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jueves, 29 de marzo de 2007

Mario y Sila (5ª parte)

Tras la muerte de Mario en el 86, el gobierno de Roma quedó en manos de Cinna, quien hizo nombrar como cónsul suplente a Lucio Valerio Flacco. Luego procedió a despojar a Sila del mando del ejército enviado contra Mitrídates y reemplazarlo con Flacco, a quien mandó con 4 legiones. Su segundo al mando era Cayo Flavio Fimbria, un hombre ambicioso e indisciplinado. Las luchas entre Fimbria y Flacco terminaron con el asesinato del cónsul en Bizancio.
Fimbria usurpó el mando del ejército y se dedicó por su cuenta a combatir a Mitrídates. Sila, por su parte, seguía con su campaña contra el rey del Ponto. La situación era inédita: dos generales combatiendo al mismo enemigo extranjero pero pertenecientes a diferentes facciones de la guerra civil. Esto significó en una ocasión la salvación para Mitrídates, pues estando sitiado en Pitiane por Fimbria, éste le pidió a Lucio Licinio Lúculo, oficial de confianza de Sila, que lo ayudara a capturarlo bloqueando con su flota el puerto de la ciudad. Pero Lúculo se negó altivamente a colaborar con un romano a quien consideraba nombrado ilegalmente, por lo que Mitrídates logró huir por mar.
Amenazado por los dos ejércitos, Mitrídates se vio obligado a abandonar Grecia en el 85. Sabiendo que sólo era cuestión de tiempo hasta que Sila o Fimbria cruzaran a Asia para derrotarlo, capturarlo y/o matarlo y conquistar su reino, Mitrídates decidió pactar con uno de ellos. Eligió a Sila tal vez por considerarlo el seguro ganador de la eventual guerra civil. En agosto, firmaron el tratado de Dárdano, en el cual Mitrídates renunció a todas sus conquistas, pero conservó el reino del Ponto.
A pesar de haber obligado a retirarse a Mitrídates en virtud del tratado, Sila sabía que el rey del Ponto seguía siendo un peligro, pero tampoco ignoraba que si él prolongaba su estancia en Asia Menor perdería la ocasión de derrotar a sus enemigos en Roma. Así que se dedicó a la guerra civil, comenzando por Fimbria, a quien persiguió con su ejército hasta obligarlo a suicidarse. Sila se negó a incorporar a sus pendencieras tropas a su ejército, dejándolas acantonadas en Asia.
Entre tanto, en Roma, Cinna había reemplazado a Flacco con Gneo Papirio Carbo como segundo cónsul. En el 84, en Ancona, mientras se preparaba para cruzar a Iliria a luchar contra Sila, sus tropas se amotinaron y lo asesinaron, tras lo cual Carbo -un hombre valiente pero inescrupuloso y venal- fue el nuevo líder de Roma.
En el 83, Sila invadió Italia. Estaba apoyado por varios nobles importantes, como Marco Licinio Craso, Appio Claudio Pulcro, Lucio Marcio Filipo y Quinto Cecilio Metello Pío (hijo de Metello Numídico). Pero el respaldo más valioso vino de Gneo Pompeyo, el carismático hijo de Pompeyo Estrabón. Pompeyo, de sólo 22 años, levantó un ejército y se unió con él a Sila, que lo aceptó encantado y le permitió convertirse en uno de los generales de la campaña pese a su corta edad. Ese 83 fue un año de victorias para Sila, pues consiguió entre otras cosas que las tropas del segundo cónsul Lucio Cornelio Escipión Asiático se pasaran a su lado masivamente y sin luchar.
En el 82 Carbo fue reelecto cónsul y junto a él nada más y nada menos que Cayo Mario el Joven, hijo de Mario. No obstante, ambos cónsules terminaron desastrosamente. Mario el Joven fue derrotado por Sila y obligado a encerrarse en la ciudadela de Praeneste, donde acabó por suicidarse. Carbo huyó a África, pero fue capturado y enviado a Pompeyo en Lilibeo, Sicilia, que lo ejecutó.
La última batalla de Sila en la guerra civil no fue contra otro ejército romano, sino contra los samnitas, liderados por Poncio Telesino; ellos deseaban impedir a toda costa que él tomase el control de Italia, recordando las atrocidades que había cometido contra ellos durante la Guerra Social. El enfrentamiento se produjo en la Puerta Colina, una de las entradas a Roma, ubicada en la parte noreste de las murallas. Fue él último combate librado por un ejército samnita en la Historia y terminó con su sonora derrota.
Sila entró en Roma y reunió a lo que quedaba del Senado para darles un discurso, pero antes de pronunciarlo, sus tropas comenzaron a asesinar a los prisioneros. Sila quería que los senadores oyeran los gritos y aullidos de los samnitas para poder intimidarlos y obligarlos a concederle lo que quisiera. Y tuvo éxito: el Senado votó para nombrarlo dictador. El cargo de dictador databa a los primeros años de la República; quienes abolieron la monarquía estaban al tanto de que en circunstancias especiales era necesario tener a un funcionario con poder absoluto, así que crearon la dictadura, un cargo que se ejercía por 6 meses y que le daba a un hombre las facultades de un rey. Pero Sila ocupó el cargo durante mucho más que 6 meses: fue dictador desde el 81 hasta el 79 antes de Cristo.
Durante este período, Sila realizó varias reformas con el objetivo de reforzar el poder del Senado a expensas del de las Asambleas y los tribunos de la plebe. A partir de su gobierno, ninguna ley podía ser sometida a la aprobación de las Asambleas sin el aval del Senado. Los tribunos de la plebe perdieron su derecho de vetar cualquier iniciativa tanto del Senado como de los demás tribunos. También se les impedía a los tribunos ocupar cualquier otro cargo público después de finalizado su mandato, con lo cual el tribunado de la plebe perdía todo su atractivo para los políticos ambiciosos. El resultado de todo esto fue la supremacía del Senado, dominado por los nobles.
También instituyó un sistema de proscripciones por el cual cualquiera que hubiera apoyado a Mario, Cinna y Carbo o incluso cualquiera que simplemente no hubiera apoyado a Sila, podía ser declarado enemigo público, asesinado y sus propiedades confiscadas. Este último punto era el más apetecible para Sila y muchos fueron proscritos con el objetivo exclusivo de quitarles sus propiedades y su dinero. Se cuenta que un caballero, al ver su nombre en la lista de proscritos, exclamó "¡Miserable de mí! ¡Me han condenado mis campos en el Monte Albano!". Fue asesinado ese mismo día, cuando volvía a su casa.
Sila incluso llegó a maltratar a sus allegados. Obligó a su hijastra Emilia -hija de su cuarta esposa Dalmática- a divorciarse de su marido Manio Acilio Glabrión, y a Pompeyo a divorciarse de su primera esposa Antistia, y luego los casó. A Quinto Lucrecio Ofela, quien había estado a cargo del sitio de Praeneste, se negó a nombrarlo cónsul. Ofela entonces fue al Foro, presentó su candidatura y dio un discurso durísimo contra Sila. El dictador, impasible, mandó a un centurión a que lo decapitara allí mismo.
Finalmente, en el 79, renunció a la dictadura y convocó a elecciones. El segundo cónsul fue Quinto Lutacio Cátulo -hijo de Cátulo César-, a quien Sila respaldaba, pero el primer cónsul fue Marco Emilio Lépido, un ex partidario de Sila que ahora lo criticaba y que era muy popular. Uno de quienes lo apoyaron fue Pompeyo, resentido con Sila por su divorcio forzado de Antistia y por otras cosas. El día de las elecciones Sila se lo encontró en el Foro y le dijo que le convenía apoyar a Lépido, el candidato más necio, contra Cátulo, el más honrado, pero que tuviera cuidado con que Lépido terminara por volverse en su contra como se había vuelto en contra del propio Sila.
Una vez abandonado el poder supremo, Sila hizo pública su relación homosexual con Metrobio y se retiró a una villa en Miseno donde antes había habitado Cornelia, madre de los Gracos. Allí se dedicó a una vida de orgías y banquetes interminables. No obstante, pese a que en teoría era un ciudadano particular, seguía siendo un hombre poderoso y temido. Plutarco cuenta que en el 78, 10 días antes de morir, utilizó su autoridad para apaciguar algunos disturbios en la ciudad de Puteoli. Incluso mandó arrestar a un tal Quinto Granio y lo hizo estrangular por evadir impuestos. Parece que justo tras dar la orden, comenzó a vomitar sangre. Murió esa misma noche, y recibió un funeral de Estado espléndido, que sólo fue superado en magnificencia por el de Julia, tía de Julio César y viuda de Cayo Mario, en el 69. En su tumba se inscribió el siguiente epitafio, escrito por el propio Sila: "El mejor amigo y el peor enemigo".
Después de su muerte, un escándalo delicioso sacudió a Roma. Tras enviudar en el 80, Sila se había casado en quintas nupcias con la joven patricia Valeria. Parece que ella era tan libertina como su esposo, pues lo acompañó a su "retiro" en Miseno sin que le molestaran las orgías de Sila con hombres y mujeres. Poco después de enviudar, Valeria dio a luz a una hija póstuma del ex dictador y huyó a Grecia con uno de sus amantes, nada más y nada menos que Metrobio.

miércoles, 28 de marzo de 2007

Tapa de "Harry Potter and the Deathly Hallows"

Ayer u hoy salieron las tapas de la primera edición de Harry Potter and the Deathly Hallows, que, como saben -sabemos- los fanáticos, sale a la venta en Gran Bretaña y EUA el 21 de julio. Logré conseguir la tapa de la edición para chicos, pero no la de adultos (aunque sé que en ella aparece el relicario de Slytherin).
¿Se dan cuenta de que hay alguien detrás de Harry sosteniendo la espada? Por las orejas, diría que es un elfo doméstico (¿Kreacher o Dobby?).

