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miércoles, 28 de febrero de 2007

"Gunpowder, Treason & Plot"

Gunpowder, Treason & Plot (que se conoció en América Latina con el nombre de Tierra de traiciones) es el nombre de una miniserie de 4 horas de la BBC estrenada en el 2004. Es acerca de los reinados de María Estuardo y su hijo James VI de Escocia y I de Inglaterra.
El primer capítulo está dedicado a María (encarnada por Clemence Poèsy, que más tarde interpretó a Fleur Delacour en Harry Potter y el Cáliz de Fuego). Comienza con su llegada a Escocia poco después de la muerte de su madre, la regente María de Guise. La nueva reina católica tiene buenas intenciones, pero enfrenta graves problemas con sus súbditos protestantes y con la enemistad de la reina inglesa Isabel I. Su desastroso matrimonio con Lord Darnley y su romance con Lord Bothwell (interpretado por Kevin McKidd, quien después se hizo bastante famoso al encarnar a Lucio Voreno en la serie de HBO, Roma) llevan su reinado al fracaso.
El segundo capítulo muestra el comienzo del reinado de su hijo James (Robert Carlyle) en Inglaterra. El rey James es un personaje muy complejo. A diferencia de su madre, él es un hombre despiadado y amoral, dispuesto a todo con tal de conseguir el trono y de conservarlo, y que considera que el amor es un obstáculo. Por eso, apenas se casa con su esposa Ana de Dinamarca, le deja bien en claro que sólo la quiere para tener herederos. Le dice que ella deberá serle fiel hasta que él decida que han tenido suficientes hijos. Ana dice primero que no está dispuesta a vivir un matrimonio así “ni por todas las riquezas de Escocia”, a lo cual James responde preguntándole si estaría dispuesta a hacerlo por todas las riquezas de Escocia e Inglaterra. Ella acepta. Ese incidente nos muestra el tipo de hombre que es.
Al morir Isabel I, James se convierte en rey de Inglaterra. Los problemas que deberá enfrentar en su nuevo reino son inversos a los de su madre: en vez de ser un monarca católico enfrentado a los protestantes de su país, es un monarca protestante enfrentado a los católicos. En ese contexto se produce la conspiración de Guy Fawkes, cuyo objetivo es hacer explotar el Parlamento para matar a todos sus miembros y al propio rey.
La miniserie no es del todo verídica, pero no está mal. La recomiendo para quien quiera conocer la historia de Inglaterra y Escocia sin hacer demasiado esfuerzo.

Entrevista a un Alejandro Dolina fuera de sí

A mí siempre me ha gustado escuchar el programa radial de Alejandro Dolina, La venganza será terrible. Y el hecho de que se haya pasado de Radio Continental a Radio 10, una emisora donde trabajan varios periodistas de derecha de la calaña de Eduardo Feinmann y González Oro me importa muy poco. Pero me sorprende que Dolina, que al menos en sus programas es un hombre afable y distendido, aparezca tan nervioso e irritable en esta entrevista de la revista Veintitrés.


