo para poner en el trono a su marido.
El emperador Antonino Caracalla, al parecer, cometió incesto con su madre, Julia Domna (imagen), tras entrar a su dormitorio y encontrarla semidesnuda por accidente. Tras su muerte, el hijo de su prima hermana Julia Soemias, Heliogábalo, reclamó el trono y afirmó ser hijo de la unión incestuosa de su madre con Caracalla.
Desde la Edad Media, las dinastías europeas se han casado entre sí continuamente. Por supuesto, no llegaron a los extremos de los pueblos antiguos (no permitían uniones entre tíos y sobrinos, hermanos y hermanas ni padres e hijos), pero organizaron muchísimos enlaces entre primos. De vez en cuando, algunos matrimonios con plebeyas -como el del rey Eduardo IV de Inglaterra (imagen) con Isabel Woodville, del cual descendían, entre otros, el rey Enrique VIII y la reina Isabel I- o algún adulterio de las reinas y princesas "limpiaba" la sangre real. Pero en general puede decirse que las uniones entre primos fueron la regla, al menos, hasta el siglo XX, cuando los nobles europeos eligieron cada vez más casarse con plebeyos (en ese sentido, el matrimonio de Rainero de Mónaco con la actriz estadounidense Grace Kelly fue signo de los nuevos tiempos). Ahora, los príncipes y princesas salen de su casa para buscar pareja.
El incesto estuvo muy presente en la familia del gran monstruo del siglo XX, Aldolf Hitler. Su padre Alois y su madre Klara eran, según algunas versiones, primos en segundo grado, y según otras, tío y sobrina. Años más tarde, Hitler repitió la historia de sus padres con su sobrina Geli Raubal, la hija de su hermanastra Angela. Fueron amantes hasta que Geli se suicidó en 1931, a los 23 años, tras lo cual Hitler la reemplazó con Eva Braun, entonces de 19 años.

domingo, 28 de enero de 2007

"La noche de Varennes" (1982)

Anoche tuve el placer de ver la película La noche de Varennes, por el canal Europa europa. Es un film ambientado en 1791, dos años después de la Revolución Francesa, cuando el rey de Francia Luís XVI y la reina María Antonieta intentaron huír del país para volver con tropas austríacas y restaurar su poder absoluto.
La película comienza en París, cuando un grupo variopinto de personajes deciden -por distintos motivos- viajar en la misma dirección que los reyes y salen el mismo día. El grupo está compuesto por el famoso seductor Giacomo Casanova (Marcelo Mastroianni), el escritor Nicolás de la Bretonne, el revolucionario estadounidense Thomas Paine (Harvey Keitel); una condesa, dama de compañía de la reina y partidaria fanática de la monarquía, que lleva un misterioso paquete y viaja con su peluquero y con una criada negra; una viuda, una cantante, un banquero, un magistrado y un estudiante parisino, partidario fanático de la Revolución. Todos ellos viajan pasando por los lugares por donde pasaron los reyes, para finalmente llegar a Varennes, donde presencian el arresto de los reyes por tropas del gobierno revolucionario.
La película es maravillosa. Me gustó mucho la escena final, cuando la condesa revela el contenido de su paquete y lo expone a sus compañeros de viaje. Y también me gustó la interpretación de Mastroianni, que nos muestra a un Casanova de 66 años, muy fatigado pero todavía galante. Una cosita que me molestó fue el hecho de que nunca se nos muestra a Luís XVI y María Antonieta. En la escena donde finalmente aparecen, sólo podemos ver sus piernas y oír su voz.
La califico con un 9,50.