Mario y Sila (4ª parte)

La guerra volvió a estallar, pero esta vez en Asia y contra Mitrídates VI del Ponto. El ex cónsul Manio Aquilio, enviado por el Senado a Anatolia con rango de procónsul, había persuadido u obligado al nuevo rey de Bitinia, Nicomedes IV, a invadir el Ponto. Es muy probable que esta invasión haya sido orquestrada por Aquilio por pura codicia: Mitrídates era uno de los reyes más ricos de Asia Menor y tal vez de toda Asia. En cualquier caso, le dio al rey del Ponto la excusa perfecta para comenzar su expansión. Mitrídates soñaba con convertir su reino en un Imperio, como Alejandro Magno, y con superar al propio Alejandro repartiéndolo entre sus hijos (recordemos que Alejandro sólo tuvo un hijo con su esposa Roxana, que fue envenenado en la adolescencia; Mitrídates, en cambio, tenía decenas de esposas y concubinas y quizá centenares de hijos).
La contraofensiva de Mitrídates contra Nicomedes y Aquilio fue devastadora. En cuestión de meses, Mitrídates logró conquistar Bitinia, Capadocia y la provincia romana de Asia. También consiguió que Grecia se sublevara a su favor. Nicomedes IV consiguió huir a Roma, pero Aquilio fue capturado por el rey del Ponto, que lo ejecutó de una forma brutal pero no exenta de justicia poética: le hizo tragar oro fundido. Mitrídates también ordenó el asesinato de todos los romanos e italianos residentes en los países que había conquistado, junto a sus esclavos. Las fuentes antiguas hablan de 80.000 muertos. Mitrídates fue lo bastante inteligente como para ordenar que fuesen las autoridades municipales quienes realizaran las matanzas en vez de sus propios hombres; así consiguió que las ciudades unieran su causa a la suya, en temor a una eventual venganza de los romanos.
Esto ocurrió en el 87. Para ese entonces, la actuación de Sila en la Guerra Social le había permitido ser elegido primer cónsul, con su consuegro Quinto Pompeyo Rufo como segundo cónsul. Al llegar las noticias de la nueva guerra en Oriente, Sila reclamó el mando (algo que le correspondía por su rango). Pero Mario, que se había recuperado del infarto, también pidió el mando de la guerra. Mario seguía siendo tratado como un paria por la nobleza, pero el pueblo había vuelto a quererlo y admirarlo, recordando sus hazañas en la guerra contra Yugurta, los cimbros y teutones, y la Guerra Social. Pronto quedó claro que si bien el Senado apoyaba sin reservas a Sila, el pueblo estaba con Mario. Y Mario supo a quien acudir para hacer valer sus reclamos: Publio Sulpicio Rufo. Sulpicio era un tribuno de la plebe conservador... pero con muchas deudas. No le fue difícil convencer al carismático Sulpicio de cambiar de bando, a cambio de librarlo de sus acreedores.
Sulpicio utilizó a las Asambleas no solo para quitarle el mando a Sila y dárselo a Mario, sino para destruir el poder del Senado. Llevó a cabo una medida muy astuta: expulsar de la Cámara a todos aquellos miembros que tuviesen deudas. Como casi todos los senadores estaban de alguna manera endeudado, el Senado quedó reducido a unas pocas decenas de miembros. Esto generó la reacción violenta de los nobles, que intentaron asesinar a Sulpicio durante una Asamblea en el Foro. Pero Sulpicio los estaba esperando con una guardia de gladiadores. Los disturbios causaron la muerte de varios ciudadanos destacados, entre ellos el joven Quinto Pompeyo Rufo, yerno de Sila. El propio Sila sólo pudo escapar de la muerte refugiándose en la casa de Mario; una vez allí, le suplicó que terminase con la violencia y desistiera de buscar el mando de la guerra contra Mitrídates, pero Mario no le hizo caso.
Sila entonces huyó de la ciudad y se encontró con sus tropas en Nola. Los soldados estaban acantonados allí a la espera de ir a Grecia a luchar contra Mitrídates; Sila los había mandado durante la Guerra Social y le eran fanáticamente leales. El cónsul los convenció sin mucha dificultad de rebelarse contra Mario y Sulpicio y marchó con seis legiones a Roma. Esta decisión fue histórica. Nunca ningún romano había llegado tan lejos como Sila; si bien Cayo Graco y Saturnino intentaron derrocar al gobierno, nunca habían recurrido a los ejércitos de Roma, sino al populacho, y además habían fracasado. Pero Sila actuó sin vacilar, abriendo una caja de Pandora.
Fue fácil para el cónsul tomar la ciudad. Mario y Sulpicio estaban tan estupefactos ante la decisión de Sila que apenas atinaron a armar un ejército irregular de esclavos y gladiadores para intentar impedirle la entrada, que fue rápida y violentamente aniquilado por las tropas profesionales de Sila. Mario debió huir a África y Sulpicio fue capturado y ejecutado; Sila aparentemente clavó en persona su cabeza en una pica, en la tribuna desde donde pronunciaba sus discursos en el Foro.
Sila condenó a Mario y sus aliados a muerte, derogó las leyes de Sulpicio y restauró el poder del Senado, tras lo cual hizo elegir nuevos magistrados. No tuvo suerte: si bien el primer cónsul, Gneo Octavio, era partidario suyo, el segundo cónsul, Lucio Cornelio Cinna, y la mayoría de los tribunos de la plebe eran partidarios de Mario. Tal vez creyendo que Octavio y el Senado serían capaces de controlar a Cinna y a los tribunos o tal vez harto de Roma y sus intrigas, Sila dejó las cosas como estaban y fue a luchar contra Mitrídates.
Apenas se fue, Cinna comenzó su enfrentamiento contra Octavio y los conservadores. El enfrentamiento pronto se volvió violento, y Cinna y los tribunos fueron expulsados de Roma. Pero Cinna no estaba derrotado, ni tampoco Mario. Y mientras Cinna reunía tropas en Italia para reconquistar Roma, Mario reunió algunas tropas en África y viajó a la península. Allí, consiguió que muchísima gente se uniera a su ejército gracias a la popularidad de la que todavía gozaba. Mario y Cinna unificaron sus tropas, a las que se añadió un contingente de soldados samnitas que decidieron apoyar a su facción en la guerra civil.
En Roma, el ejército de Pompeyo Estrabón intentó evitar la invasión. Pero la causa de los conservadores quedó perdida cuando Pompeyo Estrabón murió abatido por un rayo, con lo cual sus tropas se dispersaron. Mario y Cinna tomaron Roma y se hicieron reelegir cónsules: se trataba del séptimo consulado que le habían profetizado a Mario.
Mario desató una purga sanguinaria en la ciudad. Centenares de sus enemigos fueron asesinados salvajemente, entre ellos Octavio, Cátulo César, Antonio Orator y otros. Los cadáveres de los asesinados eran decapitados y arrojados a las calles; las cabezas de los más importantes eran exhibidas en el Foro clavadas en picas, como la de Sulpicio. Los soldados que fueron utilizados para la masacre, llamados bardiotas, terminaron por asesinar, robar y violar por capricho, totalmente descontrolados.
Al final, Cinna, harto de la matanza, le puso fin atacando con sus propias tropas, que no habían participado, el campamento de los bardiotas mientras ellos dormían y pasandolos por armas. Mario, por su parte, se sentía atormentado por los remordimientos y las pesadillas, por lo que intentó disiparlos con el vino. Su salud física y mental empezó a deteriorarse. Delirante, daba órdenes a sus sirvientes como si fuesen soldados y estuviesen luchando contra Mitrídates. Murió a los 17 días de haber asumido su séptimo consulado (hay que señalar que el número 17 era de mala suerte para los romanos, como el 13).

martes, 27 de marzo de 2007

Mario y Sila (3ª parte)

Mario había entrado en una etapa de ostracismo político. Su influencia en Roma estaba en declive. Fue incapaz de hacer que lo eligieran censor y tampoco pudo impedir el regreso de su enemigo Metello Numídico del destierro al que había sido enviado por Saturnino.
Como no quería presenciar la vuelta triunfal de su adversario, decidió viajar a Oriente. Dio como excusa un voto a la Madre Tierra que debía cumplir peregrinando a uno de sus templos en Asia Menor, pero Plutarco afirma que el verdadero motivo, aparte de lo de Metello Numídico, fue provocar una guerra entre Roma y el rey Mitrídates VI del Ponto. Así, creía él, recibiría el mando de dicha guerra y podría recuperar su popularidad e influencia. Mitrídates era un émulo de Alejandro Magno famoso por haberse inmunizado contra todos los venenos tomando pequeñas dosis que iba incrementando poco a poco. Se rumoreaba que soñaba con expandir su reino y conquistar todo Oriente. Se había expansionado hacia el norte y el este del Mar Negro y ahora codiciaba a un reino vecino al suyo, el de Capadocia.
Mario fue recibido por el rey, y pese a que fue tratado con gran cortesía, el viejo general trató a Mitrídates con una franqueza dura a la que no estaba acostumbrado. Llegó a decirle que debía o hacerse más poderoso que Roma o hacer lo que Roma le ordenase.
En cuanto a Sila, fue elegido pretor en el 97, pero solo mediante una masiva compra de votos. Parece que durante su pretura le dijo a un ciudadano insolente que usaría contra él toda su autoridad, a lo que él contestó: "Muy bien haces en llamarla tuya, pues la has comprado".
Al año siguiente, fue desginado gobernador de la provincia de Cilicia, en Asia Menor. Allí fue el primer representante del Imperio Romano en entrevistarse con representantes del Imperio Parto. En esa histórica reunión pública, Sila se sentó en el medio, entre Orobazo, el embajador parto, y el embajador del Ponto. Al regresar a la corte del rey parto, Orobazo fue ejecutado por haberle permitido a Sila ocupar el lugar de honor.
Sila regresó a Roma en el 92, justo a tiempo para presenciar la crisis política causada por el tribuno de la plebe Marco Livio Druso. Druso deseaba legislar la plena ciudadanía romana para todos los italianos, algo que los políticos más conservadores de Roma no estaban dispuestos a permitir. Los italianos se entusiasmaron con la la iniciativa de Druso, pero sus esperanzas se vieron frustradas cuando, en el 91, el tribuno fue asesinado.
En el 90, los pueblos de la Península llegaron a la conclusión de que jamás podrían ser ciudadanos romanos, así que optaron por crear un Estado italiano independiente. La guerra entre los rebeldes y Roma fue muy corta, pero devastadora. Ambos ejércitos estaban formados por tropas curtidas y había comandantes bien preparados en los dos bandos. En el 90, en el frente norte, fueron derrotados y muertos el cónsul Publio Rutilio Lupo y el pretor Quinto Servilio Cepión (hijo de quien robó el oro de Tolosa y perdió la batalla de Arausio), tras lo cual Mario se hizo cargo de sus fuerzas. En el frente sur, mandaba el ejército el otro cónsul, Lucio Julio César, con Sila como su oficial de confianza.
Mario por un lado y Lucio César y Sila por el otro consiguieron infringirle varias derrotas a los ejércitos italianos. Pero Mario sufrió un infarto y debió ser relevado por los dos cónsules del año 89, Lucio Porcio Catón y Gneo Pompeyo Estrabón Carnifex al mando de las tropas del frente norte; Lucio Catón fue derrotado y muerto poco tiempo después, con lo que Pompeyo Estrabón quedó como único comandante. En cuanto al frente sur, quedó en el 89 en manos de Sila.
Para el año 88, practicamente todos los pueblos rebeldes habían sido vencidos o se habían rendido. Había contribuido a esto la ley Julia, dictada por Lucio César en el 90, que concedía la ciudadanía romana a los italianos que no se hubieran alzado en armas contra Roma y contra todos aquellos que abandonaran la lucha en un plazo determinado. También había pesado la eficacia y la brutalidad inhumana con la que habían encarado la guerra Sila y Pompeyo Estrabón (que recibió entonces el sobrenombre de "Carnifex", que significa "carnicero" en latín). Los únicos que seguían peleando eran los belicosos samnitas, pero ya por su cuenta y no como representantes del efímero Estado italiano; de todos modos, su amenaza estaba limitada a unos pocos focos de resistencia.
La península quedó devastada por el conflicto, conocido como la Guerra Social (no por la sociedad, sino por el término socius, que significa "aliado" en latín). Y los pobres italianos y romanos no sabían que estaban a las puertas de un nuevo conflicto, la guerra civil entre Cayo Mario y Lucio Cornelio Sila.