–Es el comienzo de una nueva etapa.
–Creo que sí. Pero no es un cambio catastrófico. Por empezar hay una modificación en el staff, hay una modificación en nuestros hábitos de tiempo que, en algún caso por casualidad y en otro por cálculo, me parece que le da al programa un contenido más variado, más ágil y más cuidado en lo que se refiere a la estructura de cada bloque. Me voy a explicar: nosotros tenemos que cumplir en nuestro programa horarios más estrictos con los noticieros, es una radio más ordenada. Esto al principio parecía una limitación molesta, pero finalmente causó el siguiente efecto: nosotros estamos conscientes de en qué momento del desarrollo conceptual o humorístico estamos.
–¿Esto quiere decir que después de un tiempo largo descubrió algo nuevo, algo que hasta ahora no había experimentado en radio?
–No tanto como eso. Estoy haciendo lo de antes.
–¿Pero usted cuánto cambió?
–Cambié, pero no catastróficamente. Yo no he cambiado por haberme cambiado de radio. Yo he cambiado en estos años.
–¿Por qué usa la expresión “catastróficamente”?
–Porque hay cambios que son cataclísmicos. Se produce una rajadura en la tierra, de golpe hay destrucción y nueva construcción. Ese es un cambio violento, drástico y decidido. Los cambios que se producen en este programa en general se perciben a lo largo del tiempo. Como casualmente aquí hubo un cambio de emisora que implicó también cierto cambio en el personal, por ahí hay algunas cosas que se notan más.
–Justamente, el cambio de emisora es lo puntual aquí porque la mudanza a Radio 10 generó muchos comentarios.
–Comentarios del mundo mediático, que parece haberse instalado de golpe en la fiscalía del universo. Los contenidos del programa son los mismos de siempre. Y yo he estado en muchas radios, ninguna de las cuales estaba gerenciada por la madre Teresa de Calcuta. Los empresarios son empresarios. Ustedes mismos trabajan para un empresario. Yo también trabajo para un empresario y eso no quiere decir que yo sea su socio o su compañero de conspiración. Lo único que yo he hecho en todas las radios es buscar una excelencia que no me ha sido gratuita. Yo podría ser mucho más próspero de lo que soy (levanta la voz) si hubiera aceptado cosas que los mismos medios que comentan mi cambio de radio no comentan de otros. Un tipo que ejerce la estupidez durante veinte años, en un medio cualquiera, sigue siendo un estúpido por más que lo haga en un medio políticamente correcto. Yo trato de huir de la estupidez y puedo decir que he estado durante muchos años en distintas radios tratando de hacer lo mejor que mi modestísima dotación puede. ¿Cómo se entiende que cada tipo que venga acá a mi casa me pregunte por Radio 10? ¿Son todos santos y los de Radio 10 son todos ladrones? ¿Por qué no lo publican directamente en vez de hacer tanto eufemismo? Por qué no dicen: "¿Por qué está usted en una radio de fascistas?". ¿Por qué no lo dicen? Porque no se atreven a decir en esos medios lo que ellos mismos piensan internamente. Y además le voy a decir una cosa: ¿sabe lo que es el fascismo? Es juzgar a la gente no por su responsabilidad personal sino por la pertenencia a un grupo. Entonces cuando un tipo es judío, es negro o pertenece a una clase social que no es la que está en el poder, ese tipo es culpable aunque no haya cometido ningún delito o desliz. Eso es fascismo. Yo estoy trabajando en una radio que lo único que significa para mí es una frecuencia en el dial donde me pueden encontrar. Significa también mejores condiciones de trabajo. No más plata. Mejores condiciones de trabajo que las radios progresistas no me dieron nunca. Aprovecho para decirlo. Y significa también un mayor respeto al público porque salgo por una emisora que se escucha mejor, que recibe al público en un salón que le cuesta 20.000 pesos por mes y lo pagan. Lo pagan por respeto al público. No me la llevo yo esa plata, es un dinero que va destinado a atender mejor a la gente. Las radios progresistas atienden donde pueden tarde y mal.
–¿Radio 10 es una radio fascista?
–Si fuera una radio fascista yo no estaría allí. En todo caso, ¿qué es una radio fascista? ¿Una radio donde alguno de los conductores es fascista? No lo sé eso.
–¿Eduardo Feinmann qué es?
–Bueno, yo no lo escucho porque no forma parte, naturalmente, de mis santos. Pero tampoco soy su cómplice. Hablemos, si usted quiere, de otras radios.
–Pero en cuanto a la línea ideológica. Radio 10 tiene una línea ideológica, clara, concreta, particular…
–Una radio no tiene una línea ideológica, una radio no es un club ni un movimiento conspirativo que presuma una conducta homogénea de quienes participan. El que vende Coca Cola, vende Coca Cola, no es un agente del imperialismo yanqui. En todo caso, si es una radio fascista, allí estaremos nosotros para hacer antifascismo como lo hemos hecho siempre y para defender el pensamiento libre, el pensamiento crítico y la inteligencia. El que dude de eso, que escuche el programa, a ver de lo que hablamos.
–¿El público de Radio 10 es un desafío nuevo, diferente?
–No nos engañemos. El público es el de Dolina de siempre.
–¿Cree que el público de Dolina, en todo caso, acepta el cambio de radio?
–Algunos sí y otros no.
–¿Y eso cómo le cae?
–Me produce una gran perplejidad porque se supone que si, por un lado, son partidarios de la libertad de conciencia y, por otro lado, juzgan que resulta un acto fascista el poner el dial en un número determinado, eso me parece una superstición, por favor. La radio es un acto mecánico, es la selección de una onda. Después, que ellos comercialicen esto de un modo homogéneo está bien, pero no hay ninguna obligación de que yo tenga que compartir el ideario ni de Feinmann ni de ninguna de las personas que están o estaban en Radio Continental, en Radio Mitre, en la Rock & Pop, en ninguno de los otros lugares. Yo no estoy de acuerdo ni con estos tipos ni con ninguno de los otros. Y si yo tuviera que estar en una radio totalmente a mi gusto y adaptada a mi forma de pensar, la verdad es que tendría que comprarme una.
–Los periodistas a veces tenemos ese problema. Nunca estamos en concordancia con los dueños de…
–Yo tengo la suerte, que no tienen algunos periodistas, de poder hacer lo que me da la gana.
–¿Con Hadad cómo se lleva?
–Lo conozco a él, lo conocí, lo saludé y es un tipo muy correcto pero yo qué sé lo que hace.
–¿Hablaron alguna vez de las diferencias ideológicas que hay entre ustedes?
–No, en absoluto. Es más, la reunión que tuve fue muy protocolar. Yo hice mis arreglos con otras personas, no con él. Fue todo muy correcto. ¿Qué me va a decir? “Hágame el favor, defienda a la derecha.” No funcionan así las cosas, muchachos. Funcionan de un modo peor a veces. Hay medios que cacarean progresismo y que en realidad trabajan de un modo distinto y además tienen una conducta empresaria absolutamente canallesca.
–¿Su partida de Continental tiene que ver con eso?
–Mi partida de Continental tiene que ver con conflictos estrictamente laborales y no ideológicos. Yo nunca tuve ninguna instrucción en ningún aspecto.
–De todos modos estas situaciones de estar en terreno escabroso, minado, conflictivo…
–Yo creo que es mentira eso, no es un terreno conflictivo. A los medios les resulta interesante que esto parezca conflictivo. ¿Qué raro? Parece que todo el mundo puede cambiar de radio menos yo. ¿Por qué no le hacen la misma pregunta a Rolando Hanglin? ¿Por qué me la hacen diez veces a mí y ninguna a él? ¿Cuál es el asunto? Yo sé cuál es el asunto, pero no se los voy a decir. No quiero contribuir a aquello a lo que me estoy oponiendo.
–Está identificado como un referente del libre pensamiento, su público es progresista…
–Y lo soy.
–¿Usted se define como progresista?
–Si tuviera que definirme, lo aceptaría. Contestar esa pregunta es aceptar sus términos. Yo no me defino.
–¿Por que no le gusta que lo encasillen?
–No, el progresismo parece también, especialmente en la Argentina, un grupo de personas que tienen ideas supuestamente avanzadas en todo aquello que no toque ningún privilegio.
–¿Dónde se para ideológicamente entonces?
–Donde estuve siempre. Podría definirme como alguien que está cerca de las izquierdas pero también como alguien que comprende que la libertad es un punto que no se debería negociar. Y por lo general, cuando tenemos proyectos colectivos muy fuertes, aparece de algún modo lesionado el individuo. La experiencia, la historia de las izquierdas en estos últimos años obliga a un replanteo. Y yo creo que, como tantos que han creído a veces con cierta ingenuidad en algunos proyectos utópicos, que han creído en el socialismo, que han creído en la Argentina del peronismo, estamos en un momento en el que aquellos sueños no han sido reemplazados por otros. Pero si quieren que les diga en pocas palabras todo esto, les voy a decir que si bien soy un hombre de izquierdas y simpatizo con las causas más populares, me parece que las utopías nos conducen a veces por el rumbo incierto de los tomates. Como dice el pensador barcelonés Jorge Wasenberg, lo mejor son utopías pero que no duren dos mil años sino que puedan irse modificando conforme a las circunstancias históricas varias.
–¿Con el kirchnerismo cómo se lleva?
–Bastante bien. Aplaudo que hay algunos pobres menos. Que hay alguna firmeza ante ciertas presiones exteriores. Y aplaudo mucho más cuando miro para atrás y observo el universo neoliberal del que salimos.
–¿Hay algo que le hace ruido de esta sensación de bonanza post-crisis?
–Después de tanto tiempo hay que disfrutar. Son felicidades burguesas. ¿Por qué renunciar a ellas?
–¿Usted se aburguesó?
–Seguramente, sí. No hay más remedio. Me aburguesé en mis maneras de vivir.
–¿Cómo son sus maneras de vivir?
–Son estas que ves aquí, muy sencillas. En mi trabajo no me he aburguesado. Por el contrario, en general, buscamos caminos difíciles.
–¿Esto de tener que explicarse en esta radio es un camino difícil para usted?
–No. Esto no es más que la consecuencia de cierto grado de estupidez mediática.
–¿Qué es lo que más felicidad le da en este momento de su vida, en esta etapa?
–Yo diría que hay tres puntos: el amor, los afectos de los hijos y la inteligencia.
–¿Y el paso del tiempo?
–El paso del tiempo es lo que me impide gozar de las tres cosas que le acabo de nombrar.
–¿Le molesta?
–Me impide disfrutar cada segundo. Cada felicidad que vivimos es irrecuperable. Y más cuando uno llega a una edad en que ha perdido mucho. Que se han muerto algunos. Se han muerto muchos mayores, se han muerto maestros. Evidentemente comienza lo que uno llamaba el sentimiento trágico de la vida, que de todos modos yo lo tengo desde los quince años. No es una cuestión de edad. Pero con la edad, el paso del tiempo se hace patente. A los dieciocho años, uno es inmortal. Alguien tuvo la mala idea de obsesionarme con este asunto y entonces no pude disfrutar de la inmortalidad ni siquiera cuando lo era. Ahora que pasa el tiempo, el temor a la vejez tiene características de inminencia. Sin embargo, me parece a mí que esta finitud que tenemos, esta esclavitud del tiempo, es el precio que debemos pagar por el amor.
–¿Teme a la muerte?
–Da más miedo la idea de que todos los que amamos se van a morir. Cuando era chico no tenía miedo a morirme yo, tenía miedo de que se muriera mi vieja.
–¿Y las mujeres?
–Las mujeres bien. Las mujeres son una forma de ilusionarse con la inmortalidad. Hay una edad, un momento de la vida en que uno desaparece como objeto de deseo. Después de ese momento, la vida amorosa que se tiene es de segundo orden. Algunos tienen la suerte de prolongar ese mantenimiento del modo que sea. Por suerte, por casualidad, porque sos flaco. Y por ahí te parece que sos inmortal.
–¿Tiene debilidad por las chicas jóvenes?
–No. Tengo debilidad por la belleza, y la belleza, en general, es joven. No es que tenga debilidad, sucede así.
–¿Siente la exigencia del público? ¿Le preocupa estar a la altura del Dolina que la gente espera?
–No, el público más bien quiere que uno siga haciendo las gracias más sencillas y más directas. Es conservador.
–¿En las ideas?
–Conservadoramente progresista.
–Lo llevo a un tema del pasado que salta en el archivo: su apoyo a Ruckauf…
–Bueno, eso fue un error. Un error mío. Pero los que me criticaban también se equivocaron. Yo me equivoqué con Ruckauf, pero me parece que mucha más gente se equivocó y mucho más feo con De la Rúa, así que… todos nos equivocamos.
–¿Sus ideas entraron muchas veces en contradicción con estas cosas? Digo: Ruckauf, las radios, los medios de comunicación, las radios, en su época, los milicos.
–¿A qué se refiere?
–A haber hablado alguna vez con Ruckauf, a estar ahora…
–Déjense de joder. Yo trabajaba en la revista
Humor cuando muchos de ustedes estaban escondidos debajo de la cama. Así que váyanse al carajo. Y qué me querés decir, yo nunca estuve cerca de nada. ¿Qué me querés decir? Fijate bien en los archivos. Por ahí encontrás de dónde vengo.
–En Radio El Mundo, cuando todavía estaba manos de la Marina, ¿es probable?
–No. Yo no trabajé durante la dictadura. Ese era otro, eh. En la dictadura trabajé pero en Humor, que no estaba intervenida por los militares. Ustedes son muy piolas para preguntar pero resulta que muchos de los tipos que me vienen a preguntar boludeces estaban escondidos debajo de la cama. Así que mi respuesta es váyase al carajo. Yo estoy harto de todo esto. Yo soy un tipo de lo más decente que puede encontrar y que me venga a preguntar si alguna vez estuve hablando con Ruckauf… ¡Dejate de joder! ¿Por qué no preguntás quién soy yo y cuántos amigos me mataron?
–No es nuestra intención ofenderlo. Estamos preguntando.
–Rechazo la pregunta y mi respuesta es váyase al carajo. Terminamos la nota. ¡Me venís a faltar el respeto! ¿Qué soy yo? Andá a la mierda, loco.
–Lamentamos que se ponga así.
–Pero cómo querés que me ponga, a mí me venís a decir, a mí que tengo muertos en la familia, me venís a decir: “¿Cómo sintió usted sus contactos con radios intervenidas por los milicos?”.
–Sólo se lo estamos preguntando…
–Lo estás preguntando mal. ¿Pero cómo no me voy a enojar? Toda la nota ha sido una demostración de fascismo y de intolerancia. A ver: ¿por qué mierda me cambié yo a la Radio 10? ¡Porque se me dio la gana!

