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miércoles, 23 de mayo de 2007

Belerofonte, Pegaso y la Quimera

Belerofonte era un príncipe de Corinto, nieto de Sísifo, que se vio obligado a exiliarse tras asesinar -no sé si accidentalmente o no- a su hermano Delíades. El muchacho viajó a Tirinto, donde fue recibido por el rey Preto. No obstante, tuvo la mala suerte de que Estenebea, la esposa del monarca, se enamorase de él. Cuando Belerofonte rechazó virtuosamente sus intentos de seducirlo, Estenebea lo acusó ante Preto de haber intentado violarla (aquí hay un evidente paralelismo con los mitos de Cretéis y Peleo, Fedra e Hipólito y Filomene y Tenes, así como con el mito hebreo de José y la mujer de Putifar, recogido en la Biblia). No obstante, Preto no se animó a asesinar a Belerofonte -una de las obligaciones más sagradas en Grecia era tratar bien a los huéspedes-, así que lo envió a Yóbates, rey de Licia y padre de Estenebea, con una carta sellada que decía: “Te ruego que elimines al portador; ha tratado de violar a mi esposa, tu hija”. Pero Yóbates tampoco se atrevió a matar a Belerofonte, así que decidió deshacerse de él con un método similar al que usó Pelias para intentar quitarse de encima a Jasón: enviarlo a cumplir una misión peligrosa.
Yóbates ordenó a Belerofonte matar a la Quimera, un monstruo con cabeza de león, cuerpo de cabra y cola de serpiente que arrojaba fuego por la boca. Antes de emprender esa tarea Belerofonte consultó con el adivino Poliido, quien le aconsejó que primero capturase y domase al caballo alado Pegaso, al que las Musas criaban en el monte Helicón. Belerofonte tuvo la suerte de encontrar al caballo bebiendo en el manantial de Pirene, en Corinto (aquel que el dios fluvial Asopo hizo brotar a cambio de que Sísifo le revelara el paradero de su hija), y arrojó sobre su cabeza una brida de oro que le había regalado la diosa Atenea. Así consiguió domarlo y lo utilizó para luchar contra la Quimera. Belerofonte logró matarla con un método ingenioso: se acercó volando sobre Pegaso y la hirió con sus flechas; cuando el monstruo abrió la boca para arrojar una llamarada, Belerofonte le introdujo un pedazo de plomo. Así, el aliento ígneo de la Quimera fundió el metal, que se deslizó por su garganta y quemó sus órganos vitales.
El rey Yóbates no se mostró agradecido, sino que lo envió a luchar contra los solimos y las amazonas; no obstante, Belerofonte logró vencerlos con facilidad utilizando a Pegaso. Luego derrotó al pirata Quimároo y se dispuso a volver a Licia, esperando recibir una recompensa. Pero Yóbates, dejando de lado sus escrúpulos, ordenó a sus guardias que emboscaran y asesinaran a Belerofonte. Éste logró salvarse con facilidad, y rogó al dios Poseidón (según algunas versiones, su padre) que, como castigo a Yóbates, inundara Licia. Las mujeres del palacio de Yóbates intentaron aplacar a Belerofonte subiéndose las faldas y ofreciéndoles acostarse con ellas, pero él las rechazó. Yóbates entonces se convenció de que Belerofonte no había intentado violar a Estenebea, le pidió perdón, lo casó con su otra hija Filónoe y lo nombró heredero del trono de Licia.
Orgulloso por su éxito, Belerofonte emprendió vuelo al Olimpo sobre Pegaso. Zeus, ofendido por su vanidad, envió un mosquito que picó al caballo alado bajo la cola y lo hizo encabritarse y arrojar a Belerofonte a la tierra. El héroe, que cayó sobre un matorral de espinos, sobrevivió pero quedó rengo y ciego. Acabó sus días como un ermitaño, triste, solitario y avergonzado (un final al estilo de Jasón y Edipo). Pegaso continuó su vuelo hacia el Olimpo, donde Zeus lo utilizó como animal de carga para transportar sus rayos. El caballo sirvió a Zeus durante muchos años, y cuando murió el dios lo convirtió en constelación.

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