lunes, 26 de marzo de 2007

Mario y Sila (2ª parte)

Lucio Cornelio Sila nació en el 138 antes de Cristo. Pertenecía a la gens patricia de los Cornelios, pero su rama no estaba entre las más destacadas. La falta de dinero había terminado por hundir en la oscuridad a los Cornelios Sila, mientras que otras ramas como los Cornelios Léntulos o, sobre todo, los Cornelios Escipiones, llegaban a los más altos puestos.
La infancia, adolescencia y juventud de Sila estuvieron marcadas por la pobreza y por el desenfreno sexual en partes iguales. Plutarco cuenta que, años más tarde, siendo dictador, Sila estaba juzgando a un liberto, y éste le dijo: "Sila, ¿no me recuerdas? Tu y yo vivíamos en el mismo edificio, salvo que yo habitaba el piso de arriba y pagaba 2.000 sestercios de alquiler y tu el de abajo y pagabas 3.000". Plutarco no dice que pasó después con el liberto, aunque es de suponer que Sila lo haya castigado con dureza.
Sila creció entre prostitutas, actores, gladiadores, bailarines/as, etc. No era la clase de compañías adecuadas para un joven patricio romano, en cualquier caso. Fue en esta época que Sila comenzó un romance con un joven actor que después llegaría a la fama interpretando papeles femeninos, llamado Metrobio. También tuvo amores con Nicopolis, una ex prostituta griega muy adinerada.
Según Plutarco, Sila consiguió salir de esa situación gracias a la muerte de su madrastra y de Nicopolis, que le dejaron suficiente dinero como para gozar del estilo de vida que le correspondía por nacimiento y comenzar una carrera política. En El primer hombre de Roma, de Colleen McCullough, Sila aparece como envenenador de ambas mujeres, pero Plutarco -que no elogia precisamente a Sila en Vidas paralelas- no menciona ninguna sospecha al respecto. Se sabe, de todos modos, que muchos vieron con malos ojos este ascenso repentino. Plutarco cuenta que un ciudadano muy respetado, al verlo pavonearse en el Foro, le dijo "¿Cómo puedes ser hombre de bien tú, que, no habiéndote dejado nada tu padre, tienes ahora tanta hacienda?".
El joven patricio, pese a las murmuraciones, consiguió subir el primer peldaño de su cursus honorum gracias, irónicamente, a Mario: elegido cuestor, sirvió en su flamante ejército de proletarios en el 107, cuando fue enviado a luchar contra Yugurta. Resultó ser un militar bastante talentoso y Mario le encomendó varias misiones cada vez más importantes.
Finalmente, en el 106, Sila se entrevistó con el rey Bocco de Mauritania. Bocco era, según algunas versiones, yerno, y según otras, suegro de Yugurta, y había establecido una alianza con él en el 108. No era una alianza muy estable, pese al vínculo matrimonial (fuese cual fuera ese vínculo). Bocco sólo aceptó aliarse con Yugurta cuando su suegro/yerno le prometió cederle parte de Numidia. Pero las victorias de Mario sobre Yugurta terminaron por hacer que Bocco se mostrase favorable a un acuerdo con los romanos. Mandó emisarios a Mario y éste respondió mandando a Sila. Su objetivo era convencer a Bocco de ayudar a los romanos a capturar a Yugurta. El patricio actuó con gran inteligencia y diplomacia en un contexto difícil, pues Bocco dudaba entre traicionar a Yugurta entregándolo a Sila o traicionar a Sila entregándolo a Yugurta. Pero pronto vio que entregando a Yugurta la guerra terminaría y no debería temer ninguna represalia, ni de la derrotada Numidia ni de su nueva aliada Roma.
Yugurta fue capturado por las tropas mauritanas y entregado a Sila, quien ganó una enorme fama como consecuencia de su hazaña. Si bien la victoria le correspondía a Mario por ser el comandante, muchos en Roma veían a Sila como su auténtico artífice. Sila no mejoró las cosas con el excesivo orgullo que lo embargó; incluso se hizo hacer un anillo donde aparecía representado Yugurta siéndole entregado por Bocco.
Mario ya no tenía tanta confianza en su subordinado. Tras la derrota de los ejércitos de Gneo Malio Máximo y Quinto Servilio Cepión en la batalla de Arausio en el 105, Mario fue reelecto cónsul in absentia y se le concedió el mando de la guerra contra los cimbros y los teutones. La amenaza de las tribus bárbaras continuó durante varios años, pues Mario no quería correr a la batalla como lo habían hecho los demás generales derrotados. Y durante ese tiempo Mario fue reelecto cónsul año tras año. En el 102 el ejército de Mario se enfrentó al de los teutones en la batalla de Aquae Sextiae y los derrotó.
Sila lo acompañó como miembro de su estado mayor, pero las cosas no eran las mismas entre el general y su oficial. Mario le encomendaba tareas necesarias pero poco destacadas. En el 102 el segundo cónsul Quinto Lutacio Cátulo César había sido enviado al mando de un ejército propio para ayudar a Mario. Sila vio su oportunidad e hizo que lo transfirieran al estado mayor de Cátulo César. Allí se convirtió en la mano derecha del cónsul, y Plutarco afirma que de hecho él era quien mandaba su ejército. En el 101 Mario y Cátulo César se enfrentaron a los cimbros en la batalla de Vercellae, que terminó con una gloriosa victoria para Roma. Y si bien la amenaza de los bárbaros había terminado, Mario fue reelecto cónsul para el año siguiente.
Este sexto consulado no fue fácil para Mario. Su aliado, el tribuno de la plebe Lucio Apuleio Saturnino, se había pasado de rosca con sus reformas. Mario había necesitado al carismático Saturnino para conservar el apoyo de las Asambleas mientras estaba en guerra, pero una vez regresó a Roma, vio que "su" tribuno había causado un enorme caos y crispación en el ambiente político. La violencia estalló poco antes de las elecciones de magistrados para el año 99. Había tres candidatos a cónsul con posibilidades: Marco Antonio Orator (abuelo del triúnviro Marco Antonio), Cayo Memio y Cayo Servilio Glaucia, amigo de Saturnino. Cuando Memio fue asesinado a golpes por una banda de seguidores de Glaucia, el Senado declaró a Glaucia y Saturnino enemigos públicos y ordenó a Mario castigarlos.
Obligado a obedecer, Mario tuvo que aliarse con sus antiguos enemigos, los conservadores, para reprimir a sus antiguos aliados. Hubo una batalla en el Foro, tras la cual Saturnino y los suyos se atrincheraron en el Capitolio. Mario los convenció de que se rindieran, prometiéndoles que sus vidas serían perdonadas; cuando lo hicieron, el cónsul los encerró en la Curia Hostilia, el edificio donde celebraba sus sesiones el Senado. Pero un grupo de jovenes nobles enardecidos subió al techo de la Curia, arrancó las tejas y asesinó a los prisioneros -entre ellos a Saturnino- arrojándoselas con letal puntería. Glaucia, que había huido a su casa, fue arrastrado a la calle y asesinado. Los responsables nunca fueron castigados.
La paz volvió a Roma, pero Mario había quedado muy desgastado políticamente. Los nobles lo consideraban responsable del surgimiento de la figura de Saturnino, y el pueblo lo consideraba responsable de su caída. En ambos casos, tenían razón.

domingo, 25 de marzo de 2007

Mario y Sila (1ª parte)

