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jueves, 29 de marzo de 2007

Mario y Sila (5ª parte)

Tras la muerte de Mario en el 86, el gobierno de Roma quedó en manos de Cinna, quien hizo nombrar como cónsul suplente a Lucio Valerio Flacco. Luego procedió a despojar a Sila del mando del ejército enviado contra Mitrídates y reemplazarlo con Flacco, a quien mandó con 4 legiones. Su segundo al mando era Cayo Flavio Fimbria, un hombre ambicioso e indisciplinado. Las luchas entre Fimbria y Flacco terminaron con el asesinato del cónsul en Bizancio.
Fimbria usurpó el mando del ejército y se dedicó por su cuenta a combatir a Mitrídates. Sila, por su parte, seguía con su campaña contra el rey del Ponto. La situación era inédita: dos generales combatiendo al mismo enemigo extranjero pero pertenecientes a diferentes facciones de la guerra civil. Esto significó en una ocasión la salvación para Mitrídates, pues estando sitiado en Pitiane por Fimbria, éste le pidió a Lucio Licinio Lúculo, oficial de confianza de Sila, que lo ayudara a capturarlo bloqueando con su flota el puerto de la ciudad. Pero Lúculo se negó altivamente a colaborar con un romano a quien consideraba nombrado ilegalmente, por lo que Mitrídates logró huir por mar.
Amenazado por los dos ejércitos, Mitrídates se vio obligado a abandonar Grecia en el 85. Sabiendo que sólo era cuestión de tiempo hasta que Sila o Fimbria cruzaran a Asia para derrotarlo, capturarlo y/o matarlo y conquistar su reino, Mitrídates decidió pactar con uno de ellos. Eligió a Sila tal vez por considerarlo el seguro ganador de la eventual guerra civil. En agosto, firmaron el tratado de Dárdano, en el cual Mitrídates renunció a todas sus conquistas, pero conservó el reino del Ponto.
A pesar de haber obligado a retirarse a Mitrídates en virtud del tratado, Sila sabía que el rey del Ponto seguía siendo un peligro, pero tampoco ignoraba que si él prolongaba su estancia en Asia Menor perdería la ocasión de derrotar a sus enemigos en Roma. Así que se dedicó a la guerra civil, comenzando por Fimbria, a quien persiguió con su ejército hasta obligarlo a suicidarse. Sila se negó a incorporar a sus pendencieras tropas a su ejército, dejándolas acantonadas en Asia.
Entre tanto, en Roma, Cinna había reemplazado a Flacco con Gneo Papirio Carbo como segundo cónsul. En el 84, en Ancona, mientras se preparaba para cruzar a Iliria a luchar contra Sila, sus tropas se amotinaron y lo asesinaron, tras lo cual Carbo -un hombre valiente pero inescrupuloso y venal- fue el nuevo líder de Roma.
En el 83, Sila invadió Italia. Estaba apoyado por varios nobles importantes, como Marco Licinio Craso, Appio Claudio Pulcro, Lucio Marcio Filipo y Quinto Cecilio Metello Pío (hijo de Metello Numídico). Pero el respaldo más valioso vino de Gneo Pompeyo, el carismático hijo de Pompeyo Estrabón. Pompeyo, de sólo 22 años, levantó un ejército y se unió con él a Sila, que lo aceptó encantado y le permitió convertirse en uno de los generales de la campaña pese a su corta edad. Ese 83 fue un año de victorias para Sila, pues consiguió entre otras cosas que las tropas del segundo cónsul Lucio Cornelio Escipión Asiático se pasaran a su lado masivamente y sin luchar.
En el 82 Carbo fue reelecto cónsul y junto a él nada más y nada menos que Cayo Mario el Joven, hijo de Mario. No obstante, ambos cónsules terminaron desastrosamente. Mario el Joven fue derrotado por Sila y obligado a encerrarse en la ciudadela de Praeneste, donde acabó por suicidarse. Carbo huyó a África, pero fue capturado y enviado a Pompeyo en Lilibeo, Sicilia, que lo ejecutó.
La última batalla de Sila en la guerra civil no fue contra otro ejército romano, sino contra los samnitas, liderados por Poncio Telesino; ellos deseaban impedir a toda costa que él tomase el control de Italia, recordando las atrocidades que había cometido contra ellos durante la Guerra Social. El enfrentamiento se produjo en la Puerta Colina, una de las entradas a Roma, ubicada en la parte noreste de las murallas. Fue él último combate librado por un ejército samnita en la Historia y terminó con su sonora derrota.