jueves, 25 de enero de 2007

Fragmento de "Psicosis", de Robert Bloch

Psicosis es posiblemente la película más famosa de Alfred Hitchcock, pero estaba basada en una novela homónima de Robert Bloch, que hasta el estreno de la película en 1960 era casi desconocida; de hecho, había tenido tan poco éxito que Hitchcock pudo comprar casi todos los ejemplares de la novela en circulación para que nadie conociera el final (la obsesión de Hitchcock por que nadie descubriera la última vuelta de tuerca de la película era célebre; cuando los periodistas le preguntaron de qué se trataba Psicosis, él respondió: "es sobre un chico que tiene problemas con su madre"...)
La principal diferencia entre el Norman Bates del libro y el de la película es que el Bates de Bloch era un cuarentón, gordo, calvo y con anteojos, y que el Bates de Hitchcock era un veinteañero bastante atractivo (quien lo interpretaba, Anthony Perkins, era joven entonces). Y es un cambio para bien, puesto que permitía al espectador sentir más simpatía por él.
En este primer capítulo de la novela, se nos muestra una conversación entre Norman y su madre, una mujer con quien tiene una relación de amor/odio.

Norman Bates oyó el ruido y se estremeció.
Era como si alguien estuviera golpeando los cristales de las ventanas.
Levantó la mirada, rápidamente, dispuesto casi a ponerse en pie, y el libro resbaló de sus manos para caer en su amplio regazo. Entonces comprendió que aquel ruido era tan sólo lluvia, la lluvia que caía al morir la tarde, cuyas gotas golpeaban la ventana de la salita.
No se había dado cuenta de la llegada de la lluvia, ni de la penumbra. Pero la salita estaba ya bastante a oscuras, y antes de proseguir su lectura alargó la mano para encender la lámpara de sobremesa.
Era una lámpara anticuada, con una pantalla adornada y lágrimas de cristal. Podía recordarla desde que tenía uso de razón, y su madre se negaba a desprenderse de ella. A Norman no le importaba; los cuarenta años de su vida habían transcurrido en aquella casa y era agradable y tranquilizador sentirse rodeado de cosas conocidas. Allí dentro todo estaba ordenado; los cambios sólo se producían en el exterior. Y la mayor parte de ellos llevaban en sí una amenaza en potencia. ¿Y si se le hubiera ocurrido pasar la tarde paseando, por ejemplo? Tal vez se hubiese encontrado en alguna solitaria carretera vecinal o incluso en los pantanos, cuando empezó á llover. Se habría calado hasta los huesos, y se hubiera visto obligado a regresar casi a ciegas a su casa, en la oscuridad. Y el enfriamiento que seguramente hubiera cogido le habría podido causar la muerte. Además, ¿a quién le gustaría estar fuera de casa, después de oscurecer? Era mucho más agradable encontrarse en la salita, leyendo un buen libro.
La luz alumbraba su cara regordeta, se reflejaba en sus gafas de lentes montados al aire, y bañaba su rosado cuero cabelludo bajo el escaso cabello rubio, cuando se inclinó para proseguir su lectura.
Era un libro realmente fascinante, y no debía extrañarle que no hubiese observado el rápido transcurso del tiempo. Norman jamás había encontrado parecida abundancia de curiosa información como en
