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jueves, 8 de marzo de 2007

Los trabajos de Hércules

El héroe griego Hércules era legendario por su fuerza física, y su imprudencia. La historia de los doce trabajos que tuvo que realizar es una de las más conocidas.

Hércules había tenido ocho hijos con su esposa Megara, y los quería mucho a todos. Pero Hera, que lo odiaba por ser fruto de uno de los muchos adulterios de Zeus y por otros motivos que no vale la pena recordar, lo volvió loco. El héroe confundió a sus hijos y a tres sobrinos suyos con enemigos, y los atacó salvajemente. Sólo dos de sus hijos y uno de sus sobrinos, Yolao, sobrevivieron. Al recuperar la cordura, Hércules se sintió horrorizado y viajó al santuario de Delfos para preguntar qué debía hacer. La pitonisa le dijo que su crimen sólo podía ser perdonado si se ponía al servicio del rey Euristeo de Micenas. Otros dicen que Hércules era amante de Euristeo y que realizó los doce trabajos para complacerlo, y otros que se comprometió a realizarlos con la condición de que Euristeo anulase una sentencia de destierro dictada contra su amigo Anfitrión. Su sobrino -y posible amante- Yolao lo acompañó para ayudarlo.
Euristeo, que odiaba y temía a Hércules, le ordenó llevar a cabo diez trabajos dificilísimos, con la esperanza de que muriera en el intento.

I. El león de Nemea
El primer trabajo que le impuso fue matar y despellejar al león de Nemea, una bestia monstruosa con una piel a prueba del hierro, el bronce y la piedra. Los habitantes de la ciudad de Nemea estaban siendo atacados continuamente por el león como castigo por haber olvidado ofrecer un sacrificio. Los ataques se hicieron tan frecuentes que los nemeos abandonaron la ciudad.
Hércules encontró al león en el monte Treto, cuando volvía empapado de sangre a su guarida. Le lanzó una andanada de flechas, pero rebotaron en la espesa piel sin hacerle daño y el león se lamió las quijadas y bostezó. Luego Hércules utilizó la espada, que se dobló como si hubiera sido de goma; finalmente levantó el mazo y descargó con él tal golpe contra el león en el hocico que el animal se introdujo en su cueva de doble boca sacudiendo la cabeza, no a causa del dolor, sino porque le zumbaban los oídos. Hércules cubrió con una red una de las entradas de la cueva y se introdujo en ella por la otra. Habiéndose dado cuenta de que el monstruo era inmune a todas las armas, decidió matarlo de la única otra forma posible: estrangulándolo. Consiguió su objetivo, aunque el león le arrancó un dedo.
Hércules llevó el cuerpo del león al palacio de Euristeo y lo depositó a los pies del rey, que se aterró hasta tal punto que le prohibió entrar a Micenas y le ordenó mostrar los frutos de sus trabajos fuera de las puertas. También ordenó que le construyeran una tumba subterránea donde se escondía cada vez que le anunciaban la llegada de Hércules, y decidió que en lo sucesivo le mandaría sus órdenes por medio de un heraldo llamado Copreo. En cuanto a Hércules, se le ocurrió la genial idea de despellejar al león con sus propias garras y durante el resto de su vida usó la piel como armadura.

II. La Hidra de Lerna
El segundo trabajo fue matar a la Hidra de Lerna, un monstruo nacido de Tifón y Equidna y criado por Hera con el exclusivo objetivo de destruir a Hércules. La Hidra tenía cuerpo de perro y un número de cabezas de serpiente que, según las distintas fuentes, era de entre nueve y diez mil, una de las cuales era inmortal. Parece que su aliento y su olor corporal eran también muy venenosos.

La diosa Atenea había reflexionado acerca de cómo Hércules podía matar mejor al monstruo y, cuando él llegó a Lerna, conducido en su carro por Yolao, le indicó dónde estaba la guarida de la Hidra. Por consejo de la diosa, obligó a la Hidra a salir arrojándole flechas ardientes y luego contuvo el aliento mientras la atrapaba. Pero el monstruo se le enroscó en los pies, en un esfuerzo para hacerlo caer. En vano le golpeaba Hércules las cabezas con su mazo, pues tan pronto como aplastaba una surgían dos o tres en su lugar. Un enorme cangrejo salió del pantano para ayudar a la Hidra y mordió a Hércules en el pie; Hércules le aplastó furiosamente la concha y gritó pidiendo la ayuda de Yolao. Yolao incendió una parte del bosque y luego, para impedir que brotaran nuevas cabezas a la Hidra, chamuscó sus raíces con ramas ardientes y así contuvo el flujo de la sangre. Utilizando una espada, o una cimitarra de oro, Hércules cortó la cabeza inmortal, parte de la cual era de oro, y la enterró, todavía silbante, bajo una pesada roca junto al camino que conducía a Elco. Le sacó las entrañas al cadáver y empapó sus flechas en la bilis. En adelante la menor herida causada por una de ellas era invariablemente mortal.
En recompensa por los servicios del cangrejo, Hera puso su imagen entre los doce signos del Zodíaco; pero Euristeo no quiso contar este trabajo como realizado debidamente, porque Yolao había proporcionado las antorchas.