El período de la decadencia y caída de la República es, sin duda, uno de los más apasionantes de la historia de Roma. Generalmente la desaparición de un sistema político se debe a la mediocridad extrema de sus dirigentes, pero no fue así con la República romana: las tres últimas generaciones de líderes políticos republicanos fueron, tal vez, las más brillantes de todas las que gobernaron Roma y su Imperio. Fue su talento -unido a la ambición- y no su incompetencia lo que llevó a que la República se desgarrara a causa de las guerras civiles. La primera de estas se produjo a principios del siglo I antes de Cristo y estuvo protagonizada por Cayo Mario y Lucio Cornelio Sila.
Mario nació en el 157 antes de Cristo en el pueblo de Arpino, en el sur del Lacio. La población del pueblo había recibido la ciudadanía romana recién en el 188, pero su cercanía con la frontera entre el Lacio y el Samnio hacía que sus habitantes -Mario incluido- fuesen vistos como medio samnitas y medio latinos. Según Plutarco, los padres de Mario eran jornaleros, pero hay pruebas de que en realidad pertenecían a la aristocracia de Arpino. No obstante, eso no significaba mucho entre los aristócratas de Roma.
La leyenda dice que, siendo adolescente, Mario encontró un nido de águila con siete pichones -se sabe que las aguilas no tienen normalmente tantas crias-, lo cual fue interpretado como signo de que llegaría a ser elegido cónsul siete veces.
En el 134, el joven Mario estaba sirviendo como cadete al mando de Publio Cornelio Escipión Emiliano en el sitio de Numancia, en Hispania y se candidateó a tribuno militar para el año siguiente (en Roma todos los magistrados asumían el 1º de enero). Según Salustio, los votantes en Roma lo eligieron exclusivamente a causa de sus hazañas en Numancia. Parece que era uno de los tribunos favoritos de Escipión Emiliano, que lo invitaba con frecuencia a cenar en su tienda con sus amigos. En una de esas veladas, según Plutarco, uno de los comensales le preguntó a Escipión Emiliano quién sería el nuevo caudillo militar de Roma cuando él ya no estuviese, a lo que Escipión Emiliano contestó "Tal vez él", señalando a Mario. No lo dijo muy en serio, pero su ¿profecía? terminó por cumplirse: tras la muerte de Escipión Emiliano en el 129 ninguno de los demás generales romanos logró estar a su altura hasta que Mario tuvo su primer mando militar importante.
Mario fue elegido cuestor en el 122 y tribuno de la plebe en el 120. Logró ser elegido gracias al apoyo de la poderosa familia de los Cecilios Metellos, líderes de la facción conservadora de la nobleza; pero apenas comenzó su período en el cargo, en el 119, se dedicó a llevar a cabo su propia agenda política, muy alejada de la de sus aliados. Se sabe que utilizó su veto contra muchas iniciativas de los Cecilios Metellos y en defensa de las leyes de los hermanos Graco.
Ahora los Cecilios Metellos eran sus enemigos. Su influencia impidió que fuese electo edil curul y edil plebeyo, y a causa de ella a duras penas pudo ser elegido pretor en el 116, siendo el que menos votos obtuvo. Y por si fuera poco, al poco tiempo de esa victoria tan ajustada fue acusado de compra de votos por los Cecilios Metellos; paradójicamente, Mario debió sobornar al jurado para ser absuelto del cargo de sobornar a sus votantes. Su año como pretor pasó sin pena ni gloria; cuando lo enviaron como gobernador a la Hispania Ulterior en el 114 llevó a cabo una operación militar pequeña pero muy efectiva contra las tribus que asolaban su provincia.
La fortuna de Mario cambió cuando alrededor del 110 se casó con Julia, una mujer de la familia patricia de los Julios Césares. Fue un matrimonio por conveniencia -Mario necesitaba una esposa de gran linaje y los Julios Césares tal vez requirieran su dinero-, pero parece que fueron bastante felices juntos. Aproximadamente en el 109 ella le dio un hijo, Cayo Mario el Joven.
El casamiento de Mario y Julia parece haber reducido la desconfianza y la hostilidad de la nobleza hacia él. Signo de ello fue que en el 109 Quinto Cecilio Metello lo llevara como oficial a su campaña contra el rey Yugurta de Numidia, en África. Mario sirvió bajo el mando de Metello con gran eficacia y en el 108 pidió permiso a su general para volver a Roma y candidatearse a cónsul. Pero Metello, contra todas sus espectativas, se negó, diciéndole burlonamente que haría mejor en esperar unos años y candidatearse a cónsul junto con su hijo, entonces de unos 20 años. Parece que Metello le guardaba entonces rencor por haberlo obligado a ejecutar a un amigo suyo llamado Turpilio, que había sido supuestamente sobornado por Yugurta para permitir la sublevación a su favor de la ciudadela de Baga.
Mario entonces se dedicó a ganarse la lealtad de las tropas a su mando, relajando la disciplina, y el apoyo de los comerciantes italianos en África, que deseaban el pronto fin de la guerra con Yugurta para poder reanudar sus negocios, prometiéndoles que si él conseguía el mando terminaría el conflicto rápidamente.
Finalmente Metello lo dejó ir a Roma, cuando solo faltaban 12 días para las elecciones. Pero Mario logró hacer el viaje con una rapidez pasmosa: viajó desde el campamento a Útica en 2 días y de Útica por mar a Italia en 4. Esta travesía le ganó la atención del electorado, lo mismo que sus feroces críticas a Metello y su promesa de capturar a Yugurta vivo o muerto. Mario terminó siendo elegido cónsul, pero eso no alcanzaba para privar a Metello del mando de la guerra. El Senado tenía el monopolio de las decisiones en materia de política exterior y militar, y sus miembros apoyaban plenamente a Metello. Entonces Mario decidió pasar por encima del Senado y apelar directamente a las Asambleas. Fue una medida sin precedentes que tomó a todos por sorpresa y fue coronada con el éxito: el cónsul Mario fue nombrado comandante de la guerra contra el rey Yugurta. Como premio consuelo, Metello recibió un Triunfo por su campaña en Numidia (una campaña que quizá con el tiempo hubiera concluido exitosamente) y el sobrenombre de "Numídico".
Mario tenía el mando, pero necesitaba más tropas. Hay que explicar el sistema de reclutamiento que usaban los romanos en ese momento. Los únicos que podían servir en el ejército eran aquellos que poseían propiedades, en especial los pequeños terratenientes; estos soldados pagaban por su vestimenta y sus armas, y el Estado solo los alimentaba. Al terminar la campaña, podían volver a sus actividades normales. Pero en las décadas pasadas, la proliferación de grandes latifundios unida a la incompetencia de los generales, que perdían miles de soldados en batallas desastrosas, había hecho que esta clase de reclutas mermase. Mario tomó una nueva decisión sin precedentes: hizo aprobar una ley que le permitía reclutar soldados entre el proletariado, entre aquellos que eran demasiado pobres como para formar parte de la milicia. El Estado ahora les pagaba alimentos, ropa, armas y un pequeño sueldo.
Esta medida tuvo efectos inesperados. No es que el reclutamiento de proletarios no se hubiese hecho antes, pero siempre había ocurrido en circunstancias excepcionales. Mario institucionalizó el nuevo sistema, por lo que desde ese momento, los ejércitos de Roma estuvieron compuestos en su mayoría por soldados proletarios. La principal repercusión del nuevo ejército surgido a partir de la reforma de Mario fue el desarrollo de las clientelas militares y de los ejércitos vinculados a un general en el que confiaban y que, en definitiva, era quien podía proporcionarles medios de subsistencia y tierras al ser licenciados. Esto terminaría por crear una lealtad enorme de las tropas hacia sus generales, que terminaría, como se verá más tarde, perjudicando al propio Mario cuando se enfrentase a Sila.

sábado, 24 de marzo de 2007

Asclepio, padre de la medicina

Asclepio era hijo del dios Apolo y de una mujer llamada Corónide. Corónide estaba embarazada de él cuando Apolo se fue a Delfos, dejando a un cuervo para que la vigilara. Pero el cuervo observó impasible mientras Corónide se acostaba con un tal Isquis, por lo que Apolo lo castigó cambiando el color de sus plumas del blanco original al negro. En cuanto a Isquis y Corónide, fueron asesinados a flechazos por Artemisa a instigación de Apolo. Después, al contemplar el cadáver de Corónide mientras lo preparaban para cremarlo, Apolo se arrepintió. Como no podía devolverle la vida, hizo que Hermes sacara a su hijo nonato del útero. Apolo lo bautizó Asclepio y lo entregó al sabio centauro Quirón para que lo criara.
Asclepio aprendió el arte de la curación en parte de su padre biológico Apolo y en parte de su padre adoptivo Quirón. Llegó a ser tan hábil en la cirugía y en el empleo de medicamentos que se lo consideró el fundador de la medicina. No sólo curaba a los enfermos, sino que además Atenea le dio dos redomas con sangre de la Gorgona Medusa; con la extraída de las venas de su lado izquierdo podía resucitar a los muertos, con la extraída de su lado derecho podía matar instantáneamente. Otra versión dice que Atenea solo le dio la redoma con la sangre curativa, y que se quedó ella misma con la redoma de sangre venenosa. Asclepio también fue padre de dos médicos famosos, Podalirio y Macaón, que atendieron a los griegos durante el sitio de Troya.
Muchos héroes fueron resucitados por Asclepio, entre ellos Tíndaro (padre de Helena, Clitemnestra, Cástor y Pólux), Glauco (hijo del rey Minos de Creta), Hipólito y Orión. Según algunas versiones, fue esta última resucitación la que colmó la paciencia de Zeus, que había estado recibiendo continuas quejas de su hermano Hades, que protestaba porque las actividades de Asclepio estaban reduciendo la población del Infierno. En un momento de furia mató a Asclepio y a Orión con un rayo. Luego se arrepintió -después de todo, se trataba de su propio nieto- y puso su imagen entre las estrellas, donde aparece sosteniendo una serpiente para extraerle el veneno. Asclepio, como se sabe, más tarde fue adorado por los griegos y romanos (que lo llamaban Esculapio), como dios de la medicina.

viernes, 23 de marzo de 2007

"Diamante de sangre" (2006)

Diamante de sangre es una película que me ha causado sentimientos encontrados. Por un lado considero que tiene un enorme valor testimonial, pero por el otro tiene un mensaje que me causa un profundo rechazo.
El film transcurre en Sierra Leona en 1999, en medio de una de las interminables guerras civiles entre el gobierno de turno y la guerrilla del RUF. Un pescador llamado Solomon Vandy (Djimon Hounsou) es tomado prisionero por el RUF y enviado a buscar diamantes, mientras que su esposa y sus hijos consiguen escapar. Vandy encuentra un enorme e invaluable diamante y en vez de entregarlo a sus patrones, lo esconde. Aunque su engaño es descubierto por los guerrilleros, Vandy tiene la suerte de que el campamento es atacado por las fuerzas del gobierno antes de que ellos puedan ultimarlo. El diamante queda enterrado en un lugar del campamento que solo Vandy conoce.
En la cárcel, Vandy se encuentra con Danny Archer (Leonardo Di Caprio), un traficante de diamantes que descubre su secreto y le ofrece ayudarlo a encontrar a su familia a cambio de la piedra. Vandy acepta el trato de mala gana. No obstante, Archer y Vandy no son los únicos que están al tanto de la existencia del diamante, y todos están dispuestos a acudir a cualquier recurso para conseguirlo. Incluso la vida del hijo de Vandy, Dia, tomado prisionero por el RUF y entrenado para convertirse en niño soldado.
Por un lado, Diamante de sangre ilustra muy bien los problemas que desde hace décadas aflijen al continente africano: guerras civiles, corrupción, autoritarismo, miles de refugiados deambulando de un lado para otro... Muchos de estos asuntos eran casi desconocidos para mí antes de verla, y le agradezco el haberme hecho tomar conciencia del tema. Pero por el otro tiene una visión muy paternalista de las relaciones entre negros y blancos. Incluso en una parte de la película, uno de los personajes (negro) se pregunta si los negros no serán incapaces de gobernarse y llega a afirmar que cuando gobernaban los blancos las cosas eran mejores. Tanto "negros malos" como "negros buenos" parecen estar siempre a merced de los blancos, capaces de engañarlos y manipularlos con facilidad. Hasta el personaje de Maddy Bowen (Jennifer Connelly), que hace unas cuantas observaciones muy lúcidas, parece tener esta visión de los negros.
En cualquier caso, considero que Diamante de sangre debe ser calificada con un 8,50.