Sila entró en Roma y reunió a lo que quedaba del Senado para darles un discurso, pero antes de pronunciarlo, sus tropas comenzaron a asesinar a los prisioneros. Sila quería que los senadores oyeran los gritos y aullidos de los samnitas para poder intimidarlos y obligarlos a concederle lo que quisiera. Y tuvo éxito: el Senado votó para nombrarlo dictador. El cargo de dictador databa a los primeros años de la República; quienes abolieron la monarquía estaban al tanto de que en circunstancias especiales era necesario tener a un funcionario con poder absoluto, así que crearon la dictadura, un cargo que se ejercía por 6 meses y que le daba a un hombre las facultades de un rey. Pero Sila ocupó el cargo durante mucho más que 6 meses: fue dictador desde el 81 hasta el 79 antes de Cristo.
Durante este período, Sila realizó varias reformas con el objetivo de reforzar el poder del Senado a expensas del de las Asambleas y los tribunos de la plebe. A partir de su gobierno, ninguna ley podía ser sometida a la aprobación de las Asambleas sin el aval del Senado. Los tribunos de la plebe perdieron su derecho de vetar cualquier iniciativa tanto del Senado como de los demás tribunos. También se les impedía a los tribunos ocupar cualquier otro cargo público después de finalizado su mandato, con lo cual el tribunado de la plebe perdía todo su atractivo para los políticos ambiciosos. El resultado de todo esto fue la supremacía del Senado, dominado por los nobles.
También instituyó un sistema de proscripciones por el cual cualquiera que hubiera apoyado a Mario, Cinna y Carbo o incluso cualquiera que simplemente no hubiera apoyado a Sila, podía ser declarado enemigo público, asesinado y sus propiedades confiscadas. Este último punto era el más apetecible para Sila y muchos fueron proscritos con el objetivo exclusivo de quitarles sus propiedades y su dinero. Se cuenta que un caballero, al ver su nombre en la lista de proscritos, exclamó "¡Miserable de mí! ¡Me han condenado mis campos en el Monte Albano!". Fue asesinado ese mismo día, cuando volvía a su casa.
Sila incluso llegó a maltratar a sus allegados. Obligó a su hijastra Emilia -hija de su cuarta esposa Dalmática- a divorciarse de su marido Manio Acilio Glabrión, y a Pompeyo a divorciarse de su primera esposa Antistia, y luego los casó. A Quinto Lucrecio Ofela, quien había estado a cargo del sitio de Praeneste, se negó a nombrarlo cónsul. Ofela entonces fue al Foro, presentó su candidatura y dio un discurso durísimo contra Sila. El dictador, impasible, mandó a un centurión a que lo decapitara allí mismo.
Finalmente, en el 79, renunció a la dictadura y convocó a elecciones. El segundo cónsul fue Quinto Lutacio Cátulo -hijo de Cátulo César-, a quien Sila respaldaba, pero el primer cónsul fue Marco Emilio Lépido, un ex partidario de Sila que ahora lo criticaba y que era muy popular. Uno de quienes lo apoyaron fue Pompeyo, resentido con Sila por su divorcio forzado de Antistia y por otras cosas. El día de las elecciones Sila se lo encontró en el Foro y le dijo que le convenía apoyar a Lépido, el candidato más necio, contra Cátulo, el más honrado, pero que tuviera cuidado con que Lépido terminara por volverse en su contra como se había vuelto en contra del propio Sila.
Una vez abandonado el poder supremo, Sila hizo pública su relación homosexual con Metrobio y se retiró a una villa en Miseno donde antes había habitado Cornelia, madre de los Gracos. Allí se dedicó a una vida de orgías y banquetes interminables. No obstante, pese a que en teoría era un ciudadano particular, seguía siendo un hombre poderoso y temido. Plutarco cuenta que en el 78, 10 días antes de morir, utilizó su autoridad para apaciguar algunos disturbios en la ciudad de Puteoli. Incluso mandó arrestar a un tal Quinto Granio y lo hizo estrangular por evadir impuestos. Parece que justo tras dar la orden, comenzó a vomitar sangre. Murió esa misma noche, y recibió un funeral de Estado espléndido, que sólo fue superado en magnificencia por el de Julia, tía de Julio César y viuda de Cayo Mario, en el 69. En su tumba se inscribió el siguiente epitafio, escrito por el propio Sila: "El mejor amigo y el peor enemigo".
Después de su muerte, un escándalo delicioso sacudió a Roma. Tras enviudar en el 80, Sila se había casado en quintas nupcias con la joven patricia Valeria. Parece que ella era tan libertina como su esposo, pues lo acompañó a su "retiro" en Miseno sin que le molestaran las orgías de Sila con hombres y mujeres. Poco después de enviudar, Valeria dio a luz a una hija póstuma del ex dictador y huyó a Grecia con uno de sus amantes, nada más y nada menos que Metrobio.

1 comentario:

Roberto dijo...

Todo esto está muy bien comentado y documentado en el libro "El Quinto Infierno, la vida de Lucio Cornelio Sila", que editó en mayo del 2008 la editorial argentina Longseller.