III. La cierva de Cerinia
El tercer trabajo de Hércules consistió en capturar a la cierva de Cerinia, un animal consagrado a la diosa Artemisa a quien nadie había conseguido capturar a causa de su velocidad sobrenatural. Hércules no deseaba matar a la cierva, en parte porque, a diferencia de la Hidra y el león, era una criatura inofensiva y en parte por temor a ofender a la vengativa Artemisa. La persiguió incansablemente durante todo un año, y esa cacería lo llevó hasta el país de los Hiperbóreos (el nombre que en ese entonces le daban los griegos a Gran Bretaña). Cuando, agotada por fin, la cierva se refugió en el monte Artemisio, y desde allí descendió al río Ladón, Hércules disparó una flecha con la que le sujetó las patas delanteras haciéndola pasar entre el hueso y el tendón sin derramar sangre. Luego la recogió, se la puso sobre los hombros y se apresuró a volver por la Arcadia a Micenas. Sin embargo, algunos dicen que empleó redes; o que siguió la pista de la cierva hasta que la encontró dormida bajo un árbol. Artemisa salió al encuentro de Hércules y le reprendió por haber maltratado a su animal sagrado, pero él alegó que le había sido necesario hacerlo y echó la culpa a Euristeo. Así aplacó la ira de la diosa, quien le permitió llevar la cierva viva a Micenas.

IV. El jabalí de Erimanto
El cuarto trabajo consistió en capturar vivo a un jabalí feroz y enorme que frecuentaba las laderas cubiertas de cipreses del monte Erimanto. Tras una feroz batalla con los centauros, Hércules llegó al monte y se dispuso a iniciar la persecución. Apresar con vida a un animal tan salvaje era una tarea de una dificultad extraordinaria; pero él lo desalojó de un matorral con fuertes gritos, le hizo ir a un profundo ventisquero y allí saltó sobre su lomo. Lo ató con cadenas y lo llevó vivo a hombros hasta Micenas; pero cuando supo que los argonautas se reunían para su viaje a Cólquide dejó el jabalí fuera de la plaza del mercado y, en vez de esperar nuevas órdenes de Euristeo, que estaba oculto en su tumba, salió para unirse a la expedición. No se sabe quién mató al jabalí capturado, pero sus colmillos de alguna manera llegaron al templo de Apolo en Cumas, Italia, donde eran exhibidos como reliquias.

V. Los establos de Augías
El quinto trabajo de Hércules consistió en limpiar en un solo día los establos del rey Augías de Élide. En manadas y rebaños era el hombre más rico de la Tierra, pues, por designio divino, los suyos eran inmunes a todas las enfermedades e inimitablemente fértiles, y además no malparían jamás. Aunque en casi todos los casos producían hembras, Augías contaba, no obstante, con trescientos toros negros con patas blancas y doscientos toros sementales rojos; además con doce magníficos toros plateados consagrados a su padre Helio. Estos doce defendían a sus rebaños contra las fieras que merodeaban por allí, provenientes de las colinas boscosas.
En los establos y los rediles de Augías no habían recogido el estiércol desde hacía muchos años, y aunque el hedor apestoso no afectaba a los animales mismos, difundía su pestilencia por todo el Peloponeso. Además, los prados del valle estaban cubiertos por una capa de estiércol tan espesa que no se los podía arar para cultivar los cereales
Hércules saludó a Augías y se comprometió a limpiar los establos antes del anochecer, a cambio de la décima parte del ganado. Augías rió incrédulamente y llamó a Fileo, su hijo mayor, para que fuese testigo del ofrecimiento de Hércules. “Jura que realizarás el trabajo antes del anochecer”, exigió Fileo. El juramento que hizo Hércules en nombre de su padre fue el primero y el último que hizo durante toda su vida. Augías juró también que cumpliría su parte del trato.
Con la ayuda de Yolao, Hércules primero abrió la pared de los establos en dos lugares y luego desvió los ríos vecinos Alfeo y Penco, o Menio, de modo que sus aguas corrieron a través de los establos, los limpiaron y luego limpiaron también los rediles y los pastos del valle. Así Hércules realizó este trabajo en un solo día, saneando el territorio y sin siquiera mancharse el dedo meñique. Pero Augías, al enterarse por Copreo de que Hércules había limpiado los establos por orden de Euristeo, se negó a pagarle la recompensa y hasta se atrevió a negar que Hércules había cerrado un trato.
Hércules sugirió que se sometiese el caso a un arbitraje, pero cuando los jueces ocuparon sus asientos y Fileo, citado por Hércules, testimonió la verdad, Augías se levantó furioso y los expulsó a ambos de Elide afirmando que Hércules lo había engañado, pues los dioses fluviales, y no él, habían hecho el trabajo. Para empeorar las cosas, Euristeo no quiso contar este trabajo como uno de los doce, porque Hércules había estado a sueldo de Augías.