The Realm of the Incas, de Víctor W. Von Hagen. Por ejemplo, aquella descripción de la cachua, o danza de la victoria, en la que los guerreros formaban un gran círculo, moviéndose y retorciéndose como una culebra. Leyó:“El redoble se efectuaba generalmente en lo que había sido el cuerpo de un enemigo; había sido desollado, estirándose el vientre para formar un tambor, y todo el cuerpo actuaba a modo de caja de resonancia, mientras los sonidos salían por la boca abierta; era algo grotesco, pero efectivo”.
Norman sonrió permitiéndose después el lujo de un tranquilizador estremecimiento. Grotesco pero efectivo... Sí, debió haberlo sido. ¡Desollar un hombre -vivo, probablemente- y luego estirarle el vientre para utilizarlo como tambor! ¿Cómo lo harían para conservar la carne del cadáver, para evitar que se corrompiera? Y, además, ¿qué mente habría concebido semejante idea?
No era un pensamiento agradable, pero cuando Norman entornó los ojos casi pudo visualizar la escena: una multitud de guerreros pintarrajeados y desnudos, retorciéndose al unísono bajo un cielo salvaje y ardiente, y al viejo, sentado en cuclillas ante ellos, arrancando un inacabable ritmo del vientre hinchado y distendido de un cadáver, cuya boca se mantendría probablemente abierta fijándola con grapas de hueso, para que pudiera salir por ella el sonido. Los golpes dados en el vientre repercutirían en los encogidos orificios interiores y surgirían, ampliados y con toda su fuerza, por la muerta garganta.
Por un momento Norman casi oyó el redoble (y entonces recordó que también la lluvia posee ritmo) y unos pasos...
En realidad, percibió los pasos antes de oírlos; un largo hábito venía en ayuda de sus sentidos cuando su madre entraba en la habitación. Ni siquiera tuvo que levantar la mirada para saber que estaba allí.
No miró, sino que fingió seguir leyendo. Su madre había estado durmiendo en su habitación, y Norman sabía lo malhumorada que solía estar al levantarse. Por tanto, lo mejor era no decir nada y confiar en que, por una vez, no estuviera de mal humor.
-¿Sabes qué hora es, Norman?
Norman suspiró y cerró el libro. Sabía que tendría dificultades con ella; aquella pregunta era un desafío. Había tenido que pasar frente al reloj del vestíbulo para ir a la salita y pudo ver fácilmente la hora.
Pero no lograría nada discutiendo. Norman consultó su reloj de pulsera y sonrió.
-Las cinco dadas -repuso-. No sabía que fuera tan tarde. Estaba leyendo...
-¿Crees que no tengo ojos? Ya veo lo que has estado haciendo -Se acercó a la ventana y miró afuera, a la lluvia-. Y también veo lo que no has hecho. ¿Por qué no encendiste el rótulo al oscurecer? ¿Y por qué no estás en el despacho, como debieras?
-Empezó a llover muy fuerte y no creí que hubiera tránsito con este tiempo.
-¡Bah! Con ese tiempo es más probable tener huéspedes. A mucha gente no le gusta viajar cuando llueve.
-¡Pero si nadie viaja ya por esta carretera...! Todo el mundo utiliza la nueva.
Norman advirtió la amargura de su propia voz; le pareció sentirla en la garganta e intentó contenerla, pero por fin tuvo que librarse de ella.
-Ya te dije lo que sucedería, cuando nos dijeron confidencialmente que cambiaban el trazado de la carretera principal. Entonces hubieras podido vender el motel, antes de que la noticia fuera de dominio público. Hubiésemos podido comprar tierras a buen precio junto al nuevo trazado, y estaríamos también más cerca de Fairvale. Ahora podríamos tener un nuevo motel, una casa nueva y dinero. Pero no quisiste hacerme caso. Nunca prestas atención a lo que te digo. Siempre ha de ser lo que tú quieres y lo que tú piensas. ¡Me enfermas!
