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miércoles, 21 de marzo de 2007

Las seis esposas de Enrique VIII

El rey Enrique VII y su esposa Isabel de York -hija del rey Eduardo IV- tuvieron siete hijos, de los cuales cuatro llegaron a la adultez: Arturo, Margarita, Enrique y María. En noviembre de 1501 Arturo, príncipe de Gales, fue casado por Enrique VII con Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, en un intento de establecer una alianza con España. Arturo tenía 15 años y Catalina estaba a punto de cumplir 16. El matrimonio entre ambos fue brevísimo, pues Arturo murió en abril de 1502.
Enrique VII deseaba mantener la alianza con los reyes de España, así que propuso, para ahorrar tiempo, que Catalina volviera a casarse, esta vez con Enrique, hermano de su difunto esposo. A los ojos de la Iglesia, tal matrimonio hubiera sido incestuoso, pues legalmente Enrique y Catalina eran hermanos. Pero, también legalmente, un matrimonio no era válido si no se consumaba físicamente. Así que bastó que Catalina jurase que seguía siendo virgen y que Arturo nunca la había penetrado para conseguir el permiso.
No obstante, para ese entonces Enrique VII había perdido interés en la alianza con España, así que “cajoneó” la realización del matrimonio. Parece que de todos modos, el príncipe Enrique deseaba a Catalina como esposa. Así que al morir Enrique VII en abril de 1509, Enrique se convirtió en rey con el nombre de Enrique VIII; todavía no había cumplido los 18 años. En junio del mismo año se casó finalmente con Catalina, que para ese entonces ya tenía 23.
El matrimonio fue feliz durante varios años, pero el hecho de que Catalina fuese incapaz de darle a Enrique un heredero varón terminó por desbarrancarlo. Enrique y Catalina tuvieron cuatro hijos, de los cuales solo una hija, María, llegó a la adultez.
En 1525, Enrique, de 34 años, conoció a Ana Bolena, una de las damas de compañía de Catalina, que tenía 21. Al principio, Enrique intentó convertir a Ana en su amante, pero Ana se negó. Enrique había tenido muchas amantes -entre ellas la propia hermana mayor de Ana, María-, a quienes había terminado abandonando al poco tiempo. Ana no quería seguir su camino, y se negó a entregarse al rey a menos que la convirtiera en su esposa.
La obsesión de Enrique por Ana y su deseo de conseguir un heredero varón lo llevaron a pedir al Papa Clemente VII la anulación de su matrimonio con Catalina en 1527. El argumento era diametralmente opuesto al que había usado años antes para contraer el matrimonio: que Arturo y Catalina habían consumado su unión, por lo que el segundo matrimonio de Catalina con Enrique era nulo. El Papa estaba en una encrucijada: por un lado no quería ofender al rey de Inglaterra, pero por el otro era en ese entonces el virtual prisionero del emperador Carlos V, sobrino de Catalina. Así que durante varios años se negó a responder al pedido de Enrique.
Enrique VIII se separó de Catalina en julio de 1531 y se casó en secreto con Ana en enero de 1533. Harto de esperar, hizo que el arzobispo de Canterbury anulara el matrimonio con Catalina en mayo del mismo año. Hizo aprobar la Ley de Supremacía, que establecía que el rey -o sea él mismo- y no el Papa era la autoridad a la que debía responder la Iglesia de Inglaterra. Con esto, nació la Iglesia Anglicana.
Ana fue coronada reina de Inglaterra en junio de 1533, y en septiembre dio a luz a su hija Isabel. Temiendo que María, la hija de Enrique y Catalina, eventualmente le arrebatara el trono, hizo que fuese desheredada. María, de 17 años, odiaba a su madrastra, a quien llamaba “la amante de mi padre”, mientras que Ana la llamaba “la hija bastarda de mi esposo”.
En cuanto a Catalina, fue privada de su título de reina y se la trató oficialmente de viuda de Arturo, conservando sólo el título de princesa de Gales. Se la recluyó en varios castillos remotos, impidiéndole ver a su querida hija María; Enrique no hizo esto por sadismo, sino para obligarla a reconocer la nulidad de su matrimonio. Pero Catalina siempre se negó a hacer tal cosa, llamándose a sí misma en todas sus cartas y documentos, “Catalina, reina de Inglaterra”. Murió en enero de 1536; en su momento se sospechó que Ana la había envenenado. Enrique y ella no asistieron al funeral ni permitieron que María estuviera presente. Incluso parece que vistieron de amarillo tras conocer la noticia, en vez de usar las ropas negras del luto.
El matrimonio de Ana y Enrique fue feliz al principio, al igual que con Catalina. Ana aportó a la corte inglesa un toque de distinción y magnificencia -fue una suerte de Jacqueline Kennedy del siglo XVI- ausente con la anterior reina. Ana gastaba enormes sumas en joyas, vestidos y en la remodelación de sus castillos. También se rodeaba de jóvenes cortesanos, con quienes bailaba, cabalgaba, leía y escuchaba música, y a quienes daba permiso para cortejar a sus damas de compañía. La familia Bolena era rica y poderosa.