Felipe de Edimburgo dixit

El príncipe Felipe de Edimburgo es el marido de la reina Isabel II (en la reciente película La reina es interpretado por James Cromwell, como se ve en la imagen de abajo). Al igual que sus hijos, el consorte real no está exento de escándalos. En primer lugar, por sus supuestas infidelidades (algunos incluso afirman que tuvo una relación homosexual con el ex presidente francés Valèry Giscard D’Estaing). En segundo lugar, por los vínculos de sus hermanas y de su familia materna, los Battenberg, con el nazismo (motivo por el cual varios parientes suyos no fueron invitados a su boda con Isabel en 1947). En tercer lugar, por una serie de frases inoportunas que ha dicho en público. Aquí hay una lista de las más jugosas:
  • Hablando con un profesor de manejo en Escocia, le preguntó “How do you keep the natives off the booze long enough to get them through the test?” (“¿Cómo evitan que los escoceses se emborrachen antes de la prueba de manejo?”)
  • En una visita a China en 1986, le dijo a un grupo de estudiantes británicos de visita que si se quedaban mucho tiempo más en el país, terminarían con los ojos rasgados.
  • Tras recibir un regalo en Kenia, le preguntó a quien se lo dio “¿Usted es una mujer, no?”
  • En 1966 dijo que las mujeres británicas “no saben cocinar”.
  • Le dijo a un grupo de estudiantes sordos que estaban parados junto a un baterista jamaiquino que no le extrañaba que se hubieran quedado sordos estando tan cerca de ese “ruido horrible”.
  • Le preguntó a un indígena australiano si seguían usando lanzas.
  • Mientras escuchaba un discurso de Cherie Blair, esposa de Tony, le comentó a sus acompañantes que “Esa mujer tiene una boca grande como un buzón”.
  • Le dijo al presidente de Nigeria, vestido con una túnica tradicional de su país, que parecía como si estuviera por ir a la cama.
  • Le preguntó a un Lord inglés negro de qué país exótico era oriundo, a lo que el hombre respondió “De Birmingham”.
  • Le preguntó a un habitante de las Islas Caimán si sus compatriotas eran descendientes de piratas.
  • Le dijo a un chico de 13 años que quería ser astronauta que para eso tendría que adelgazar.
Definitivamente, Felipe de Edimburgo es mi miembro favorito de la familia real británica.

martes, 27 de febrero de 2007

"Los reyes malditos", de Maurice Druon

La saga de Los reyes malditos de Maurice Druon cuenta la historia de los eventos que desencadenaron la Guerra de los Cien Años entre Francia e Inglaterra. Está compuesta por siete libros: El rey de hierro (escrito en 1955), La reina estrangulada (1955), Los venenos de la Corona (1956), La ley de los varones (1957), La loba de Francia (1959), La flor de lis y el león (1960) y De como un rey perdió Francia (1977). No obstante, no considero al séptimo libro tan bueno como los seis anteriores, pues en vez de narrar los hechos en tercera persona, lo hace en primera persona, con la voz de un cardenal que mientras viaja con su sobrino le va contando el reinado desastroso de Juan II.
Este texto es el prólogo y el primer capítulo del primer libro, El rey de hierro. Espero que les guste y que los lleve a leer el resto...

PROLOGO

Al comenzar el siglo XIV, Felipe IV, rey de legendaria belleza, reinaba en Francia como amo absoluto. Había domeñado el orgullo guerrero de los barones, había vencido a los flamencos sublevados, a los ingleses en Aquitania e incluso al papado, al que había instalado por la fuerza en Aviñón. Los parlamentos obedecían sus órdenes y los concilios respondían a la paga que recibían.
Para asegurar su descendencia contaba con tres hijos. Su hija se había casado con el rey de Inglaterra. Seis reyes figuraban entre sus vasallos y la red de sus alianzas se extendía hasta Rusia.
Ninguna riqueza escapaba de sus manos. Etapa tras etapa, había gravado los bienes de la Iglesia, expoliado a los judíos y atacado al trust de los banqueros lombardos.
Para hacer frente a las necesidades del Tesoro practicaba la alteración de la moneda. Cada día el oro pesaba menos y valía más. Los impuestos eran agobiantes y la policía se multiplicaba. Las crisis económicas engendraban la ruina y el hambre que, a su vez, eran la causa de motines ahogados en sangre. Las revueltas terminaban en la horca del cadalso. Ante la autoridad real, todo debía inclinarse, doblegarse o quebrarse.
Pero la idea nacional anidaba en la mente de este príncipe sereno y cruel, para quien la razón de Estado se sobreponía a cualquier otra. Bajo su reinado Francia era grande; y los franceses, desdichados.
Sólo un poder había osado resistirse: la Orden soberana de los Caballeros del Temple. Esta formidable organización, a la vez militar, religiosa y financiera debía a la Cruzadas, de las cuales había salido, su gloria y su riqueza.
La independencia de los templarios inquietó a Felipe el Hermoso, mientras que sus inmensos bienes excitaron su codicia. Instauró contra ellos el proceso más vasto que recuerda la historia. Cerca de quince mil hombres estuvieron sujetos a juicio durante siete años; y en este periodo se perpetraron toda clase de infamias.
Nuestro relato comienza al final del séptimo año.

I
LA REINA SIN AMOR

Un leño entero, sobre un lecho de brasas incandescentes, se consumía en la chimenea. Por las vidrieras verdosas, de reticulado de plomo, se filtraba un día de marzo, avaro de luz.
Sentada en alto sitial de roble, cuyo respaldo coronaban los tres leones de Inglaterra, la reina Isabel, esposa de Eduardo II, con la barbilla apoyada en la palma de la mano, miraba distraídamente la lumbre del hogar.
Tenía veintidós años. Sus cabellos de oro recogidos en largas trenzas formaban como dos asas de ánfora a cada lado de su rostro.
Escuchaba a una de sus damas francesas, que le leía un poema del duque Guillermo de Aquitania:

Del amor no puedo hablar,
ni siquiera lo conozco,
porque no tengo el que quiero...

La voz cantarina de la dama de compañía se perdía en aquella sala demasiado grande para que una mujer pudiera vivir dichosa en ella.

Me ha pasado siempre igual,
de quien quién amo no gocé,
no gozo ni gozaré...

La reina sin amor suspiró.
—¡Qué conmovedoras palabras! —exclamó— Diríase que han sido escritas para mí. ¡Ah! Terminaron los tiempos en que un gran señor como el duque Guillermo demostraba tanta destreza en la poesía como en la guerra. ¿Cuándo me dijisteis que vivió? ¿Hace doscientos años? Se diría que ese poema fue escrito ayer...
Y repitió para sí:

Del amor no puedo hablar,
ni siquiera lo conozco...

Durante unos instantes permaneció pensativa.
—¿Prosigo, señora? —preguntó la dama con el dedo apoyado en la página iluminada.
—No, amiga mía —respondió la reina—. Por hoy mi alma ha llorado bastante.
Se incorporó y cambió de tono:
—Mi primo Roberto de Artois me ha hecho anunciar su visita. Cuidad de que sea conducido a mi presencia en cuanto llegue.
—¿Viene de Francia? Estaréis contenta, entonces, señora.
—Deseo estarlo... siempre que las noticias que me traiga sean buenas.
Entró otra dama, presurosa, con semblante de gran alegría. Su nombre de soltera era Juana de Jounville y habíase casado con sir Roger Mortimer, uno de los primeros barones de Inglaterra.
—Señora, señora —exclamó—, ha hablado.
—¿De verdad? —preguntó la reina— ¿Y qué ha dicho?
—Ha golpeado la mesa y ha dicho... "¡Quiero!"
Una expresión de orgullo iluminó el hermoso semblante de Isabel.
—Traédmelo aquí —dijo.
Lady Mortimer salió de la estancia corriendo, y regresó poco después, con un niño de quince meses en los brazos, sonrosado, regordete, que depositó a los pies de la reina. Vestía un traje color granate, bordado de oro, más pesado que él.
—De modo, mi señor, hijo mío, que habéis dicho: "¡Quiero!" —exclamó Isabel inclinándose para acariciarle la mejilla—. Me agrada que ésa haya sido vuestra primera palabra. Es palabra de rey.
El niño le sonreía y balanceaba la cabeza.
—¿Y porqué lo ha dicho? —preguntó la reina.
—Porqué me resistía a darle un trozo de galleta que estaba comiendo —respondió lady Mortimer.
Isabel esbozó una rápida sonrisa que se apagó en seguida.
—Puesto que empieza a hablar —dijo—, pido que no se le anime a balbucear y a pronunciar tonterías, como por lo común se hace con los niños. Poco me importa que sepa decir "papá" y "mamá". Prefiero que conozca las palabras "rey" y "reina".
En su voz había una gran autoridad natural.
—Ya sabéis, amiga mía —continuó—, qué razones me decidieron a elegiros para aya del niño. Sois sobrina-nieta del gran Joinville, quien estuvo en la Cruzada con mi bisabuelo, mi señor san Luis. Sabréis enseñar a este niño que pertenece a Francia como a Inglaterra.