VI. Las aves de Estínfalo
El sexto trabajo de Hércules fue expulsar a un grupo de aves devoradoras de hombres, de pico, alas y garras de bronce, consagradas al dios Ares, que vivían en el pantano de Estínfalo. Allí procreaban y andaban por el agua junto al río del mismo nombre y de vez en cuando remontaban el vuelo en grandes bandadas para matar a hombres y animales descargando una lluvia de plumas de bronce y al mismo tiempo un excremento venenoso que arruinaba las cosechas.


Cuando llegó al pantano, al que rodeaba un espeso bosque, Hércules se vio en la imposibilidad de ahuyentar a las aves con flechas, pues eran demasiado numerosas. Además, el pantano no parecía lo bastante sólido para que un hombre pudiera caminar por él, ni lo bastante líquido para utilizar una embarcación. Mientras Hércules permanecía en la orilla sin saber qué hacer Atenea le dio un par de címbalos de bronce hechos por el dios Hefesto. Hércules procedió a tocarlos, produciendo tal estrépito que las aves levantaron el vuelo formando una gran bandada y enloquecidas por el terror. Según algunos, huyeron a una isla consagrada a Ares en el Mar Negro; según otros, a Arabia.

VII. El toro de Creta
El séptimo trabajo de Hércules consistió en capturar a un toro que lanzaba llamas por la boca y nariz y que hacía estragos en Creta. Según algunas fuentes, ese toro era el que se había unido a la reina Pasifae y había engendrado en ella al Minotauro. Tras una larga lucha, consiguió llevar al monstruo a Micenas, donde Euristeo lo dedicó a Hera y lo dejó en libertad. Pero Hera, quien aborrecía un don que redundaba en la gloria de Hércules, lo rechazó e hizo que lo mandaran primero a Esparta y luego Maratón, en Ática; más tarde fue llevado a Atenas por Teseo, que lo sacrificó a Atenea.

VIII. Las yeguas de Diomedes
Euristeo ordenó a Hércules, para su octavo trabajo, que se apoderara de cuatro yeguas salvajes de Diomedes, el rey de Tracia. Diomedes mantenía a las yeguas atadas con cadenas de hierro a unos pesebres de bronce y las alimentaba con la carne de sus huéspedes. Una versión de la fábula hace de ellas caballos sementales, y no yeguas, y les da los nombres de Podargo, Lampón, Janto y Deino.

Hércules fue a Tracia con varios voluntarios y logró robar las yeguas de Diomedes, a quienes llevó al mar y dejó en una loma a cargo de su amigo Abdero; luego volvió para rechazar a los tracios que corrían en su persecución. Como los otros lo superaban en número, los venció abriendo ingeniosamente un canal que hizo que el mar inundase la llanura baja, y cuando sus enemigos se dieron media vuelta y echaron a correr, él los persiguió, dejó aturdido a Diomedes con un golpe de su mazo, arrastró su cuerpo alrededor del lago que se había formado y lo puso delante de sus yeguas, que se lo comieron vivo. Una vez aplacada por completo su hambre -pues durante la ausencia de Hércules habían devorado también a Abdero- las dominó sin mucha dificultad.


Después de fundar la ciudad de Abdera junto a la tumba de Abdero, Hércules se apoderó del carro de Diomedes y unció a él las yeguas, aunque hasta entonces no conocían el freno ni la brida. Las condujo rápidamente a través de las montañas hasta Micenas, donde Euristeo las dedicó a Hera y las dejó en libertad en el monte Olimpo. Más tarde las devoraron las fieras; sin embargo, se sostiene que sus descendientes sobrevivieron hasta la guerra de Troya, e inclusive hasta la época de Alejandro Magno.