jueves, 22 de marzo de 2007

Orión

Orión era un cazador de Beocia de quien se decía que era el más bello de los mortales (aunque lo mismo se decía de Adonis, Paris, Ganímedes y muchos otros personajes de los mitos griegos). Hay dos versiones sobre su nacimiento. Una afirma que el héroe era hijo del dios Poseidón y de una tal Euríale. Otra nos los presenta con el nombre de “Urión” y como hijo de un labrador llamado Hirieo. Parece que Hirieo se había negado por algún motivo a tener hijos con su esposa, y al llegar a la vejez se arrepintió de su decisión. Zeus y Hermes le dijeron que sacrificase un toro, orinase en su piel y luego la enterrase en la tumba de su esposa. Él lo hizo y 9 meses después encontró allí a un bebé al que llamó Urión (“el que orina”) a causa del modo en que había sido concebido.
En cualquier caso, Orión/Urión se había enamorado de Mérope, hija de Enopión, hijo del dios Dionisio (no debe ser confundida con la hija de Atlas y esposa de Sísifo). Enopión le prometió la mano de su hija si mataba a todas las bestias de la isla de Quíos, donde vivían. Orión llevó a cabo la tarea con gran eficacia, pero Enopión dijo que circulaban rumores de que todavía se escondían algunas fieras en el monte y se negó a dejarlo casarse con su hija. La verdad es que Enopión estaba enamorado de ella y había decidido que si él no podía tenerla, nadie lo haría.
En una borrachera, Orión entró al cuarto de Mérope y la obligó a acostarse con él. Cuando a la mañana siguiente Enopión descubrió lo ocurrido, se enfureció. Pero como sabía que Orión era joven y fuerte, decidió acudir a su padre Dionisio para conseguir venganza. El dios envió a unos sátiros para que le dieran más vino a Orión. Cuando el muchacho se quedó dormido, Enopión lo dejó ciego.
Orión acudió al oráculo de Délos, que le dijo que recuperaría la vista si viajaba la parte más oriental del océano -que para los griegos era el este del Mar Negro- y volvía sus ojos hacia Helio, el dios solar, en el momento en que salía con su carro de fuego a recorrer la Tierra. Con la ayuda de Cedalión, un joven aprendiz de herrero de la isla de Lemnos que le sirvió de lazarillo (y que, para quien conoce los mitos griegos, probablemente era también su amante), Orión cumplió las instrucciones y no solo recuperó la vista sino que consiguió una nueva novia, la diosa de la aurora Eos, hermana de Helios, que se enamoró de él.
Tras visitar Délos en compañía de Eos para dar las gracias, Orión volvió a Quíos buscando vengarse de Enopión. No lo pudo encontrar, porque él se había escondido en una cámara subterránea construida por el dios Hefesto.
Orión decidió continuar la búsqueda en Creta, donde se encontró con Artemisa. La diosa lo convenció de renunciar a su venganza y a salir a cazar con ella. La verdad es que se había enamorado de él y es posible que hubiesen terminado juntos de no haber sido por su hermano Apolo. Al igual que tantos otros hermanos celosos, Apolo quería “proteger” la castidad de su hermana. Así que le mandó a un escorpión gigante, esperando que lo matara. Orión utilizó sus armas contra el monstruo, pero la coraza era demasiado fuerte. Entonces Orión saltó al mar y nadó hacia Délos para pedirle ayuda a Eos.
Apolo, astutamente, le dijo a Artemisa: “¿Ves ese objeto negro que se mueve en el mar, allá lejos, cerca de Ortigia? Es la cabeza de un malvado llamado Candaor, que acaba de seducir a Opis, una de tus sacerdotisas. Te desafío a que lo atravieses con una flecha”. Hay que explicar que “Candaor” era el apodo por el cual era conocido Orión en Beocia. Artemisa aceptó gustosa el desafío y mató a Orión de un flechazo en la cabeza. Al acercarse al cadáver se dio cuenta del terrible error que había cometido. Suplicó a Asclepio que lo reviviera, pero Zeus lo impidió. Entonces ella puso su imagen entre las estrellas, junto con la del escorpión.

miércoles, 21 de marzo de 2007

Las seis esposas de Enrique VIII

El rey Enrique VII y su esposa Isabel de York -hija del rey Eduardo IV- tuvieron siete hijos, de los cuales cuatro llegaron a la adultez: Arturo, Margarita, Enrique y María. En noviembre de 1501 Arturo, príncipe de Gales, fue casado por Enrique VII con Catalina de Aragón, hija de los Reyes Católicos, en un intento de establecer una alianza con España. Arturo tenía 15 años y Catalina estaba a punto de cumplir 16. El matrimonio entre ambos fue brevísimo, pues Arturo murió en abril de 1502.
Enrique VII deseaba mantener la alianza con los reyes de España, así que propuso, para ahorrar tiempo, que Catalina volviera a casarse, esta vez con Enrique, hermano de su difunto esposo. A los ojos de la Iglesia, tal matrimonio hubiera sido incestuoso, pues legalmente Enrique y Catalina eran hermanos. Pero, también legalmente, un matrimonio no era válido si no se consumaba físicamente. Así que bastó que Catalina jurase que seguía siendo virgen y que Arturo nunca la había penetrado para conseguir el permiso.
No obstante, para ese entonces Enrique VII había perdido interés en la alianza con España, así que “cajoneó” la realización del matrimonio. Parece que de todos modos, el príncipe Enrique deseaba a Catalina como esposa. Así que al morir Enrique VII en abril de 1509, Enrique se convirtió en rey con el nombre de Enrique VIII; todavía no había cumplido los 18 años. En junio del mismo año se casó finalmente con Catalina, que para ese entonces ya tenía 23.
El matrimonio fue feliz durante varios años, pero el hecho de que Catalina fuese incapaz de darle a Enrique un heredero varón terminó por desbarrancarlo. Enrique y Catalina tuvieron cuatro hijos, de los cuales solo una hija, María, llegó a la adultez.
En 1525, Enrique, de 34 años, conoció a Ana Bolena, una de las damas de compañía de Catalina, que tenía 21. Al principio, Enrique intentó convertir a Ana en su amante, pero Ana se negó. Enrique había tenido muchas amantes -entre ellas la propia hermana mayor de Ana, María-, a quienes había terminado abandonando al poco tiempo. Ana no quería seguir su camino, y se negó a entregarse al rey a menos que la convirtiera en su esposa.
La obsesión de Enrique por Ana y su deseo de conseguir un heredero varón lo llevaron a pedir al Papa Clemente VII la anulación de su matrimonio con Catalina en 1527. El argumento era diametralmente opuesto al que había usado años antes para contraer el matrimonio: que Arturo y Catalina habían consumado su unión, por lo que el segundo matrimonio de Catalina con Enrique era nulo. El Papa estaba en una encrucijada: por un lado no quería ofender al rey de Inglaterra, pero por el otro era en ese entonces el virtual prisionero del emperador Carlos V, sobrino de Catalina. Así que durante varios años se negó a responder al pedido de Enrique.
Enrique VIII se separó de Catalina en julio de 1531 y se casó en secreto con Ana en enero de 1533. Harto de esperar, hizo que el arzobispo de Canterbury anulara el matrimonio con Catalina en mayo del mismo año. Hizo aprobar la Ley de Supremacía, que establecía que el rey -o sea él mismo- y no el Papa era la autoridad a la que debía responder la Iglesia de Inglaterra. Con esto, nació la Iglesia Anglicana.
Ana fue coronada reina de Inglaterra en junio de 1533, y en septiembre dio a luz a su hija Isabel. Temiendo que María, la hija de Enrique y Catalina, eventualmente le arrebatara el trono, hizo que fuese desheredada. María, de 17 años, odiaba a su madrastra, a quien llamaba “la amante de mi padre”, mientras que Ana la llamaba “la hija bastarda de mi esposo”.
En cuanto a Catalina, fue privada de su título de reina y se la trató oficialmente de viuda de Arturo, conservando sólo el título de princesa de Gales. Se la recluyó en varios castillos remotos, impidiéndole ver a su querida hija María; Enrique no hizo esto por sadismo, sino para obligarla a reconocer la nulidad de su matrimonio. Pero Catalina siempre se negó a hacer tal cosa, llamándose a sí misma en todas sus cartas y documentos, “Catalina, reina de Inglaterra”. Murió en enero de 1536; en su momento se sospechó que Ana la había envenenado. Enrique y ella no asistieron al funeral ni permitieron que María estuviera presente. Incluso parece que vistieron de amarillo tras conocer la noticia, en vez de usar las ropas negras del luto.
El matrimonio de Ana y Enrique fue feliz al principio, al igual que con Catalina. Ana aportó a la corte inglesa un toque de distinción y magnificencia -fue una suerte de Jacqueline Kennedy del siglo XVI- ausente con la anterior reina. Ana gastaba enormes sumas en joyas, vestidos y en la remodelación de sus castillos. También se rodeaba de jóvenes cortesanos, con quienes bailaba, cabalgaba, leía y escuchaba música, y a quienes daba permiso para cortejar a sus damas de compañía. La familia Bolena era rica y poderosa.
Pero Ana fue tan incapaz como Catalina de darle a Enrique un heredero varón. En 1334 su segundo embarazo terminó en un aborto espontáneo. En 1536, en el día del funeral de Catalina, Ana dio a luz prematuramente a un hijo muerto y, según los rumores, deforme. Fue el principio del fin, pues Enrique se convenció firmemente que su matrimonio con Ana era impío.
En abril de 1536 un músico al servicio de Ana llamado Mark Smeaton fue arrestado por Thomas Cromwell, el ministro más poderoso de Enrique. Él y Ana habían sido aliados (Cromwell era protestante y deseaba liberar a Inglaterra del “yugo” del Papado, por lo que apoyó el segundo matrimonio de Enrique), pero luego se convirtieron en enemigos. Bajo tortura, Smeaton confesó ser amante de la reina y dio otros cuatro nombres, entre los que estaba el propio hermano de Ana, Jorge; todos terminaron detenidos. El 2 de mayo, la propia Ana fue arrestada.
Los juicios fueron rapidísimos. Los cinco acusados de adulterio con la reina fueron ejecutados el 17 de mayo. La ejecución de Ana fue programada para el 19. Enrique hizo traer un verdugo desde Calais para que la decapitara al estilo francés (o sea, con una espada en vez de un hacha). Al saber esto, Ana comentó que el verdugo no tendría problemas el llevar a cabo su misión, pues ella tenía un cuello pequeño. También dijo que en adelante sería conocida como La Reine sans tête (“La reina sin cabeza”).
Ana afrontó la muerte con bastante calma. Dio un breve discurso en el que alabó la “clemencia” de Enrique y pidió a Dios que se apiadara de ella. El motivo de que fuese tan diplomática se debía a que quería proteger a su familia de cualquier revancha. Luego fue decapitada de un solo golpe. Su muerte fue anunciada a Enrique con un cañonazo, pues él se negó a estar presente en la ejecución.
El 30 de mayo de 1536, solo 11 días tras la muerte de Ana, Enrique, de 45 años, se casó con Juana Seymour, de 28. Juana había sido dama de compañía de Catalina y de Ana, y había atraído la atención del rey por su belleza y su buen carácter. El matrimonio de ambos fue breve, pero feliz. Juana quedó embarazada y dio a luz a un hijo, Eduardo, el 12 de octubre de 1537. El 15 hizo una aparición en público en el bautismo de su hijo, pero el 24 murió de fiebre puerperal. El hecho de que Juana fuese la única esposa capaz de darle a Enrique el heredero varón que tanto deseaba hizo que él la recordase con un inmenso cariño. Durante el resto de su reinado, incluso cuando estaba casado con otras mujeres, hizo que los pintores lo representasen junto a su tercera esposa.
Hasta 1539 Enrique siguió soltero. Habiendo conseguido al heredero varón que tanto deseaba, casarse otra vez le parecía algo inútil. Pero sus ministros, con Thomas Cromwell a la cabeza, deseaban arreglarle un matrimonio con alguna princesa europea. Cuando Cristina de Milán fue consultada, dijo que si tuviera dos cabezas se arriesgaría a casarse con Enrique, pero que sólo tenía una y no quería perderla; María de Guise, que después se casaría con James V de Escocia y sería madre de María Estuardo, también se negó.
Finalmente eligieron para él a Ana, hermana de Guillermo, duque de Cleves, uno de los nobles protestantes alemanes más ricos. Enrique estaba de acuerdo en principio con la unión, pero quería además que su esposa fuese una mujer bella, así que el pintor Hans Holbein el Joven fue enviado a Alemania a retratar a Ana. El retrato de Ana de Cleves la mostraba como una mujer bastante hermosa, lo cual satisfizo al rey y lo hizo aceptar el matrimonio.
Ana llegó a Inglaterra en los últimos días de diciembre de 1539. Enrique, impaciente por ver a su nueva esposa, fue disfrazado a verla el 1º de enero de 1540. Y cuando la vio quedó horrorizado: Ana era muy fea. Parece que Holbein le había quitado unos cuantos kilos en el retrato y había omitido el hecho de que tenía la cara marcada por la viruela. Además, no era la clase de mujer que Enrique querría como esposa: él prefería las mujeres cultas y refinadas, pero Ana, habiendo sido criada en una corte tan provinciana como la de Cleves, apenas sabía hablar inglés, sólo sabía leer y escribir en alemán, y tejer.
Enrique se casó de muy mala gana con Ana el 6 de enero, pero se negó a consumar la unión. El rey, aparte del desagrado que le inspiraba su nueva esposa, tenía otros motivos para no querer el matrimonio. En primer lugar, tenía dudas sobre la utilidad de una alianza con la Alemania protestante. En segundo lugar, había conocido a una joven muy bella llamada Catalina Howard. En tercer lugar, el odio de la nobleza hacia Cromwell, impulsor del matrimonio con Ana de Cleves, iba in crescendo y Enrique comenzaba a darse cuenta del error que cometía al hacer caso de sus consejos.
Finalmente Enrique solicitó la anulación de su matrimonio. Además de afirmar que la unión no se había consumado, argumentó que Ana se había comprometido pocos años antes con Francisco, duque de Lorena. Pese a que al final no se casaron, el contrato matrimonial entre Ana y Francisco nunca había sido formalmente disuelto, por lo que la unión de Ana y Enrique era nula desde el principio.
Ana colaboró desde el primer momento en la anulación de su matrimonio, tal vez porque a ella tampoco le gustaba Enrique o tal vez porque temía que él se deshiciera de ella de la misma forma que de su tocaya Ana Bolena. Así que cuando terminaron los trámites, Enrique fue muy generoso con su ex mujer, a quien permitió quedarse a vivir en Inglaterra, además de regalarle varios castillos y una renta anual y permitirle gozar del rango de “hermana del rey”.
Enrique se casó con Catalina Howard el 28 julio de 1540, 15 días tras la anulación de su anterior matrimonio. Ella tenía 19 años, exactamente 30 menos que el rey. El día del matrimonio fue ejecutado Thomas Cromwell.
Catalina no era tan culta como las otras esposas de Enrique, pero tenía un carácter muy alegre y chispeante. Durante el primer año de su matrimonio se dedicó a complacer a Enrique, siendo su lema “Non autre volonte que la sienne”, o sea “Ningún deseo más que el suyo”. Catalina no logró quedar embarazada, como el rey quería, pero a ninguno de los dos parecía importarles el tema.
No obstante, Catalina terminó por aburrirse de la vida conyugal y tal vez olvidando el destino de Ana Bolena, se buscó un amante. En 1541 terminó volviendo a los brazos de Thomas Culpeper, un cortesano muy atractivo, primo de su madre, con quien ella había tenido un romance poco antes de conocer a Enrique.
El rey permaneció ignorante del affaire, pero no los enemigos de Catalina en la corte. Estos acudieron a Thomas Cranmer, arzobispo de Canterbury y nuevo hombre de confianza de Enrique. Fue él quien tuvo la misión de informarle de lo que sucedía, lo que hizo el 2 de noviembre de 1541. Enrique al principio no creyó las acusaciones contra su esposa, pero ordenó al arzobispo que siguiera investigando. Francis Derenham, un ex amante de Catalina a quien ella había nombrado su secretario privado para mantenerlo contento y callado, fue arrestado por Cranmer y confesó bajo tortura sus amores con Catalina y los que ahora tenía ella con Culpeper. El 5 de noviembre Enrique fue informado de la confesión de Dereham, tras lo cual montó en cólera y exigió a los gritos una espada para ejecutar a su esposa infiel él mismo. El 12 Catalina fue arrestada; cuando le dieron la noticia, corrió al dormitorio del rey y golpeó las puertas para tratar de verlo y suplicarle perdón, pero fue llevada al calabozo por los soldados.
El 10 de diciembre de 1541 Derenham y Culpeper fueron ejecutados. Curiosamente, mientras Derenham fue destripado, castrado, descuartizado y ahorcado, Culpeper solo fue decapitado. Sus cabezas fueron clavadas en picas y permanecieron expuestas a público hasta 1546. En cuanto a Catalina, que había sido privada de su título de reina de Inglaterra el 22 de noviembre, fue ejecutada el 13 de febrero de 1542. Se comportó de forma parecida a Ana Bolena, dando un breve discurso alabando al rey y aceptando su “justo castigo”. Fue decapitada de un solo golpe y sepultada junto a Ana. Parece que poco antes de salir para el patíbulo comentó que hubiese preferido morir siendo llamada “señora de Culpeper” que “reina de Inglaterra”.
Enrique luego eligió como sexta esposa a Catalina Parr. Ella tenía 31 años y era una noble muy respetada en la corte. Es evidente que Enrique no la eligió para tener hijos (puesto que se había casado y enviudado dos veces sin tener descendencia) ni placer sexual, sino porque quería una esposa fiel y cariñosa. Fue tal vez la elección más madura que hizo Enrique en su tormentosa vida matrimonial. Se casaron en julio de 1543.
Catalina se adaptó a la perfección al rol de reina. Consiguió reconciliar a Enrique con sus hijas María e Isabel, quienes gracias a ella pudieron regresar a la corte de la que habían sido alejadas a causa de sus madres. Catalina incluso fue nombrada regente cuando Enrique viajó a Francia en 1544.
A la muerte de Enrique VIII el 28 de enero de 1547, el príncipe Eduardo ascendió al trono con el nombre de Eduardo VI. Como el joven rey tenía 9 años, era necesario nombrar a un regente. Catalina Parr hubiera podido aspirar al puesto, pero apoyó en cambio a Eduardo Seymour, el hermano de Juana Seymour, difunta madre del nuevo rey. También se casó con Tomás, hermano de Eduardo y Juana. E inesperadamente, en noviembre de 1547, la reina viuda de 39 años quedó embarazada.
Su matrimonio con Tomás Seymour sufrió una crisis cuando él intentó (y según algunos, consiguió) seducir a la princesa Isabel, que vivía con su querida madrastra desde la muerte de Enrique VIII, motivo por el cual Catalina mandó a Isabel a otro castillo. Y para completar los infortunios, Catalina murió de fiebre puerperal en septiembre de 1548, tras dar a luz a una hija en agosto.
¿Y qué sucedió con Ana de Cleves? Consiguió adaptarse tan bien a la vida en Inglaterra y ganar tanta popularidad entre el pueblo y la corte que tras la ejecución de Catalina Howard Enrique llegó a pensar en volver a casarse con ella. Se mantuvo al margen de las feroces luchas religiosas y políticas que marcaron el reinado de Eduardo VI. Cuando María Tudor subió al trono, Ana mantuvo su posición convirtiéndose al catolicismo. Murió en 1557 de causas naturales.