Lady Mortimer hizo una reverencia. En este momento se presentó la primera dama francesa, anunciando a monseñor el conde Roberto de Artois.
La reina se irguió en su sitial y cruzó las manos blancas sobre el pecho en actitud de ídolo. Su preocupación para conservar la majestuosidad de su porte no lograba envejecerla.
El andar de un cuerpo de noventa kilos hizo crujir el pavimento.
El hombre que entro medía casi dos metros de altura, tenía muslos semejantes a troncos de encina y manos como mazas. Sus botas rojas, de cordobán, estaban sucias de barro y mal cepilladas; el manto que pendía de sus hombros era lo suficientemente amplio para cubrir un lecho. Habría bastado una daga en su cintura para que tuviera el aspecto de hallarse aprestado para ir a la guerra. Su barbilla era redonda, su nariz corta, su quijada ancha y el pecho fuerte. Sus pulmones necesitaban más aire que la generalidad de los hombres. Aquel gigante contaba veintisiete años, pero su edad desaparecía bajo los músculos, lo que le hacía aparentar treinta y cinco.
Se quitó los guantes mientras se adelantaba hacia la reina, y dobló la rodilla con sorprendente agilidad para tal coloso.
Antes de que le hubieran invitado a hacerlo, ya se había incorporado.
—Y bien, primo mío —dijo Isabel—. ¿Tuvisteis buena travesía?
—Execrable, señora, horrorosa —respondió Roberto—. Una tempestad como para echar tripas y alma. Creí llegada mi última hora, hasta el extremo de que decidí confesar mis pecados a Dios. Por fortuna, eran tantos, que al tiempo de decir la mitad ya llegábamos a destino. Guardo suficientes para el regreso.
Estallo en una carcajada que hizo retemblar las vidrieras.
—¡Vive Dios! —prosiguió—. Mi cuerpo está hecho para recorrer la tierra y no para cabalgar aguas saladas. Si no hubiera sido por el amor que os profeso, prima mía, y por las cosas urgentes que debo deciros...
—Permitid que concluya —le interrumpió Isabel, mostrando al niño—. Mi hijo ha empezado a hablar hoy.
Luego se dirigió a lady Mortimer:
—Quiero que se habitúe a los nombres de sus deudos y que sepa, en cuanto sea posible, que su abuelo, Felipe el Hermoso, reina sobre Francia. Comenzad a recitar delante de él el Padre Nuestro y el Ave María, así como la plegaria a monseñor san Luis. Esas son cosas que deben adueñarse de su corazón aun antes de que su razón las comprenda.
No le desagradaba mostrar ante uno de sus parientes de Francia, descendiente a su vez de un hermano de san Luis, la manera como velaba por la educación de su hijo.
—Bella enseñanza daréis a ese jovencito —dijo Roberto de Artois.
—Nunca se aprende demasiado pronto a reinar —respondió Isabel.
El niño se divertía en caminar con el paso cauteloso y titubeante de las criaturas.
—¡Y pensar que nosotros también hemos sido así! —dijo de Artois.
—Viéndoos ahora, cuesta creerlo, primo mío —dijo la reina, sonriendo.
Por un instante, contemplando a Roberto de Artois pensó en los sentimientos de la mujer, pequeña y menuda que había engendrado aquella fortaleza humana, y miró a su hijo.
El niño avanzaba con las manos tendidas hacia el fuego, como si quisiera asir la llama con sus minúsculas manos. Roberto de Artois le cerró el paso, adelantando su bota roja. Nada asustado, el pequeño príncipe aferró aquella pierna que sus brazos penas lograban rodear, y se sentó en ella a horcajadas. El gigante lo elevó por los aires, tres o cuatro veces seguidas. El principito reía, encantado con el juego.
—¡Ah, mi señor Eduardo! —dijo de Artois—. Cuando seáis un poderoso príncipe, ¿osaré recordaros que os hice cabalgar en mi bota?
—Podréis hacerlo, primo mío —respondió Isabel—, podréis hacerlo siempre, si siempre seguís mostrándoos nuestro leal amigo... Que se nos deje solos, ahora —añadió.
Las damas francesas salieron, llevándose al niño que, si el destino seguía el curso normal, sería algún día Eduardo III de Inglaterra.
—¡Y bien, señora! —dijo—. Para completar las buenas lecciones que dais a vuestro hijo, podréis enseñarle que Margarita de Borgoña, reina de Navarra, futura reina de Francia y nieta de san Luis, está en camino de ser llamada por su pueblo Margarita la Ramera.
—¿De verdad? —dijo Isabel— ¿Era cierto, pues, lo que suponíamos?
—Sí, prima mía. Y no solamente Margarita. Lo mismo digo de vuestras otras dos cuñadas.
—¿Juana y Blanca...?
—De Blanca estoy seguro. En cuanto a Juana...
Roberto de Artois esbozó un ademán de incertidumbre con su enorme mano.
—Es más hábil que las otras —agregó— pero tengo razones para juzgarla una consumada zorra...
Dio unos pasos y se plantó para decir sin más:
—¡Vuestros tres hermanos son unos cornudos, señora, cornudos como vulgares patanes!
La reina se había puesto de pie, con la mejillas levemente coloreadas.
—Si lo que decís es verdad, no he de tolerarlo —dijo— No permitiré tal vergüenza, ni que mi familia sea el hazmerreír de la gente.
—Tampoco los barones de Francia lo soportarán —respondió de Artois.
—¿Tenéis nombres y pruebas?
De Artois respiró profundamente.
—Cuando el verano pasado vinisteis a Francia con vuestro esposo, para las fiestas las cuales tuve el honor de ser armado caballero, junto con vuestros hermanos... puesto que como ya sabéis, no se escatiman honores que nada cuestan, os confié mis sospechas y me confesasteis las vuestras. Me pedisteis que vigilara y que os informara. Soy vuestro aliado; hice lo uno y vengo a cumplir con lo otro.
—Decid: ¿qué averiguasteis? —preguntó Isabel, impaciente.
—En primer lugar, que ciertas joyas desaparecen del cofre de vuestra cuñada Margarita. Ahora bien, cuando una mujer se deshace de sus joyas en secreto, es para comprar algún cómplice o para pagar a algún galán. Su bellaquería está clara, ¿no os parece?
—En efecto. Pero puede fingir que las ha dado de limosna a la Iglesia.
—No siempre. No, si cierto prendedor, por ejemplo, ha sido cambiado a un mercader lombardo por un puñal de Damasco.
—¿Descubristeis de qué cintura pendía ese puñal?
—¡Ah no! —respondió de Artois—. Indagué, pero le perdí el rastro. Las pícaras son hábiles, os lo dije. Nunca, en mis bosques de Conches, he cazado ciervos tan diestros en confundir pistas y en tomar atajos.
Isabel se mostró decepcionada. Roberto de Artois, previendo lo que iba a decir, extendió los brazos.
—Aguardad, aguardad —prosiguió—. Soy buen cazador, y raramente se me escapa una pieza. La honesta, la pura, la casta Margarita ha hecho que le arreglen, como aposento, la vieja torre del palacio de Nesle. Dice que lo destina a lugar de retiro para sus oraciones. Sólo que se dedica a rezar justamente las noches en que vuestro hermano Luis está ausente. Y la luz brilla en la torre hasta muy tarde. Su prima Blanca y, algunas veces, Juana, se reúnen con ella. ¡Arteras, la doncellas! Si se interroga a una de las tres, se las compondría muy para decir: "¿Cómo? ¿De qué me acusáis? ¡Si no estaba sola!"... Una mujer pecadora se defiende mal, pero tres rameras juntas forman una fortaleza. Y hay algo más: he aquí que cuando Luis se ausenta, en esas noches en que la torre de Nesle está iluminada, se produce cierto movimiento en el ribazo, al pie de la torre, en un lugar siempre desierto. Se ha visto salir de allí a hombres que no llevan hábito de monje y que habrían salido por otra puerta de haber venido a cantar los oficios. La corte calla, pero el pueblo comienza a murmurar, porque antes hablan los sirvientes que sus amos...
Mientras hablaba, se agitaba, gesticulaba, caminaba, hacía vibrar el suelo y hendía el aire con aletazos de su capa. El despliegue de su exceso de fuerza era un medio de persuasión para Roberto de Artois. Trataba de convencer con músculos al mismo tiempo que con las palabras; sumergía al interlocutor en un torbellino; y la grosería de su lengua, tan de acuerdo con su aspecto, parecía prueba de su ruda buena fe. Sin embargo, examinándolo con mayor atención, uno llegaba a preguntarse, si todo aquel movimiento no era fanfarria de titiritero, juego de comediante. Un odio implacable, tenaz, brillaba en las grises pupilas del gigante. La joven reina se empeñaba en conservar su claridad de juicio.
—¿Hablasteis con mi padre? —dijo.
—Mi buena prima, conoces al rey Felipe mejor que yo. Cree tanto en la virtud de las mujeres, que sería preciso mostrarle a vuestras tres cuñadas acostadas con sus amantes para que consintiera en escucharme. Y no soy bien recibido en la corte desde que perdí mi proceso...
—Sé que cometieron una injusticia con vos, primo mío. Si de mí dependiera sería reparada.
Roberto de Artois se precipitó sobre la mano de la reina para posar en ella sus labios.
—Pero, debido justamente a ese proceso —agregó Isabel suavemente—, ¿no podría suponerse que actuáis ahora por venganza?
El gigante se incorporó de un salto.
—¡Claro que actúo por venganza, señora!
Decididamente el enorme Roberto desarmaba a cualquiera. Uno creía tenderle una celada y cogerlo en falta, y él abría su corazón ampliamente, como un ventanal.
—¡Me han robado la herencia de mi condado de Artois —exclamó— para entregársela a mi tía Mahaut de Borgoña...! ¡Maldita perra piojosa! ¡Ojalá reviente! ¡Ojalá la lepra carcoma su boca y el pecho se le vuelva carroña! ¿Y por que lo hicieron? ¡Porque a fuerza de astucias, de intrigas y de forzar la mano de los consejeros de vuestro padre con libras constantes y sonantes, mi tía logró casar a las dos rameras de sus hijas y a la ramera de la prima con vuestros tres hermanos!
Se puso a imitar un imaginario discurso de su tía Mahaut, condesa de Borgoña y de Artois, al rey Felipe el Hermoso.
—"Amado señor, pariente y compadre, ¿qué os parece si casarais a mi queridita Juana con vuestro hijo Luis? ¿No queréis? ¡Bien! Dadle a Margarita, y luego Juana será para Felipe y mi dulce Blanquita para el hermoso Carlos. ¡Qué dicha, que se amen todos a la vez! Luego, si me concedéis el Artois, propiedad de mi difunto padre, mi franco condado de Borgoña iría a manos de esas avecillas, a Juana, si os parece; así, vuestro hijo segundo se convierte en conde palatino de Borgoña y vos podéis empujarlo hacia la corona de Alemania. ¿Mi sobrino Roberto? ¡Dadle un hueso a ese perro! A ese patán le basta y sobra con el castillo de Conches y el condado de Beaumont." Y soplo malicias al oído de Nogaret, y cuanto mil maravillas a Marigny... Y caso a una, caso a dos y caso a tres... Y en cuanto está hecho, mis zorritas empiezan a maquinar entre sí, a enviar mensajes, a procurarse galanes ya a ponerle hermosos cuernos a la corona de Francia... ¡Ah, señora!, si ellas fueran irreprochables, yo tascaría el freno. Pero portarse tan suciamente después de haberme perjudicado tanto; esas niñas de Borgoña sabrán lo que les cuesta; me vengaré en ellas de lo que la madre me hizo.