-¿Sí, muchacho?
La voz de su madre era falsamente suave; Norman no se dejó engañar. Tenía cuarenta años y lo llamaba “muchacho”; y además lo trataba como a tal y eso empeoraba las cosas. ¡Si al menos no tuviera que escucharla! Pero tenía que hacerlo, sabía que no podía rebelarse, que siempre tendría que escucharla.
-¿Sí, muchacho? -repitió aún con mayor dulzura- Te enfermo, ¿eh? No, muchacho, no soy yo quien te enferma, sino tú mismo. Y ése es el verdadero motivo de que estés aún aquí, junto a una carretera secundaria. Nunca tuviste valor, ¿eh, muchacho? Nunca tuviste el valor de marchar de casa, de buscarte un trabajo o alistarte en el Ejército o conseguir novia...
-¡No me hubieses dejado!
-Eso es, Norman. No te hubiese dejado. Pero si tú hubieras sido un hombre de verdad, habrías hecho tu voluntad.
Norman quería gritarle que estaba equivocada, pero no pudo, porque las cosas que ella decía eran las mismas que él se había dicho, una y otra vez, en el transcurso de los años. Era cierto. Ella siempre le había dictado lo que tenía que hacer, pero eso no significaba que tuviera siempre que obedecer. Las madres son a veces demasiado dominantes, pero no todos los hijos aceptan ese dominio. Había habido otras viudas, otros hijos únicos, pero entre todos ellos no habían existido semejantes relaciones. En realidad, también él tenía parte de culpa, porque carecía de arrestos.
-Podias haber insistido -decía ella-. Pudiste haber encontrado un nuevo lugar para nosotros y vender el motel. Pero te limitas a gemir. Y yo sé por qué. Nunca has podido engañarme. No lo hiciste porque, en realidad, no querías moverte de aquí. No querías abandonar este lugar, y nunca lo dejarás. No puedes hacerlo, del mismo modo que no puedes crecer.
No podía mirar a su madre, sobre todo cuando decía cosas semejantes. Y tampoco podía mirar a ninguna otra parte. De repente, la lámpara de sobremesa, todos los objetos de la habitación, tan familiares, le fueron odiosos, simplemente debido a su larga familiaridad con ellos. Eran como los muebles de un calabozo. Miró por la ventana, pero no le sirvió de nada, pues afuera sólo había viento, lluvia y oscuridad.
Se aferró al libro e intentó fijar su mirada en él. Tal vez si no le hacía caso y fingía calma...
Pero tampoco le sirvió de nada.
-¡Mírate! -decía su madre. (El tambor redoblaba, ¡bum, bum, bum! y los sonidos vibraban al salir de su retorcida boca.)- De sobra sé por qué no te molestaste en encender el neón, y por qué no has abierto la oficina de recepción esta noche. No es que te hayas olvidado de hacerlo. Lo que ocurre es que no deseas que venga nadie, ningún automovilista.
-¡Está bien! -murmuró él- Admito que odio tener que ocuparme del motel; que siempre lo he odiado.
-No se trata simplemente de eso, muchacho -(Ahí estaba otra vez: ¡Muchacho, muchacho, muchacho!, sonando sordamente, como si saliera de la boca de la muerte.)-. Odias a la gente; y los odias porque les temes, ¿no es cierto? Siempre te ha asustado, desde que eras niño. Prefieres acomodarte en un sillón y leer. Ya lo hacías hace treinta años, y lo sigues haciendo. Te escondes bajo las cubiertas de un libro.