martes, 20 de marzo de 2007

Hollywood y las reinas

Parece que la moda de Hollywood de hacer películas sobre reinas famosas y/o polémicas que comenzó Sofía Coppola con María Antonieta en el 2006 continuará en el 2007. Hay dos proyectos en camino más o menos interesantes.
The other Boleyn girl es una película basada en la novela de Philippa Gregory, publicada en el 2002. Cuenta la compleja relación del rey Enrique VIII (interpretado por Eric Bana) con las hermanas María y Ana Bolena (interpretadas por Scarlett Johansson y Natalie Portman, respectivamente). La novela ha sido bastante criticada por unos cuantos errores históricos, por lo que supongo que la película recibirá aun más ataques. Por lo pronto ya le reprochan el hecho de que los tres protagonistas no sean ingleses (Bana es australiano, Jonhansson es estadounidense y Portman es israelí-estadounidense).
The golden age es otra película en camino. Se trata de la secuela de Elizabeth (1998), film que narraba los primeros años en el trono de Isabel I, hija de Enrique VIII y Ana Bolena. Esta vez se cuenta la relación de la reina (interpretada nuevamente por Cate Blanchett) con el explorador Walter Raleigh (Clive Owen). Parece que también aparecerá María Estuardo, pues en el casting figura como uno de los personajes, interpretado por Samantha Morton. Considerando que Elizabeth fue duramente criticada cuando se estrenó por su falta de fidelidad a la Historia, no me sorprendería que The golden age también lo sea.
En el 2008, Johansson volverá a ponerse en la piel de otra soberana, la mencionada María Estuardo. No se sabe mucho sobre esta película. Lo que espero es que los guionistas tomen en cuenta que María murió a los 44 años, por lo que deberán envejecer un poco a Johansson o bien contratar a una actriz mayor para que la interprete en sus últimos años.
Las películas parecen interesantes, pero no pondría las manos en el fuego por ninguna de ellas. Tendré que verlas para poder dar mi opinión.