Isabel permanecía pensativa bajo aquel huracán de palabras. Artois se aproximó a ella y, bajando la voz, le dijo:
—A vos os odian.
—Es verdad que, por mi parte, no las he querido desde el principio y sin saber por qué —respondió Isabel.
—No las queréis porque son falsas, porque sólo piensan en el placer y porque carecen del sentido del deber. Pero ellas os odian porque están celosas de vos.
—Mi suerte no tiene nada de envidiable, sin embargo —dijo Isabel, suspirando—. Y su situación me parece más dulce que la mía.
—Sois reina, señora. Lo sois por vuestra alma y por vuestra sangre. Vuestras cuñadas, en cambio, podrán llevar corona; pero nunca serán reinas. Por eso os tratarán siempre como enemiga.
Isabel elevó hacia su primo sus bellos ojos azules, y Artois sintió que esta vez había dado en el blanco. Isabel estaba definitivamente de su parte.
—¿Tenéis los nombres de... en fin... de los hombres con quienes mis cuñadas...?
No se rendía al crudo lenguaje de su primo y se negaba a pronunciar ciertas palabras.
—Sin ellos nada puedo hacer —prosiguió—. Obtenedlos y os juro que iré a París con cualquier pretexto y que pondré fin a ese desorden. ¿En qué puedo ayudaros? ¿Habéis prevenido a mi tío Valois?
De nuevo se mostraba decidida, precisa, autoritaria.
—Me guardé muy bien -respondió Artois-. El señor de Valois es mi más fiel protector y mi mejor amigo; pero no sabe callar nada y proclamará a los cuatro vientos lo que queremos ocultar. Daría la alarma demasiado pronto y cuando quisiéramos atrapar a las pícaras, las hallaríamos puras como monjas.
—Entonces, ¿Qué proponéis?
—Dos cosas —dijo de Artois—. La primera, nombrar en la corte de Margarita una nueva dama enteramente de nuestra confianza, la cual nos tendrá al corriente de todo. He pensado en la señora de Comminges, que acaba de enviudar y a la que se le deben toda clase de consideraciones. Para ello nos servirá vuestro tío Valois. Hacedle llegar una carta, expresándole vuestro deseo. Monseñor tiene gran influencia sobre vuestro hermano Luis y hará que la señora de Comminges entre bien pronto en el palacio de Nesle. Así tendremos allí una persona adicta, y como decimos la gente de guerra: "Vale más un espía dentro que un ejército fuera".
—Escribiré la carta y vos la llevaréis —dijo Isabel— ¿Y luego?
—Habrá que adormecer, al mismo tiempo, la desconfianza de vuestras cuñadas con respecto a vos y halagarlas con hermosos presentes —prosiguió de Artois—. Presentes que puedan convenir del mismo modo a mujeres que a hombres y que les haréis llegar secretamente, sin dar cuenta de ello a vuestro padre, ni a los respectivos esposos, como un pequeño secreto de amistad entre vosotras. Margarita se deshace de sus joyas a favor de un galán desconocido; no sería, pues, extraño, que, tratándose de un regalo del cual no debe rendir cuentas, nos lo encontraremos prendido del cuerpo del mozo que buscamos. Suministrémosles ocasiones de imprudencia.
Isabel reflexionó durante algunos segundos; luego se acercó a la puerta y dio unas palmadas.
Apareció la primera dama francesa.
—Amiga mía —dijo la reina—, traedme la escarcela de oro que el mercader Albizzi me ha ofrecido esta mañana.
Durante la corta espera, Roberto de Artois se desprendió por fin de sus preocupaciones e intrigas y se decidió a examinar la sala donde se hallaba, los frescos religiosos en forma de casco de navío. Todo era nuevo, triste y frío. El mobiliario escaso.
—No es muy risueño el lugar donde vivís, prima —dijo—. Creeríase una catedral y no un castillo.
—¿Quiera Dios que no se me convierta en prisión! —respondió Isabel en voz baja— ¡Cuánto añoro a Francia, muchas veces!
La dama francesa regresó, trayendo una bolsa de hilos de oro entretejidos, forrada de seda y con un cierra de tres piedras preciosas grandes como nueces.
—¡Qué maravilla! —exclamó de Artois—. Justamente lo que necesitamos. Un poco pesado para adorno de una dama y demasiado delicado para mí; es exactamente el objeto que un jovenzuelo de la corte sueña con colgarse de la cintura para llamar la atención.
—Encargaréis al mercader Albizzi que haga dos escarcelas parecidas a ésta —dijo Isabel a su dama—, y que me las envíe en seguida.
Luego, cuando ésta hubo salido, agregó, dirigiéndose a Roberto de Artois:
—De esa manera podréis llevároslas a Francia.
—Y nadie sabrá que habrán pasado por mis manos —dijo él.
Fuera resonaron gritos y risas. Roberto de Artois se aproximó a una de las ventanas. En el patio, un equipo de albañiles se disponía a izar una pesada piedra clave de bóveda. Unos hombres tiraban de la cuerda de una polea mientras otros, subidos a un andamiaje, se aprestaban a aferrar el bloque de piedra. La faena parecía realizarse en una atmósfera de buen humor.
—¡Y bien! —exclamó de Artois—. Parece que al rey Eduardo sigue gustándole la albañilería.
Acababa de reconocer, en medio de los obreros, a Eduardo II, marido de Isabel, un hombre bastante apuesto, de unos treinta años de edad, cabellos ondulados, anchos hombros y fuertes caderas. Su traje de terciopelo estaba manchado de yeso.