Pero Ana fue tan incapaz como Catalina de darle a Enrique un heredero varón. En 1334 su segundo embarazo terminó en un aborto espontáneo. En 1536, en el día del funeral de Catalina, Ana dio a luz prematuramente a un hijo muerto y, según los rumores, deforme. Fue el principio del fin, pues Enrique se convenció firmemente que su matrimonio con Ana era impío.
En abril de 1536 un músico al servicio de Ana llamado Mark Smeaton fue arrestado por Thomas Cromwell, el ministro más poderoso de Enrique. Él y Ana habían sido aliados (Cromwell era protestante y deseaba liberar a Inglaterra del “yugo” del Papado, por lo que apoyó el segundo matrimonio de Enrique), pero luego se convirtieron en enemigos. Bajo tortura, Smeaton confesó ser amante de la reina y dio otros cuatro nombres, entre los que estaba el propio hermano de Ana, Jorge; todos terminaron detenidos. El 2 de mayo, la propia Ana fue arrestada.
Los juicios fueron rapidísimos. Los cinco acusados de adulterio con la reina fueron ejecutados el 17 de mayo. La ejecución de Ana fue programada para el 19. Enrique hizo traer un verdugo desde Calais para que la decapitara al estilo francés (o sea, con una espada en vez de un hacha). Al saber esto, Ana comentó que el verdugo no tendría problemas el llevar a cabo su misión, pues ella tenía un cuello pequeño. También dijo que en adelante sería conocida como La Reine sans tête (“La reina sin cabeza”).
Ana afrontó la muerte con bastante calma. Dio un breve discurso en el que alabó la “clemencia” de Enrique y pidió a Dios que se apiadara de ella. El motivo de que fuese tan diplomática se debía a que quería proteger a su familia de cualquier revancha. Luego fue decapitada de un solo golpe. Su muerte fue anunciada a Enrique con un cañonazo, pues él se negó a estar presente en la ejecución.
El 30 de mayo de 1536, solo 11 días tras la muerte de Ana, Enrique, de 45 años, se casó con Juana Seymour, de 28. Juana había sido dama de compañía de Catalina y de Ana, y había atraído la atención del rey por su belleza y su buen carácter. El matrimonio de ambos fue breve, pero feliz. Juana quedó embarazada y dio a luz a un hijo, Eduardo, el 12 de octubre de 1537. El 15 hizo una aparición en público en el bautismo de su hijo, pero el 24 murió de fiebre puerperal. El hecho de que Juana fuese la única esposa capaz de darle a Enrique el heredero varón que tanto deseaba hizo que él la recordase con un inmenso cariño. Durante el resto de su reinado, incluso cuando estaba casado con otras mujeres, hizo que los pintores lo representasen junto a su tercera esposa.
Hasta 1539 Enrique siguió soltero. Habiendo conseguido al heredero varón que tanto deseaba, casarse otra vez le parecía algo inútil. Pero sus ministros, con Thomas Cromwell a la cabeza, deseaban arreglarle un matrimonio con alguna princesa europea. Cuando Cristina de Milán fue consultada, dijo que si tuviera dos cabezas se arriesgaría a casarse con Enrique, pero que sólo tenía una y no quería perderla; María de Guise, que después se casaría con James V de Escocia y sería madre de María Estuardo, también se negó.
Finalmente eligieron para él a Ana, hermana de Guillermo, duque de Cleves, uno de los nobles protestantes alemanes más ricos. Enrique estaba de acuerdo en principio con la unión, pero quería además que su esposa fuese una mujer bella, así que el pintor Hans Holbein el Joven fue enviado a Alemania a retratar a Ana. El retrato de Ana de Cleves la mostraba como una mujer bastante hermosa, lo cual satisfizo al rey y lo hizo aceptar el matrimonio.
Ana llegó a Inglaterra en los últimos días de diciembre de 1539. Enrique, impaciente por ver a su nueva esposa, fue disfrazado a verla el 1º de enero de 1540. Y cuando la vio quedó horrorizado: Ana era muy fea. Parece que Holbein le había quitado unos cuantos kilos en el retrato y había omitido el hecho de que tenía la cara marcada por la viruela. Además, no era la clase de mujer que Enrique querría como esposa: él prefería las mujeres cultas y refinadas, pero Ana, habiendo sido criada en una corte tan provinciana como la de Cleves, apenas sabía hablar inglés, sólo sabía leer y escribir en alemán, y tejer.
Enrique se casó de muy mala gana con Ana el 6 de enero, pero se negó a consumar la unión. El rey, aparte del desagrado que le inspiraba su nueva esposa, tenía otros motivos para no querer el matrimonio. En primer lugar, tenía dudas sobre la utilidad de una alianza con la Alemania protestante. En segundo lugar, había conocido a una joven muy bella llamada Catalina Howard. En tercer lugar, el odio de la nobleza hacia Cromwell, impulsor del matrimonio con Ana de Cleves, iba in crescendo y Enrique comenzaba a darse cuenta del error que cometía al hacer caso de sus consejos.
Finalmente Enrique solicitó la anulación de su matrimonio. Además de afirmar que la unión no se había consumado, argumentó que Ana se había comprometido pocos años antes con Francisco, duque de Lorena. Pese a que al final no se casaron, el contrato matrimonial entre Ana y Francisco nunca había sido formalmente disuelto, por lo que la unión de Ana y Enrique era nula desde el principio.