lunes, 19 de marzo de 2007

Sísifo, el hombre que no quería morir

Sísifo era hijo de Eolo, rey de Tesalia (el abuelo de aquel Eolo de quien hablé en una entrada anterior). Se casó con Mérope, una de las hijas del titán Atlas conocidas como las Pléyades, con quien tuvo tres hijos. Junto a su familia, se estableció en el istmo de Corinto, donde se convirtió en el principal terrateniente, poseyendo miles de cabezas de ganado.
La astucia de Sísifo era célebre, así como la de uno de sus vecinos, Autólico. Autólico era hijo del dios Hermes y había recibido de su padre el poder de metamorfosear a los animales. De esta forma, podía robar cualquier vaca u oveja y cambiarle el color o el tamaño y así poder decir que le pertenecía. Y viviendo tan cerca de los enormes rebaños de Sísifo, fue inevitable que se sintiera tentado a arrebatarle animales por la noche. Sísifo, al ver que cada mañana descubría menos animales, decidió marcarles una “S” en el interior de los cascos, donde nadie podía verlos. Así, al día siguiente, pudo seguir las huellas de los animales robados hasta el establo de Autólico y comprobar que efectivamente él era el ladrón.
Para vengarse de Autólico, Sísifo hizo algo muy original: sedujo a su hija Anticlea, esposa de Laertes, rey de Ítaca. Anticlea quedó embarazada, pero fingió que el bebé era hijo de Laertes. Ese hijo suyo no era otro que Odiseo, que heredó la astucia de su abuelo y de su padre natural.
Cuando murió Eolo, su hijo Salmoneo usurpó el trono de Tesalia. Sísifo, el heredero legítimo, consultó con el oráculo de Delfos, que le dijo: “Engendra hijos con tu sobrina; ellos te vengarán.” Sísifo entonces sedujo a la hija de Salmoneo, Tiro, quien al descubrir por casualidad que lo que lo movía no era el amor por ella, sino el odio a su padre, mató a los dos hijos que le había dado. Sísifo mostró los cadáveres a las autoridades tesalias, acusó falsamente a Salmoneo de incesto y asesinato e hizo que lo desterraran del país.
Zeus se había enamorado de Egina, la hija del dios fluvial Asopo, y la raptó para poder hacerla suya. Asopo fue a pedirle ayuda a Sísifo, y él accedió a decirle dónde estaban Zeus y Egina a cambio de que el dios hiciera brotar un manantial en la ciudadela de Corinto, para poder abastecerse de agua en caso de un asedio. Asopo hizo lo que le pedía y Sísifo le contó lo que sabía. Asopo entonces fue furioso en busca de Zeus, que debió transformarse en una roca para evitar ser lastimado.
Enfadado con Sísifo, Zeus ordenó que su hermano Hades lo llevara al Infierno. Hades lo fue a buscar a su casa y le ordenó que se pusiera unos grilletes, pero Sísifo astutamente le pidió que primero se los pusiera él para ver cómo funcionaban. Hades cayó en la trampa y se convirtió en prisionero de Sísifo. Durante el tiempo en que el dios de la muerte estuvo en cautiverio, ningún ser humano murió, ni siquiera los que habían sido decapitados o descuartizados. La situación se normalizó cuando Ares, el dios de la guerra, a quien la ausencia de Hades causaba infinitos problemas, fue a casa de Sísifo y lo liberó.
Pero Sísifo tenía otro truco bajo la manga. Antes de ir al Infierno, le ordenó a Mérope que no enterrara su cuerpo. Al llegar al reino de Hades le pidió a su esposa Perséfone que le permitiera regresar durante tres días al mundo de los vivos para hacer que le dieran las honras fúnebres a su cadáver. Perséfone accedió y Sísifo pudo escapar del Infierno. Finalmente hubo que llamar al dios Hermes para que lo trajera de vuelta al Inframundo.
A causa de sus crímenes y de sus engaños, Sísifo fue condenado a subir una roca idéntica a aquella en la que Zeus se había transformado para esconderse de Asopo a la cima de una colina. Pero la roca, embrujada por los dioses, siempre se cae justo antes de que Sísifo llegue a la cima, obligándolo a bajar y a volver a empujarla cuesta arriba.
En cuanto a Mérope, avergonzada por el hecho de que su esposo hubiera terminado en el Infierno, abandonó para siempre la compañía de sus hermanas. De esa forma, los griegos explicaron la desaparición de una de las Pléyades a comienzos de la época clásica.

domingo, 18 de marzo de 2007

"Blow" (2001)

La película Blow fue estrenada en abril del 2001. Su director Ted Demme, irónicamente, murió en enero del 2002 por un infarto causado por el consumo de cocaína. El film cuenta la historia real del narcotraficante George Jung (interpretado por Johnny Deep) y está basado en Blow: How a small-town boy made $100 million with the Medellin Cocaine Cartel and lost it all, una novela escrita por Bruce Porter en 1993.
El padre de Jung (Ray Liotta) trabajó dura y honestamente durante años para darle a su familia un status apropiado, y nunca lo logró. Jung está decidido a no cometer los mismos errores y a triunfar cueste lo que cueste. Así que viaja a California en 1968 y al poco tiempo se dedica a vender marihuana a sus amigos y conocidos en la playa. Tiene tanto éxito que al poco tiempo su negocio se expande y Jung comienza a amasar miles de dólares. No obstante todo se derrumba cuando muere Bárbara (Franka Potente), su primera esposa, y la Justicia estadounidense consigue ponerle a Jung las manos encima.
Jung va a parar a la cárcel, pero desde allí planea su regreso triunfal al mundo de las drogas, con la ayuda de su compañero de celda Diego y de la mano, esta vez, de la cocaína. Como dice en un momento su voz en off -siempre presente en la película-, “la prisión era como una escuela del crimen; yo entré con un bachillerato en marihuana y salí con un doctorado en cocaína”.
Al recuperar la libertad, Jung y Diego se ponen en contacto con el legendario narco colombiano Pablo Escobar y se convierten en sus distribuidores en EUA. En medio del boom de la cocaína, entre mediados de los ‘70 y principios de los ‘80 Jung llega a “importar” el 85% del producto al mercado estadounidense. Su poder y su riqueza son aun mayores que antes: maneja millones de dólares, vive como un rey y consigue seducir impunemente a Mirtha (Penélope Cruz), la novia de otro narcotraficante. Pero mientras más alto llega Jung en el negocio, más grande y terrible es la caída. Desde el momento en que una mezcla de traiciones y mala suerte le arrebatan su posición en el negocio, la vida de Jung se convierte en un descenso a los infiernos apenas matizado por algunos intentos de hacer bien las cosas.
La película está bastante bien narrada, dejando de lado algunos momentos incoherentes. Lo que más me gustó fue la relación entre Jung y su padre, que conoce y acepta -aunque no aprueba- los negocios de su hijo. Mientras que Jung considera que el fin justifica los medios, su padre cree que los medios condicionan el fin. Al final, el film parece darle la razón al segundo. Lo califico con un 8,50.

sábado, 17 de marzo de 2007

James I

El rey James VI de Escocia y I de Inglaterra, a quien mencioné al contar la historia de María Estuardo, fue el monarca británico que más tiempo estuvo en el trono después de la reina Victoria y Jorge III. James, nacido en 1566, fue rey de Escocia desde julio de 1567 y de Inglaterra desde marzo de 1603 hasta su muerte en marzo de 1625. A su manera, fue un gobernante bastante eficaz. Logró mantener el orden en sus reinos, fue relativamente tolerante con los católicos (aunque desató una persecución encarnizada contra las brujas) y se obstinó hasta la muerte en evitar una guerra ruinosa con España. Pero la vida privada de James I fue bastante escandalosa. Al igual que su padre, era bisexual, y al igual que su madre, sus affaires dieron mucho de que hablar.
Su primera relación homosexual fue con su primo francés Esmè Estuardo. Los amores entre ambos fueron muy criticados por todo el mundo: Esmè tenía 37 años -mientras que James, que en ese entonces era solo rey de Escocia, tenía apenas 13-, estaba casado, tenía cinco hijos y además era católico (para ese entonces el protestantismo dominaba totalmente Escocia). No obstante, James conservó a Esmè como su amante y favorito desde 1579, cuando se conocieron, hasta 1583, cuando los nobles escoceses lo obligaron a desterrarlo a Francia, donde murió en abril de ese año. El joven rey, apenadísimo, escribió un poema donde comparaba a Esmè con un ave cuya belleza causó que sus rivales envidiosos la mataran.
En 1589, James VI se casó con Ana, la hija del rey Federico II de Dinamarca y Noruega. La boda tuvo lugar en Oslo el 23 de noviembre de ese año; James tenía 23 años y Ana tenía 15. La unión fue feliz al principio, pero los cónyuges terminaron distanciándose cada vez más hasta que terminaron con una “separación amistosa” ya cuando James era rey de Inglaterra. Tuvieron 8 hijos, de los cuales sólo tres llegaron a la adultez. Ella murió en 1619, a los 44 años.
En 1607, a los 41 años, el rey James conoció a Robert Carr, un adolescente de 17 de quien se enamoró perdidamente. Carr era tan atractivo como poco inteligente, pero aprovechó las circunstancias para ganar poder sobre James. En 1611 fue nombrado vizconde de Rochester, en 1612, secretario privado del rey y en 1613, conde de Somerset. Pero su poder comenzó a declinar en 1614 y terminó en 1615 por los motivos que contaré a continuación.
El conde de Somerset, que en realidad era heterosexual, había comenzado en 1609 un apasionado romance con Frances, condesa de Essex. En septiembre de 1613, la condesa logró que su matrimonio fuese anulado y en diciembre se casó con Somerset. James dio su aprobación, seguramente creyendo que se trataba de un matrimonio por conveniencia. Pero al ver que la atracción entre Somerset y su nueva esposa era genuina, su relación con él se fue enfriando. En enero de 1615, los enemigos de los Somerset aprovecharon para acusarlos de envenenamiento. Antes de declarar en el juicio, Somerset amenazó al rey con contar detalles íntimos de su relación. James entonces mandó a dos hombres al tribunal para que se parasen al lado del conde y lo asfixiasen en caso de que comenzase a revelar datos comprometedores. Al ver esto, Somerset se limitó a negar los cargos en su contra sin decir palabra alguna contra el rey. El conde y la condesa de Somerset fueron condenados a muerte, pero el rey cambio la sentencia a encarcelamiento. Fueron prisioneros en la Torre de Londres hasta 1522.
El tercer amante famoso de James I fue George Villiers. Su relación con el rey fue de hecho favorecida por varios miembros de la corte enemigos del conde de Somerset, que se lo presentaron en 1614. El rey tenía 48 años y Villiers 22. Apenas Somerset fue desplazado, Villiers se convirtió en el nuevo favorito real. Su ascenso fue meteórico: lo nombraron vizconde en 1616, conde en 1617, marqués en 1618 y finalmente duque de Buckingham en 1622. Pero Buckingham, a diferencia de Somerset, era realmente leal al rey y tenía cualidades intelectuales que iban mucho más allá de la belleza física. Logró ganarse no solo la confianza de James I sino también de la propia Ana de Dinamarca y de su hijo Carlos. Cuando James murió en 1625, Buckingham conservó su influencia en la corte bajo el reinado de Carlos I. Fue asesinado en agosto de 1628 por el oficial naval John Felton y sus restos fueron sepultados en la Abadía de Westminster, en el mismo lugar donde yace James I. Este Buckingham es el que aparece en Los tres mosqueteros, de Alejandro Dumas, aunque la novela no es muy verídica que digamos.
Las relaciones del rey con Esmè Estuardo, el conde de Somerset y el duque de Buckingham fueron muy conocidas. Poco antes de que sucediera a Isabel I en el trono, los ingleses, que recordaban su noviazgo con Esmè, decían con desprecio: “Rex fuit Elizabeth, nunc est regina Jacobus” (“Isabel fue nuestro rey, ahora James será nuestra reina”). James les escribía cartas de amor a sus amantes, muchas de las cuales luego llegaron a manos de los historiadores (una de ellas, dirigida a Buckingham, decía que “Cristo tuvo a Juan y yo tengo a George”, haciendo referencia a la supuesta relación homosexual entre Jesús y su discípulo). Un poeta francés llegó a comparar a James I y Buckingham con el dios Apolo y su amante Jacinto. Pese a ello, James hizo aprobar durante su reinado en Escocia leyes muy duras contra la “sodomía”; de la misma forma en que Adolf Hitler, que supuestamente era bisexual, mandó a miles de gays y lesbianas a los campos de concentración.

viernes, 16 de marzo de 2007

"Transamérica" (2005)