—Hace más de quince años que comenzaron a reconstruir Westminster —dijo Isabel, colérica (pronunciaba Westmoustiers, a la francesa)—. Hace seis años, desde que me casé, que vivo entre paletas y mortero. ¡Lo que construyen en un mes lo destruyen el otro! ¿No le gusta la albañilería, sino los albañiles! ¿Creéis que lo llaman "señor"? ¡No! Para ellos es Eduardo. Se burlan de él, y él está encantado. ¡Míralo! ¡Ahí lo tenéis!
En el patio, Eduardo II daba órdenes, apoyado sobre el hombro de un joven. Reinaba a su alrededor una sospechosa familiaridad.
—Creía —dijo Isabel— que había conocido lo peor con aquel caballero de Gaveston. Aquel bearnés insolente y jactancioso gobernaba de tal manera a mi marido que disponía del reino a su antojo. Eduardo le dio todas mis joyas de recién casada. ¡Debe de ser costumbre familiar que, de un modo u otro, las joyas de las mujeres vayan a parar a los hombres!
Teniendo a su lado a un pariente y amigo, Isabel se permitía, por fin, desahogar sus penas y humillaciones.
En realidad, las costumbres del rey Eduardo eran conocidas en toda Europa.
—Los barones y yo conseguimos deshacernos de Gaveston el año pasado; le cortaron la cabeza y me alegré de que su cuerpo fuera a pudrirse en los dominios de Oxford. ¡Pues bien, he llegado a añorar al caballero de Gaveston! Porque desde aquel día, como para vengarse de mí, Eduardo atrae a palacio a los hombres más ruines e infames de su pueblo. Se le ve recorrer las tabernas del puerto de Londres, sentarse con truhanes, rivalizar en luchas con los descargadores y en carreras con los palafreneros. ¡Hermosos torneos los que nos ofrece! Entretanto, cualquiera manda en el reino, con tal que le organice sus bacanales y que participe en ellas. En este momento les ha tocado el turno a los barones de Despenser; el padre gobernando; el hijo sirviendo de mujer a mi esposo. En cuanto a mí, Eduardo, ni se me acerca, y si por casualidad viene a mi cama, siento tal vergüenza que permanezco absolutamente fría.
Había bajado la cabeza.
—Una reina es el súbdito más miserable del reino —prosiguió— si el rey no la ama. Asegurada la descendencia, su vida ya no cuenta. ¿Qué mujer de barón, de burgués, o de villano soportaría lo que yo debo soportar por ser reina? La última lavandera del reino tiene más derechos que yo: puede pedirme ayuda...
—Prima, mi hermosa prima, y quiero brindaros mi ayuda —dijo Artois con vehemencia.
Ella alzó tristemente los hombros como si quisiera decir "¿Qué podéis hacer por mí?" Estaban frente a frente; Roberto la tomó por los brazos lo más suavemente que pudo, y murmuró:
—Isabel...
Ella posó sus manos sobre los brazos del gigante. Se miraron sobrecogidos por una turbación imprevista.
Artois se sintió extrañamente conmovido, y oprimido por una fuerza que temía utilizar con torpeza. Sintió bruscamente el anhelo de consagrar su tiempo, su vida, su cuerpo y su alma a aquella reina frágil. La deseaba, con un deseo inmediato e incontenible, que no sabía cómo expresar. Sus gustos no lo inclinaban, por lo común, hacia las mujeres de calidad y el don de la galantería no se contaba entre sus virtudes.
—Muchos hombres agradecerían al cielo, de rodillas, lo que un rey desdeña, ignorando su perfección —dijo Roberto—. ¡Cómo es posible que a vuestra edad tan fresca y tan joven os veáis privada de las alegrías naturales? ¿Cómo es posible que esos dulces labios no sean besados? ¡Y estos brazos... este cuerpo...? ¡Ah, Isabel tomad un hombre, y que ese hombre sea yo..!
Ciertamente, decía con rudeza lo que quería y su elocuencia se parecía muy poco a la del duque Guillermo de Aquitania. Pero Isabel no separaba su mirada de la de él. La dominaba, la aplastaba con su estatura; olía a bosque, a cuero, a caballo y a armadura; no tenía la voz ni la apariencia de un seductor y, sin embargo, la seducía. Era un hombre de una pieza, un macho rudo y violento, de respiración profunda. Isabel sentía que su voluntad la abandonaba y sólo tenía un deseo: apoyar su cabeza contra aquel pecho de búfalo y abandonarse... apagar aquella gran sed... Temblaba un poco.
Se apartó de golpe.
—¡No, Roberto! —exclamó—. No voy a hacer y lo que tanto reprocho a mis cuñadas. No puedo ni debo hacerlo. Pero cuando pienso en lo que me impongo, en lo que me niego, mientras ellas tienen la suerte de tener maridos que las aman... ¡Ah, no! Es preciso que sean castigadas!
Su pensamiento se encarnizaba con las culpables, ya que ella no se permitía la misma culpa.
Volvió a sentarse en el gran sitial de roble. Roberto de Artois se aproximó a ella.
—No, Roberto —dijo, extendiendo los brazos—. No os aprovechéis de ni desfallecimiento; me enojaríais.
La extremada belleza, al igual que la majestad inspira respeto. El gigante obedeció.
Pero aquel momento jamás se borraría de la memoria de los dos.
"Puedo ser amada", se decía Isabel. Y casi sentía gratitud hacia el hombre que le había dado la certeza.
—¿Era eso todo lo que debíais comunicarme, primo? ¿No me traéis otras noticias? —dijo, haciendo un gran esfuerzo para dominarse.
Roberto de Artois, que se preguntaba si no había cometido error al no aprovechar la oportunidad, tardó algún tiempo en contestar.
—Sí, señora, os traigo también un mensaje de vuestro tío Valois.
El nuevo vínculo que se había creado entre ellos daba a sus palabras otras resonancias, y no podían estar completamente atentos a lo que decían.
—Los dignatarios del Temple serán juzgados muy pronto —continuó diciendo de Artois—. Y se teme que vuestro padrino, el gran maestre Jacobo de Molay, sea condenado a muerte. Vuestro tío Valois os pide que escribáis al rey par suplicarle clemencia.
Isabel no respondió. Había vuelto a su posición acostumbrada, la barbilla sobre la palma.
—¡Cómo os parecéis a él, en este momento! —dijo de Artois.
—¡A quién?
—Al rey Felipe, vuestro padre.
—Lo que decida mi padre, el rey, bien decidido está —respondió lentamente Isabel—. Puedo intervenir en lo concerniente al honor familiar; pero no pienso hacerlo con respecto al gobierno de un reino.
—Jacobo de Molay es un hombre anciano. Fue noble y grande. Si ha cometido faltas las ha expiado duramente. Recordad que os tuvo en sus brazos en la pila bautismal... ¡Creedme, va a cometerse un gran daño, por obra una vez más, de Nogaret y de Marigny! Al destruir el Temple, esos hombres salidos de la nada han querido atacar a toda la caballería francesa y a los altos barones...
La reina seguía perpleja; ostensiblemente el asunto era superior a su entendimiento.
—No puedo juzgar —dijo—. No puedo juzgarlo.
—Sabéis que tengo una gran deuda adquirida con vuestro tío Valois, y él me quedaría agradecido si obtuviera de vos esa carta. Además, la piedad nunca sienta mal a una reina; es sentimiento de mujer, y seríais alabada por ello. Algunos os reprochan vuestra dureza de corazón; así les daríais cumplida respuesta. Hacedlo por vos, Isabel, y hacedlo por mí.
Ella sonrió.
—Sois muy hábil, primo Roberto, a pesar de vuestro aire ceñudo. Escribiré esa carta y podréis llevároslo todo junto. ¿Cuándo partiréis?
—Cuando me lo ordenéis, prima.
—Supongo que las escarcelas estarán listas mañana. Muy pronto es.
La voz de la reina reflejaba cierto pesar. Se miraron de nuevo, y de nuevo ella se turbó.
—Esperaré vuestro mensaje para saber si debo partir hacia Francia. Adiós, primo. Volveremos a vernos durante la cena.
De Artois se despidió y la habitación, después que él salió, parecía extrañamente tranquila, como un valle tras la tempestad. Isabel cerró los ojos y permaneció inmóvil durante largo rato.
Los hombres llamados a desempeñar un papel decisivo en la historia de los pueblos ignoran a menudo qué destinos encarnan. Los dos personajes que acababan de sostener tan larga entrevista, una tarde de marzo de 1314, en el castillo de Westminster, no podían jamás imaginarse que, por el encadenamiento de sus actos se convertirían en los primeros artífices de una guerra entre Francia e Inglaterra que duraría mas de cien años.