IX. El cinturón de Hipólita
El noveno trabajo de Hércules fue conseguir para Admete, la hija de Euristeo, el cinturón de oro de Ares que llevaba Hipólita, la reina de las amazonas. Las amazonas eran descendientes de Lisipe, hija de Ares y, según las distintas versiones, de su hija Otrere, de su hermana la diosa Afrodita o de una tal Harmonía. Recibieron su nombre por habitar cerca del río Amazonio, en la costa del Mar Negro. La sociedad de las amazonas era un matriarcado, donde las mujeres gobernaban e iban a la guerra y los hombres realizaban las tareas domésticas; para someterlos más fácilmente, rompían la pierna a todos los bebés varones para que crecieran rengos. Las mujeres de la tribu eran grandes guerreras, y fueron según la leyenda el primer pueblo en utilizar la caballería.
Las amazonas lograron en su momento de mayor esplendor formar un gran imperio en Asia Menor y Siria, llegando a fundar las ciudades de Efeso, Esmirna, Cirene, Sinope y Mirina, entre otras. También construyeron un templo a Artemisa que figuró entre las siete maravillas del mundo.
Hércules fue a la tierra de las amazonas junto a su amigo Teseo, rey de Atenas, y otros guerreros, pero al desembarcar la misma Hipólita le hizo una visita y, atraída por su cuerpo musculoso, le ofreció el cinturón de Ares como prenda de amor. Pero entretanto Hera había ido de un lado a otro, disfrazada de amazona, difundiendo el rumor de que aquellos extranjeros se proponían raptar a Hipólita, en vista de lo cual las guerreras, irritadas, montaron en sus caballos y se lanzaron contra el navío. Hércules, sospechando una traición, mató a Hipólita inmediatamente, le quitó el cinturón, se apoderó de su hacha y de otras armas y se preparó para defenderse. Dio muerte una tras otra a todas las caudillas de las amazonas y puso en fuga a su ejército tras una gran matanza.
Algunos dicen, sin embargo, que Melanipa, hermana de Hipólita, cayó en una emboscada y fue rescatada al precio del cinturón; o viceversa. O que Teseo se apoderó de Hipólita y regaló su cinturón a Hércules. O que Hipólita se negó a dar a Hércules su cinturón y ambos libraron una batalla campal; ella fue derribada de su caballo y él se lanzó sobre ella con el mazo en la mano y le ofreció perdonarle la vida, pero Hipólita prefirió morir antes que rendirse.

X. Los bueyes de Gerión
El décimo trabajo de Hércules consistió en llevar los famosos bueyes de Gerión desde Eritrea, una isla situada cerca de la corriente del Océano Atlántico, sin pedirlos ni pagarlos. Gerión era rey de Tartesos, en España, y tenía fama de ser el hombre más fuerte del mundo. Había nacido con tres cabezas, seis brazos y tres cuerpos unidos en la cintura. Los bueyes rojos de Gerión, animales de una belleza maravillosa, estaban guardados por el pastor Euritión, hijo de Ares, y el perro bicéfalo Ortro nacido de Tifón y Equidna.
Durante su paso por Europa Hércules mató muchas fieras y cuando por fin llegó a Tartesos erigió un par de columnas frente por frente a los dos lados del estrecho, una en Europa y la otra en África. Algunos sostienen que los dos continentes estaban unidos en otro tiempo y que él abrió un canal entre ellos, o separó los riscos; otros dicen que, al contrario, estrechó el paso existente para impedir que entraran los monstruos marinos.
Cuando se aproximó a donde estaba el rebaño, el perro Ortro corrió hacia él ladrando, pero Hércules lo mató con el mazo, y Euritrón, el pastor de Gerión, que corrió en ayuda de Ortro, murió del mismo modo. Luego Hércules se llevó el ganado. Menetes, que apacentaba el ganado del dios Hades en las cercanías llevó la noticia a Gerión. Desafiado a combatir, Hércules arremetió contra el costado de Gerión y le atravesó los tres cuerpos con una sola flecha; pero algunos dicen que se mantuvo firme y le disparó tres flechas. Como Hera se apresuró a acudir en ayuda de Gerión, Hércules la hirió con una flecha en el pecho derecho, y ella huyó. Así se apoderó del ganado sin pedirlo ni pagarlo. Tuvo muchísimos inconvenientes y aventuras antes de llevarlos a Micenas, pero sería muy agobiante recordarlos ahora.