La película Transamérica es una comedia muy inteligente acerca de la transexualidad. Su protagonista, Bree (Felicity Huffman, de Amas de casa desesperadas) es un transexual a punto de hacerse la operación de cambio de sexo y convertirse definitivamente en una mujer. Su vida es absolutamente tranquila y ordenada, hasta que recibe un llamado de Nueva York.
Bree recibe la noticia de que tiene un hijo de 17 años (concebido en un "experimento" con una compañera de la universidad) y que ha sido detenido por prostituirse. Atónita, ella no quiere lidiar con ese problema, pero su psicóloga le exige que viaje a Nueva York y que conozca a su hijo para darle el OK a su operación.
De mala gana, Bree obedece a su psicóloga y libera a su hijo Toby (Kevin Zegers) de la cárcel, pero finge ser una trabajadora social. Juntos emprenden viaje a California, donde Bree vive y en donde Toby aspira a convertirse en estrella porno. Pero, por supuesto, se encuentran con toda clase de dificultades y aventuras a lo largo del camino.
El film es muy gracioso y al mismo tiempo conmovedor. La extraña relación entre Toby y su ¿madre? ¿padre? está muy bien abordada. Y algunas de las escenas más desopilantes se dan cuando Bree se ve forzada a hacer una visita a la casa de sus propios padres. La califico con un 10.
Se pueden ver más imágenes de la película en este enlace.

jueves, 15 de marzo de 2007

Los amores de Julio César

Cayo Julio César fue célebre como general, pero también como uno de los mayores libertinos de Roma. Aquí hago un racconto de su vida íntima.
César estuvo casado cuatro veces. Su primera esposa fue una tal Cosutia, la hija de un caballero adinerado, con quien su padre lo casó en la adolescencia. Más tarde, en el 86 antes de Cristo, su tío Cayo Mario lo casó con Cornelia, hija de su aliado Lucio Cornelio Cinna. Tuvieron una hija, Julia, aproximadamente en el 83.
De todas sus esposas, Cornelia fue a quien más amó, y César dio dos pruebas muy importantes de ello. La primera fue en el 81, cuando Lucio Cornelio Sila se convirtió en dictador de Roma. Sila había sido enemigo de Mario y Cinna, y como es natural desconfiaba del joven César. Para demostrar su lealtad del nuevo régimen, Sila le ordenó a César que se divorciase de Cornelia. César se negó diciendo a los mensajeros del dictador: “Decidle a Sila que sobre César sólo manda César”. Tal vez lo hiciera por amor a Cornelia o tal vez por puro deseo de sobresalir, pero en cualquier caso lo hizo, arriesgando su vida. Para evitar ser asesinado por los sicarios de Sila, César debió pasar varios meses fugitivo en Italia, hasta que sus influyentes parientes y amigos en Roma convencieron a Sila de perdonarlo. El dictador accedió de mala gana, pero les advirtió que “en ese joven veo muchos Marios”.
La segunda prueba la dio en el 69, cuando Cornelia murió dando a luz. La costumbre romana para los funerales de las mujeres era que estos fuesen discretos, a menos que la finada hubiera sido una matrona famosa. Como Cornelia era bastante joven, lo adecuado hubiera sido lo primero, pero César le organizó un funeral multitudinario, exhibiendo la imagen de su padre Cinna -lo cual estaba prohibido por las leyes de Sila todavía vigentes- y pronunciando un discurso en el que exaltó sus virtudes. Lo que hizo fue también bastante osado, pues hubiera podido dañar su carrera política el mostrarse tan apenado por la muerte de su mujer. Afortunadamente, el pueblo romano, en vez de burlarse, se conmovió por el dolor del joven viudo.
Su tercera esposa fue Pompeya, nieta de Sila, con quien se casó algún tiempo después de la muerte de Cornelia. Esta unión fue puramente por motivos políticos: César buscaba el apoyo de la vieja facción conservadora que Sila había liderado. El matrimonio le fue útil, pues le permitió ser elegido edil, pero Pompeya no llegó a ser una esposa tan satisfactoria como Cornelia. Era una de las mujeres más bellas de Roma, pero era también muy estúpida. Su marido no tardó en aburrirse y en buscar placer en los brazos de otras amantes.
Pompeya entonces terminó buscándose también un amante. Y eligió a Publio Clodio, hermano de su amiga Clodia. Clodio se acostó con ella en parte por su hermosura y en parte seguramente por el placer de ponerle los cuernos al adúltero más famoso de la ciudad. Pero César descubrió su relación y tomó medidas drásticas para impedir que los amantes se vieran, encerrando a Pompeya en su casa.
Clodio, desesperado por ver a Pompeya, pensó en un plan “brillante” para encontrarse con ella. Corría el año 62 y la casa de César había sido elegida para celebrar la festividad de la Bona Dea. La Bona Dea (Buena Diosa) era una divinidad exclusivamente femenina. No sólo los hombres no podían adorarla, sino que ni siquiera podían presenciar sus rituales ni estar en la casa donde estos se realizaban. Por eso, la casa donde se celebraba la Bona Dea quedaba por una noche totalmente vacía de la presencia masculina: el dueño de la casa, sus hijos, los esclavos varones, todos debían irse. Esta era la oportunidad perfecta para que Clodio viese a Pompeya sin que César o los esclavos que había puesto para vigilarla estuvieran cerca. Con la complicidad de Abra, la doncella de Pompeya, Clodio entró a la casa de César disfrazado de mujer. No le fue difícil disimular su sexo porque parece que tenía un rostro muy lampiño y de facciones delicadas. Pero parece que en un momento le habló a Abra sin falsete, y Aurelia y Julia, madre y hermana de César, lo oyeron. Las mujeres se abalanzaron sobre él y consiguieron desenmascararlo, pero Clodio se las arregló para escapar.
El escándalo fue mayúsculo y Clodio no pudo evitar ser acusado de sacrilegio. Entre los testigos convocados por los acusadores estaba Cicerón, que declaró contra Clodio y se ganó su enemistad. Luego llamaron a César, que acababa de divorciarse de Pompeya. Le preguntaron si Clodio y ella eran amantes, y César sorpresivamente lo negó. Esto favorecía mucho la causa de Clodio y de hecho permitió que fuese absuelto. Cuando los acusadores le preguntaron por qué entonces se había divorciado de Pompeya, César contestó con su célebre “Porque la mujer de César no sólo tiene que ser honesta, sino también parecerlo”.
La cuarta esposa de César fue Calpurnia, hija del cónsul Lucio Calpurnio Pisón. César se casó con ella en el 59, también por motivos políticos: deseaba que Pisón usara su influencia para que le dieran la gobernación de la Galia Cisalpina, la Trasalpina e Iliria. Con la ayuda de su nuevo suegro y de su nuevo yerno Gneo Pompeyo Magno (a quien había casado poco antes con su hija Julia), César logró ese mando militar que le permitió emprender la guerra de las Galias. Calpurnia fue esposa de César hasta su muerte y fue una de las matronas más respetadas de su tiempo. No se sabe qué pasó con ella tras enviudar.
César también tuvo muchas amantes. Suetonio menciona a Lolia, la esposa de Aulo Gabinio, a Tértula, la esposa de Marco Licinio Craso, y a Mucia Tercia, la tercera esposa de Pompeyo. No obstante, yo tengo la teoría de que esos supuestos romances fueron inventados por los enemigos para intentar perjudicar a César; porque tanto Gabinio como Craso y Pompeyo eran entonces aliados de César.
Una matrona de la que no hay dudas que fue amante de César es Servilia, madre de Marco Junio Bruto. Suetonio dice que fue “su mayor pasión”. Hay algunas anécdotas sobre ellos. Plutarco narra como en la sesión del Senado en la que se discutía el castigo a algunos miembros de la conspiración de Catilina, César sostuvo que los conspiradores debían ser encarcelados y que sus propiedades debían ser confiscadas, contradiciendo al cónsul electo Décimo Junio Silano, que pedía que fuesen ejecutados. Al tocarle el turno a Catón el Joven, hermano de Servilia, él acusó a César de formar parte de la conjura. Y mientras daba su discurso, un esclavo entró al recinto y le entregó una carta a César. Catón dijo que esa carta era de otros cómplices suyos y exigió que la leyera, pero César se levantó y se la dio amablemente. Y cuando Catón la leyó, se sintió furioso y avergonzado: era una carta de amor de Servilia. Catón, entonces, le gritó “¡Toma, borracho!” y se la arrojó a la cara.
Suetonio también cuenta que César llegó a regalarle a Servilia una perla enorme que era la envidia de todas las mujeres de Roma. Otra anécdota de Suetonio es que Servilia le permitió a César acostarse con su hija menor Junia Tercia y que como agradecimiento César le vendió unas propiedades confiscadas a sus enemigos –esto ocurrió durante la guerra civil- a un precio muy bajo. Cicerón comentó que la venta había sido provechosa para Servilia, pues le habían rebajado una Tercia.
Se sabe que tras la muerte de César, Bruto y sus cómplices se reunieron en casa de Servilia y que ella intervino en las discusiones. No hay pruebas fehacientes de que ella estuviese involucrada en el plan para asesinarlo. Tras la batalla de Filipos, los triunviros le perdonaron la vida (seguramente porque otra de sus hijas estaba casada con Marco Emilio Lépido, miembro del Triunvirato), tras lo cual el amigo de Cicerón y de Bruto Tito Pomponio Ático la alojó en su casa. En cuanto a Junia Tercia, vivió hasta comienzos del reinado de Tiberio. Cuando hizo su testamento, se negó a dejarle ningún legado al emperador, y Tiberio se vengó prohibiendo la exhibición de las imágenes de su tío Catón el Joven, su hermano Bruto y su marido Casio. Al contar el hecho, el historiador Tácito dijo que las imágenes “brillaban por su ausencia”, con lo cual acuñó una expresión que todavía se usa hoy.
César también tuvo un romance con la reina Eunoe, esposa del rey Bogud de Mauritania (la actual Marruecos), durante su guerra con los pompeyanos en África, pocos meses después de estar con Cleopatra (a quien no voy a mencionar por haber hablado ya de ella en una entrada anterior).
También se le atribuyeron relaciones homosexuales. Cuando tenía 19 años, sirvió bajo el mando de Marco Minucio Thermo en Asia, y se lo envió a la corte del rey Nicomedes de Bitinia para conseguir una flota de barcos de guerra. César logró su objetivo tan rápido que despertó sospechas. Muchos de sus enemigos lo acusaron en los años siguientes de haberse prostituido al rey para conseguir esa flota. Sus propios soldados se burlaron de él en su Triunfo cantando que César había conquistado la Galia y Nicomedes a César.
El poeta Catulo afirmó que Mamurra, oficial encargado del armamento y provisiones durante la guerra de las Galias, era amante de César. También Marco Antonio acusó a Octaviano, cuando se produjo la guerra civil entre ambos, de haberse prostituido a su tío-abuelo César para lograr que lo adoptara como hijo. No obstante, Suetonio, quien recogió esa versión, afirma que lo más probable es que se tratara de pura propaganda política.