Ana colaboró desde el primer momento en la anulación de su matrimonio, tal vez porque a ella tampoco le gustaba Enrique o tal vez porque temía que él se deshiciera de ella de la misma forma que de su tocaya Ana Bolena. Así que cuando terminaron los trámites, Enrique fue muy generoso con su ex mujer, a quien permitió quedarse a vivir en Inglaterra, además de regalarle varios castillos y una renta anual y permitirle gozar del rango de “hermana del rey”.
Enrique se casó con Catalina Howard el 28 julio de 1540, 15 días tras la anulación de su anterior matrimonio. Ella tenía 19 años, exactamente 30 menos que el rey. El día del matrimonio fue ejecutado Thomas Cromwell.
Catalina no era tan culta como las otras esposas de Enrique, pero tenía un carácter muy alegre y chispeante. Durante el primer año de su matrimonio se dedicó a complacer a Enrique, siendo su lema “Non autre volonte que la sienne”, o sea “Ningún deseo más que el suyo”. Catalina no logró quedar embarazada, como el rey quería, pero a ninguno de los dos parecía importarles el tema.
No obstante, Catalina terminó por aburrirse de la vida conyugal y tal vez olvidando el destino de Ana Bolena, se buscó un amante. En 1541 terminó volviendo a los brazos de Thomas Culpeper, un cortesano muy atractivo, primo de su madre, con quien ella había tenido un romance poco antes de conocer a Enrique.
El rey permaneció ignorante del affaire, pero no los enemigos de Catalina en la corte. Estos acudieron a Thomas Cranmer, arzobispo de Canterbury y nuevo hombre de confianza de Enrique. Fue él quien tuvo la misión de informarle de lo que sucedía, lo que hizo el 2 de noviembre de 1541. Enrique al principio no creyó las acusaciones contra su esposa, pero ordenó al arzobispo que siguiera investigando. Francis Derenham, un ex amante de Catalina a quien ella había nombrado su secretario privado para mantenerlo contento y callado, fue arrestado por Cranmer y confesó bajo tortura sus amores con Catalina y los que ahora tenía ella con Culpeper. El 5 de noviembre Enrique fue informado de la confesión de Dereham, tras lo cual montó en cólera y exigió a los gritos una espada para ejecutar a su esposa infiel él mismo. El 12 Catalina fue arrestada; cuando le dieron la noticia, corrió al dormitorio del rey y golpeó las puertas para tratar de verlo y suplicarle perdón, pero fue llevada al calabozo por los soldados.
El 10 de diciembre de 1541 Derenham y Culpeper fueron ejecutados. Curiosamente, mientras Derenham fue destripado, castrado, descuartizado y ahorcado, Culpeper solo fue decapitado. Sus cabezas fueron clavadas en picas y permanecieron expuestas a público hasta 1546. En cuanto a Catalina, que había sido privada de su título de reina de Inglaterra el 22 de noviembre, fue ejecutada el 13 de febrero de 1542. Se comportó de forma parecida a Ana Bolena, dando un breve discurso alabando al rey y aceptando su “justo castigo”. Fue decapitada de un solo golpe y sepultada junto a Ana. Parece que poco antes de salir para el patíbulo comentó que hubiese preferido morir siendo llamada “señora de Culpeper” que “reina de Inglaterra”.
Enrique luego eligió como sexta esposa a Catalina Parr. Ella tenía 31 años y era una noble muy respetada en la corte. Es evidente que Enrique no la eligió para tener hijos (puesto que se había casado y enviudado dos veces sin tener descendencia) ni placer sexual, sino porque quería una esposa fiel y cariñosa. Fue tal vez la elección más madura que hizo Enrique en su tormentosa vida matrimonial. Se casaron en julio de 1543.
Catalina se adaptó a la perfección al rol de reina. Consiguió reconciliar a Enrique con sus hijas María e Isabel, quienes gracias a ella pudieron regresar a la corte de la que habían sido alejadas a causa de sus madres. Catalina incluso fue nombrada regente cuando Enrique viajó a Francia en 1544.
A la muerte de Enrique VIII el 28 de enero de 1547, el príncipe Eduardo ascendió al trono con el nombre de Eduardo VI. Como el joven rey tenía 9 años, era necesario nombrar a un regente. Catalina Parr hubiera podido aspirar al puesto, pero apoyó en cambio a Eduardo Seymour, el hermano de Juana Seymour, difunta madre del nuevo rey. También se casó con Tomás, hermano de Eduardo y Juana. E inesperadamente, en noviembre de 1547, la reina viuda de 39 años quedó embarazada.
Su matrimonio con Tomás Seymour sufrió una crisis cuando él intentó (y según algunos, consiguió) seducir a la princesa Isabel, que vivía con su querida madrastra desde la muerte de Enrique VIII, motivo por el cual Catalina mandó a Isabel a otro castillo. Y para completar los infortunios, Catalina murió de fiebre puerperal en septiembre de 1548, tras dar a luz a una hija en agosto.
¿Y qué sucedió con Ana de Cleves? Consiguió adaptarse tan bien a la vida en Inglaterra y ganar tanta popularidad entre el pueblo y la corte que tras la ejecución de Catalina Howard Enrique llegó a pensar en volver a casarse con ella. Se mantuvo al margen de las feroces luchas religiosas y políticas que marcaron el reinado de Eduardo VI. Cuando María Tudor subió al trono, Ana mantuvo su posición convirtiéndose al catolicismo. Murió en 1557 de causas naturales.