-Podría hacer cosas mucho peores. Tú misma me lo has dicho siempre. Al menos, jamás me he metido en ningún lío. ¿No es preferible que eduque mi mente?
-¿Que eduques tu mente? ¡Bah!
Norman sentía su presencia detrás de él, sabía que lo miraba fijamente.
-¿Y a eso llamas educar tu mente? -prosiguió ella-. Es inútil que intentes engañarme. Nunca has podido hacerlo. No es como si leyeras la Biblia. Sé lo que lees. Basura. ¡Algo peor que la basura!
-Es una historia de la civilización de los incas...
-Y apuesto a que está llena de cosas maliciosas acerca de esos sucios salvajes, como aquel libro que tenías sobre los Mares del Sur. Creías que ignoraba la existencia de ese libro, ¿eh? Lo escondías en tu habitación, como los otros, como ocultas todas las porquerías que lees.
-La psicología no es ninguna porquería, madre.
-¡Lo llama psicología! ¡Mucho sabes tú de psicología! Nunca olvidaré aquel día en que me hablaste tan suciamente. ¡Pensar que un hijo puede acercarse a su madre para decirle semejantes cosas!
-Sólo intentaba explicarte algo. Es lo que se llama el complejo de Edipo, y pensé que si tú y yo podíamos hablar sensata y razonablemente de ese problema e intentábamos comprenderlo, tal vez las cosas mejoraran.
-¿Mejorar, muchacho? Nada tiene que cambiar ni mejorar. Puedes leer todos los libros que quieras. Seguirás siendo el mismo, a pesar de ello. No necesito escuchar una sarta de obscenas sandeces para saber lo que eres. Incluso un niño de ocho años podría comprenderlo. En realidad, todos tus compañeros de juego lo comprendieron, cuando eras niño. Eras un niño pegado siempre a las faldas de su madre. Lo eras entonces, lo eres ahora y lo serás siempre.
Las palabras de su madre, secas como estampidos, le ensordecían. Se le atragantaron las viles palabras que le subían a la boca, y se dijo que un instante después lloraría. ¡Pensar que su propia madre pudiera estar haciéndole aquello, incluso entonces! Pero podía, y lo haría una y otra vez, a menos que...
-¿A menos qué?
¡Dios santo! ¿Era también capaz de leer sus pensamientos?
-Sé lo que estás pensando, Norman. Te conozco muy bien, muchacho; más de lo que imaginas. Estás pensando que te gustaría matarme, ¿eh? Pero no puedes, porque no tienes valor para hacerlo. Soy yo quien tiene la fuerza; siempre he tenido bastante para ambos. Por eso no te desharás nunca de mí, aunque quisieras hacerlo de verdad.
“Naturalmente, en lo más profundo de ti mismo no quieres hacerlo. Me necesitas, muchacho, ¿no es cierto?
Norman se puso en pie, lentamente. No estaba aún lo bastante seguro de sí mismo para volverse hacia ella y mirarla. Primero tenía que calmarse, y para ello no debía pensar en lo que su madre decía. Había que enfrentarse con aquella situación, y no olvidar. "Es una vieja y su cabeza no está muy equilibrada. Si sigo escuchándola cuando habla así, también yo acabaré mal de la cabeza. Le diré que vuelva a su habitación y que no salga de allí."Será preferible que se vaya rápidamente, pues, de lo contrario, la estrangularé con su propio cordón de plata...
Estaba volviéndose, abriendo la boca para dar forma a las frases, cuando sonó el zumbador.
Alguien acababa de llegar en coche al motel y pedía ser atendido.Sin molestarse en mirar a su madre, Norman se dirigió al vestíbulo, cogió el impermeable de la percha y salió a la oscuridad.