lunes, 26 de febrero de 2007

Lista de ganadores del Oscar 2007

Mejor película: Los infiltrados
Mejor director: Martin Scorsese por Los infiltrados
Mejor actor protagónico: Forest Whitaker por El último rey de Escocia
Mejor actriz protagónica: Helen Mirren por La reina
Mejor actor de reparto: Alan Arkin por Pequeña Miss Sunshine
Mejor actriz de reparto: Jennifer Hudson por Las soñadoras
Mejor película extranjera: The lives of others, de Florian Henckel von Donnersmarck (Alemania)
Mejor guión original: Michael Arndt por Pequeña Miss Sunshine
Mejor guión adaptado: William Monahan por Los infiltrados
Mejor música original: Gustavo Santaolalla por Babel
Mejor canción original: I need to wake up, de Melissa Etheridge, perteneciente a La verdad incómoda
Mejor film animado: Happy Feet, el pingüino, de George Miller
Mejor dirección de arte: Eugenio Caballero y Pilar Revuelta por El laberinto del fauno
Mejor fotografía: Guillermo Navarro por El laberinto del fauno
Mejor vestuario: Milena Canonero por María Antonieta
Mejor maquillaje: David Martí y Montse Ribé por El laberinto del fauno
Mejor documental: La verdad incómoda, de Davis Guggenheim
Mejor corto documental: The blood of Yingzhou District, de Ruby Yang
Mejor corto de animación: The Danish Poet, de Torill Kove (Noruega/Canadá)
Mejor corto de acción viva: West Bank Story, de Ari Sandel (Estados Unidos)
Mejor edición de sonido: Alan Robert Murray y Bub Asman por Cartas de Iwo Jima
Mejor sonido: Michael Minkler, Bob Beemer y Willie D. Burton por Las soñadoras
Mejores efectos visuales: John Knoll, Hal T. Hickel, Charles Gibson y Allen Hall por Los piratas del Caribe: el cofre de la muerte
Mejor edición: Thelma Schoonmaker por Los infiltrados
Por su parte, el músico italiano Ennio Morricone, autor de más de 500 bandas sonoras para películas de diferentes nacionalidades y varias veces canditato sin suerte, recibió un Oscar honorario por su vasta trayectoria.

La política exterior kirchnerista

El tema de las alianzas y los enfrentamientos del actual gobierno en la comunidad internacional es bastante interesante. El gobierno de Néstor y Cristina Kirchner ha tenido posturas que nadie hubiera imaginado antes del 25 de mayo del 2003.
Un tema en el que han desafiado todas las espectativas es el de la relación con los Estados Unidos. Si bien Kirchner se opuso al ALCA en la cumbre de Mar del Plata (y permitió que Luís D'Elía y otros dirigentes de izquierda armaran una "anticumbre" bastante grotesca) criticó con dureza la invasión estadounidense a Irak en el 2003 y desde su asunción se ha negado a votar contra Cuba en la resolución anual de la ONU sobre los D.D.H.H., también ha tomado muchas medidas gratas al gobierno de W. Bush. Envió tropas a Haití, intervino lo más que pudo en las cíclicas crisis políticas de Bolivia para intentar calmar las turbulencias y se supone que actua como "moderador" de Hugo Chávez en América del Sur. Incluso su mala relación con el FMI no fue vista con malos ojos por el gobierno republicano, que siempre ha considerado al Fondo Monetario como la "pata económica" de la ONU (y todos sabemos lo mucho que respetan los estadounidenses a las Naciones Unidas, como lo demostraron al invadir Irak sin su aprobación...)
Es cierto que lo que sucedió en la cumbre de Mar del Plata distanció definitivamente a Kirchner del mismo Bush, pero eso en realidad importa muy poco: todos sabemos que Bush no es más que un imbécil manejado por gente mucho más pragmática e inteligente que él. Así que no creo que haya que preocuparse porque Bush no visite la Argentina; en rigor, su presencia no causaría más que problemas (como los que les está causando a los uruguayos).
Yo creo que la relación de Kirchner con EUA es bastante madura e inteligente. En vez de tener enfrentamientos infantiles (como Alfonsín) o de tener una política de "relaciones carnales" (como con Menem y De la Rúa) nos alineamos con ellos cuando nos conviene y los dejamos solos cuando nos conviene. Si Kirchner optara por una de las dos opciones de arriba, o bien seríamos identificados con Chávez y Fidel Castro, o bien seríamos chupamedias de EUA y tendríamos un pequeño contingente de tropas en Irak para demostrar cuánto los amamos.
Algo en lo que los K sí cumplieron con lo que se esperaba fue en la relación con Brasil. Había una inocultable simpatía ideológica entre Lula da Silva y Kirchner ya antes de las elecciones. Después, su relación tuvo algunos cortocircuitos, sobre todo a causa de los desequilibrios comerciales entre ambos países. Pero en los últimos años han llegado a cierto equilibrio que les permite actuar en tándem.
Con España la relación también fue buena desde el primer día. En rigor, la relación ya era buena desde el gobierno de Duhalde, que era amigo de José María Aznar. Kirchner heredó esa buena relación con el gobierno del PP, pero consiguió tener una alianza aun mejor con el de Rodríguez Zapatero, del PSOE. También parece haber establecido buenos vínculos con el rey Juan Carlos.
La relación con la Venezuela de Hugo Chávez ha sido extraña. Al principio combinaba negocios con ideología, pero últimamente los negocios están cada vez más en el centro de la agenda entre nuestros países. Chávez es, en el fondo, un pragmático. Todos sabemos que desde la retórica golpea sin cesar a EUA, pero su país le vende muchísimo petroleo. Y está dispuesto a intercambiar sus petrodólares por alianzas políticas con otros países.
También Kirchner ha tenido enfrentamientos con otros países. El más prominente es el sostenido con Uruguay por la instalación de la pastera de Botnia en Fray Bentos. Pero también ha habido choques muy fuertes con Italia, por los miles de bonistas de ese país que fueron perjudicados por la quita del 75% de la deuda externa a los acreedores privados; choques que fueron más que nada con la administración de Silvio Berlusconi, pero que se redujeron al ser reemplazado por Romano Prodi. También ha habido un enfrentamiento con Francia por las inversiones de la empresa Suez en la Argentina (aunque el gobierno argentino y el francés coinciden en el tema de la política de D.D.H.H., lo cual quedó en evidencia durante la visita de Cristina Kirchner a Francia). Y tuvimos también rispideces con Chile, tanto en el gobierno de Ricardo Lagos como en el de Michelle Bachelet, a causa del precio del gas que les vendemos.
Y hubo, por último, algunos gobiernos con quienes Kirchner mantuvo o mantiene cierta frialdad: el de Alejandro Toledo y el de Alan García en Perú, el de Álvaro Uribe en Colombia, el de Vicente Fox y el de Felipe Calderón en México.
Así es, más o menos, el mapa de alianzas y enfrentamientos del actual gobierno. Creo haber sido bastante lúcido al analizar el tema. Después uno podrá criticar o alabar su política exterior, pero creo haber dicho la verdad en este texto.