XI. Las manzanas de las Hespérides
Heracles había realizado esos diez trabajos en el término de ocho años y un mes, pero Euristeo, descontando el segundo y el quinto, le impuso dos más. El undécimo trabajo consistió en conseguir los frutos del manzano de oro, regalo de bodas de la Madre Tierra a Hera con el que ésta se había mostrado tan complacida que lo plantó en su jardín divino. Este jardín se hallaba en las laderas del monte Atlas, donde los caballos del carro del Sol terminaban su viaje y donde las ovejas y las vacas del titán Atlas, mil rebaños de cada clase de esos animales, vagaban por los pastos de su innegable propiedad. Cuando un día descubrió Hera que las hijas de Atlas, las Hespérides, a quienes había confiado el árbol, hurtaban las manzanas, hizo que el dragón Ladón, siempre vigilante, se enroscara alrededor del árbol como su guardián.
Algunos dicen que Hércules, que desconocía la ubicación del jardín donde estaba plantado el árbol, consultó al dios oracular Nereo, que habitaba en el río Po en Italia. Otros afirman que consultó a Prometeo. En cualquier caso, le dieron la información necesaria para encontrar el jardín y un consejo: que no arrancase las manzanas personalmente, sino que emplease a Atlas, aliviándolo entretanto de su trabajo de cargar el mundo sobre sus hombros; en consecuencia, cuando llegó al Jardín de las Hespérides le pidió a Atlas que le hiciera ese favor. Atlas habría realizado casi cualquier trabajo con tal de tener una hora de respiro, pero temía a Ladón, al que Hércules mató inmediatamente con una flecha que disparó por encima de la pared del jardín. Hércules inclinó la espalda para recibir el peso del globo celestial y Atlas se alejó y volvió poco después con tres manzanas. La sensación de libertad le pareció deliciosa. “Yo mismo llevaré sin falta estas manzanas a Euristeo -dijo- si tú sostienes el firmamento durante unos pocos meses más.” Hércules simuló que accedía pero como le habían advertido que no debía aceptar oferta alguna de esa clase, pidió a Atlas que soportase el globo durante sólo un momento más, mientras él se ponía un almohadón en la cabeza. Atlas se dejó engañar fácilmente, dejó las manzanas en el suelo y volvió a ponerse el firmamento en los hombros; inmediatamente Hércules recogió las manzanas y se fue, riéndose del titán. Según Robert Graves, las "manzanas doradas" de las que se habla en este mito no eran otras que las naranjas, frutas desconocidas en Grecia, y el jardín de las Hespérides estaba situado en Mallorca.

XII. La captura de Cerbero
El último, y el más difícil, trabajo de Hércules fue sacar al perro Cerbero del Infierno, cuya puerta custodiaba. Una vez que se purificó de sus crímenes participando en los Misterios de Eleusis, Hércules descendió al Tártaro. Aterrado por Hércules, Caronte, quien tenía la función de cruzar a los condenados por el río Estigia hacia el reino de Hades, lo llevó en su barca sin cobrarle, en castigo por lo cual Hades lo tuvo encadenado durante todo un año. En el Infierno, Hércules se encontró con su amigo Meleagro, con quien charló amablemente y con quien se puso de acuerdo en casarse con su hermana Deyanira. También liberó a unos cuantos condenados amigos suyos, entre ellos Teseo, de sus tormentos y los alimentó con la sangre de algunos animales del rebaño de Hades.
Cuando Hércules pidió que le entregaran a Cerbero, Hades, quien se hallaba junto a su esposa Persefone, le contestó torvamente: “Es tuyo, si puedes dominarlo sin emplear el mazo ni las flechas”. Hércules encontró al perro encadenado a las puertas del Aqueronte y lo asió resueltamente por el cuello, del cual salían tres cabezas, cada una con una cabellera de serpientes. Cerbero levantó la cola cubierta de púas para golpearle, pero Hércules, protegido por la piel de león, no aflojó su apretón hasta que Cerbero se sintió ahogado y cedió. Se dice que cuando sacó a Cerbero del Infierno, una gota de su baba cayó a la tierra y de ella brotó una planta muy venenosa llamada acónito.

Al completar sus trabajos, Hércules quedó libre de culpa por el asesinato de sus hijos. Volvió a su hogar en Tebas, donde todavía estaba su esposa Megara. Se divorció de ella y la casó con Yolao, 17 años más joven que ella, lo cual podría ser visto como una nueva ofensa tras dejarla sin hijos, o bien como un gran favor...

1 comentario:

Anónimo dijo...

gracias su pagina me ayudo a hacer la tarea de lengua ja