sábado, 20 de enero de 2007

Harry Potter and the Deathly Hallows

Desde hace unos años, soy fanático de la saga de Harry Potter, escrita por J.K. Rowling. Y, como millones de personas de todas las edades y del mundo entero, espero con impaciencia el momento de tener en mis manos el séptimo y último libro de la saga. Desde diciembre conocemos el nombre del libro en cuestión: Harry Potter and the Deathly Hallows. La palabra “hallow” es intraducible. Parece tener algo que ver con los santos, la santidad y las reliquias, y dado que probablemente Harry tendrá que buscar y destruir reliquias pertenecientes a los fundadores de Hogwarts, la traducción podría ser “Las reliquias de la muerte”. No podemos estar 100% seguros, de todas formas.
¿Qué sabemos sobre los acontecimientos del libro?

Sabemos que Harry se quedará con sus tíos hasta cumplir los 17 años. No regresará a Hogwarts, aun si el colegio reabre. Asistirá a la boda de Bill Weasley con Fleur Delacour, durante la cual se reencontrará con Ron y Hermione. Junto a ellos, viajará a Godric´s Hollow, el lugar donde fueron asesinados y están enterrados sus padres, para visitar su tumba. Y después, se dedicará a buscar y destruir los cuatro Horrocruxes que faltan, tras lo cual irá a matar a Lord Voldemort.
¿Cuáles son los Horrocruxes? Sabemos que dos de ellos, el diario de Tom Riddle y el anillo de la familia Gaunt, fueron destruidos, uno por Harry y el otro por Dumbledore. Sabemos que un tercer Horrocrux, el relicario de Salazar Slytherin, fue robado por un tal R.A.B., que dejó una nota diciendo que intentaría destruirlo. No sabemos si lo logró. Los otros tres Horrocruxes podrían ser una copa perteneciente a Helga Hufflepuff, robada por Voldemort cuando era joven, una reliquia perteneciente a Godric Gryffindor o a Rowena Ravenclaw, y la serpiente Nagini. O sea que, en el peor de los casos, Harry debería destruir cuatro Horrocruxes antes de matar a Voldemort.
Personalmente, sospecho que existe un Horrocrux perteneciente a Gryffindor, que está escondido en Godric´s Hollow (no creo que sea casualidad que el nombre del pueblo y el nombre de pila del fundador de Hogwarts coincidan) y que Harry lo encontrará cuando visite la tumba de sus padres. También sospecho que el relicario de Slytherin está en la casa de la familia Black, heredada por Harry al morir Sirius (en La Orden del Fénix, mientras limpiaban la casa, encontraron un relicario que no se podía abrir, al que no le prestaron mucha atención).
Sobre R.A.B., supongo, como todo el mundo, que es Regulus Black, hermano menor de Sirius, pero nomás porque no hay ningún otro personaje cuyas iniciales puedan coincidir y porque la autora dijo que en Deathly Hallows no aparecerán nuevos personajes. Pero por lo poco que sabemos que Regulus, sería muy raro que él haya sido tan inteligente y poderoso como para descubrir la existencia de los Horrocruxes de Voldemort, robar uno y escapar, y tan valiente como para dejarle una nota.
Hay que recordar cómo se robaba el relicario de Slytherin: había que dejar una ofrenda de sangre para que la puerta de la cueva se abriera. Luego había que subir a un bote, embrujado para no permitir que dos magos adultos se subieran a él. En ese bote, había que atravesar un lago lleno de Inferis, que atacan a todo aquel que toque la superficie del agua. En el medio del lago, había una islita con una vacija. La vacija estaba llena de un veneno que actuaba lentamente, debilitando al que lo bebe. Y era imprescindible beber todo el veneno para sacar el relicario del fondo de la vacija. Una vez hecho eso, uno tenía el relicario, pero quedaba demasiado debil como para escapar. Dumbledore solo pudo robar lo que creía que era el relicario con la ayuda que Harry, que por ser un adolescente podía subir al bote, y que luego lo ayudó a escapar de la cueva. O sea que para robar el relicario -a menos que las medidas de seguridad de Voldemort fueran otras y las que debieron enfrentar Harry y Dumbledore hubiesen sido instaladas por R.A.B.-, R.A.B. tuvo que tener la ayuda de un mago más joven.
Sabemos, por la autora, que Viktor Krum, Rita Skeeter, Dolores Umbridge, el fénix Fawkes y el elfo Kreacher reaparecerán en Deathly Hallows, y que Kreacher desempeñará un rol importante.
Dos de los personajes principales morirán, aunque no está claro si al hablar de "personajes principales" Rowling hizo referencia al trío protagónico -Ron, Harry y Hermione- o a otros como Lupin, Hagrid o Tonks.
Se nos explicará por qué Dumbledore pareció alegrarse cuando supo que Voldemort había usado la sangre de Harry para recuperar su cuerpo.
Colagusano pagará al fin la deuda que tiene con Harry por haberle salvado la vida al final de El prisionero de Azkaban.

Se revelará en qué bando está en realidad Severus Snape. Yo personalmente creo que sigue siendo leal a Dumbledore y a la Orden del Fénix.
Es muy probable -o al menos eso espero yo- que Sybill Trelawney haga otra profecía “en serio”, como las que predijeron el nacimiento de Harry y el renacimiento de Voldemort.

Esas son las teorías que tengo sobre Harry Potter and the Deathly Hallows. Espero tener razón. Pero aun si me equivoco, estoy seguro de que disfrutaré leyendolo.