4 comentarios:

FrAn dijo...

Llevaba tiempo queriendo leer sobre las esposas de Enrique VIII,es un tema sobre el que tenia curiosidad aunque siempre había creido que habían sido siete u ocho.
Muchas gracias como siempre aunque sigo esperando algo sobre la historia de la Argentina, historia que tanto desconozco.
Saludos

Martín dijo...

Lamentablemente la historia argentina no es tan rica o interesante como la de otros países. Golpes de Estado, fraude electoral, desaparecidos, crisis económicas, corrupción... nada muy diferente a otros países latinoamericanos. Hay que esforzarse mucho para encontrar algo inusual.
Saludos y gracias por visitar mi blog.

Bender dijo...

Muy interesante esta historia. Me maravilla leer las atrocidades cometidas en el pasado, como clavar unas cabezas en unas picas por 4 o 5 años, o sesgar cabezas con hachas.

Las historias monárquicas antiguas son mucho más interesantes que las actuales sin duda.

Gracias por acercarnos estos retazos de historia, siempre es un placer leer estas entradas.

Anónimo dijo...

HE LEIDO "LA MAS FELIZ DE LAS MUJERES" Y "EL CRIMEN DE SU MAJESTAD" DE JEAN PLAYDY ES ALUCINANTE LA VIDA DE ESTE HOMBRE LES RECOMIENDO ESTOS LIBROS LES DEJO SALUDOS