domingo, 25 de febrero de 2007

María Estuardo

María Estuardo (imágen) fue la última reina de Escocia antes de que ese país se unificara de hecho con Inglaterra en 1603. Era hija del rey James V y de María de Guise (imágen) y nació el 8 de diciembre de 1542. Su padre, al enterarse del nacimiento, exclamó "The devil go with it! It came with a lass, it will pass with a lass!", con lo que quiso decir que los Estuardo habían llegado al trono escocés gracias a una mujer (por su parentesco con Marjorie Bruce, hija del rey Roberto I) y que lo perderían a causa de una mujer. Pues James V estaba agonizando, sus hijos varones habían muerto y temía que esta hija fuera casada con la fuerza con el joven príncipe Eduardo, hijo de Enrique VIII de Inglaterra, forzando la unión de ambos reinos y la fagocitación de los Estuardo por los Tudor ingleses. Al final ocurrió lo contrario.
James murió el 14 de diciembre, con lo que su hija de sólo 6 días de vida fue coronada reina de Escocia. María de Guise se convirtió en regente y se apresuró a esconder a la joven reina para evitar que fuera capturada por los ingleses, que invadieron Escocia (la guerra entre Enrique VIII y María de Guise fue llamada con amarga ironía "el galanteo persistente").
Finalmente, en 1548, tras una terrible derrota de los escoceses en la batalla de Pinkie Cleugh, María de Guise decidió poner a salvo a su hija y le envió a Francia, de donde ella era oriunda. María Estuardo se crió entonces en la corte fracesa, junto a la numerosa prole del rey Enrique II y de Catalina de Medici. Pero la tentación que representaba la joven María fue demasiado fuerte para Enrique II, que terminó imitando a su tocayo inglés y casando a la niña con su propio hijo y heredero Francisco (imágen). María de Guise aceptó la unión pensando que si tenía que elegir entre la "tutela" inglesa y la francesa, prefería la segunda.
El matrimonio entre María y Francisco se celebró el 24 de abril de 1558, en Norte Dame. María tenía 15 años y su flamante esposo 14. En noviembre del mismo año, Isabel I, hija de Enrique VIII y de su segunda esposa, la célebre Ana Bolena, se convirtió en reina de Inglaterra al morir su hermana mayor, la ultracatólica María I (que por su brutal persecución de los protestantes fue llamada Bloody Mary). La nueva monarca era protestante y no tardó en abandonar el catolicismo como la religión oficial de Inglaterra. Los católicos del país pasaron de ser los perseguidores a los perseguidos. Esto hizo que las potencias católicas rechazaran a Isabel como reina de Inglaterra y afirmaran que la legítima monarca era María Estuardo, sobrina-nieta de Enrique VIII y biznieta de Enrique VII a través de su abuela paterna Margarita Tudor. No obstante, eso no impidió que Isabel siguiera reinando tranquilamente.
El 10 de julio de 1559 murió Enrique II, tras lo cual Francisco subió al trono francés con el nombre de Francisco II. Ahora María era reina de Escocia, de Francia y (para los católicos) de Inglaterra. Durante el reinado del joven Francisco II, la familia materna de María, los Guise, actuó como el poder detrás del trono. Esta situación duró poco, pues Francisco murió el 5 de diciembre de 1560. Como María y él no habían llegado a tener hijos, fue sucedido por su hermano menor Carlos IX, de 10 años. Su madre Catalina de Medici se apresuró a hacerse con la regencia y María Estuardo y los Guise pasaron a un segundo plano.
María de Guise había muerto en junio de 1560 -supuestamente envenenada-, y un grupo de nobles protestantes encabezado por James de Moray, el hijo bastardo de James V, había formado un Consejo de Regencia. Al enviudar María, los nobles comprendieron que su próximo paso sería volver a Escocia. Eligiendo entre que ella viniera al mando de un ejército francés y que ella viniera invitada por el Consejo, optaron por lo segundo. María pactó con ellos que permitiría que el protestantismo siguiera siendo la religión oficial escocesa, siempre y cuando le permitieran a ella y a sus cortesanos practicar el catolicismo en privado.
Al principio todo marchó bien para los nobles protestantes. María había crecido en la refinada y sutíl corte francesa y fue incapaz de adaptarse al estilo de vida casi medieval de la nobleza de Escocia, por lo que siguió los consejos de su hermanastro el conde de Moray, jefe de la facción protestante. Cumplió con su palabra en cuanto a la religión e incluso llegó a reprimir el levantamiento de Lord Huntly, líder de la minoría de nobles católicos, en 1562. Pero en 1564 contrató a un nuevo secretario privado, el italiano David Rizzio, que pronto se convirtió en su favorito (y, debido a que Rizzio, de unos 31 años, era bastante atractivo, muchos sospecharon que era algo más que su hombre de confianza). María y Rizzio terminaron marginando al conde de Moray de la toma de decisiones.
María luego procedió a permitir el regreso a Escocia de su primo católico Mateo Estuardo, desterrado a Inglaterra muchos años antes. Al devolverle su título y sus numerosas propiedades, esperaba contar con su apoyo contra los protestantes. Con Mateo vino su hijo, Enrique (imágen), más conocido como Lord Darnley, de 19 años, en quien María -entonces de 22- puso sus ojos. Había varias cualidades que lo hacían parecer el marido ideal. En primer lugar, era católico como su padre. En segundo lugar, la madre de Enrique era Margarita Douglas, hija de Margarita Tudor, por lo que Enrique era, al igual que María, biznieto de Enrique VII y sobrino-nieto de Enrique VIII. Esto significaba que un hijo de ambos tendría derechos innegables al trono inglés, puesto que Isabel I no tenía hijos. En tercer lugar, Enrique, al haber nacido en Inglaterra, ser hijo de madre inglesa y ser formalmente súbdito inglés, sería visto por los nobles como un extranjero y sería improbable que lo usaran para apartarla del poder. En cuarto lugar, Enrique era muy atractivo fisicamente.
El matrimonio tuvo lugar en el palacio de Holyrood, en Edimburgo, el 29 de julio de 1565. Fue la gota que rebalsó el vaso para el conde de Moray, quien el 26 de agosto se rebeló contra su hermanastra. El movimiento fue fácilmente aplastado, y el conde debió huir a Inglaterra.
Al poco tiempo fue evidente que todas las ventajas de Enrique como esposo no superaban a sus terribles defectos de carácter. Enrique era muy inmaduro, bebía en abundancia y engañaba a su esposa con hombres y mujeres. Como si fuera poco, sentía grandes celos de la "amistad" entre María y Rizzio. Un grupo de nobles descontentos actuó como Yago con el joven Otelo y lo incitó a deshacerse de Rizzio y a convertirse en rey absoluto de Escocia (pues si bien María le había permitido usar el título de rey, era sólo un rey consorte, sin poder verdadero). El 9 de marzo de 1566 Enrique y los nobles irrumpieron en una reunión entre María y Rizzio y asesinaron al segundo. Los conjurados hicieron prisionera a María, pero Enrique terminó traicionándolos y ayudando a su mujer a escapar y levantar un ejército. La rebelión, como la del conde de Moray, fue aplastada, pero María ahora odiaba a Enrique a muerte.
El 19 de junio del mismo año nació el hijo de María y Enrique, James. Habiendo cumplido su objetivo de tener un hijo con Enrique que pudiese heredar el trono inglés (aunque había malas lenguas que señalaban al difunto Rizzio como el padre biológico), María podía ahora sacárselo de encima. Además, la reina había comenzado un apasionado romance con James Hepburn, mejor conocido como Lord Bothwell (imágen).
Para disimular, María fingió reconciliarse con Enrique e incluso visitaba a menudo su dormitorio. Pero el 10 de febrero de 1567 hubo una explosión en la casa en donde Enrique estaba pernoctando. Los cuerpos del rey consorte y de un muchacho que tenía como amante fueron encontrados en el lugar, pero si bien el segundo había muerto por la explosión, el primero había sido estrangulado. Al parecer, Enrique sobrevivió el atentado con pólvora pero fue asesinado por el propio Bothwell mientras intentaba escapar. Tenía 21 años.
Bothwell fue acusado del asesinato, pero la comisión investigadora -nombrada por María- lo absolvió el 12 de abril en un juicio que duró unas pocas horas. El 19 de abril Bothwell reunió a 8 obispos, 9 condes y 7 miembros del Parlamento escocés y los forzó a firmar un documento declarando que María debía casarse nuevamente y que el mejor partido era, oh casualidad, Lord Bothwell. Luego, el 24 de abril, se produjo una farsa monumental: María fue "raptada" por Bothwell mientras viajaba a Edimburgo. De acuerdo con las viejas normas medievales, un hombre que raptaba y "ultrajaba" a una mujer podía luego rectificar las cosas casandose con ella. Así, el 15 de mayo de 1567, 3 meses después de que la novia enviudara y 8 días después de que el novio se divorciara de su anterior esposa, María Estuardo y Lord Bothwell contrajeron matrimonio.
Inmediatamente se produjo un levantamiento mucho más masivo que todos los que María había debido enfrentar durante su reinado. Los nobles estaban hartos de María y ahora tenían a alguien a quien colocar en su lugar: su hijito James. El 15 de junio, el ejército de los rebeldes y el de María y Bothwell se encontraron en Carberry Hill. Las tropas de la pareja estaban muy desmoralizadas y mal preparadas para la batalla, por lo que María llegó a un acuerdo con los nobles: se entregó prisionera a cambio de que permitieran a Bothwell salir de Escocia.
María fue encerrada en el castillo-isla del lago Leven, y Bothwell huyó del país con la esperanza de levantar un ejército y reponer a María en el trono (terminó encarcelado en Noruega, donde murió en 1578). El 18 de julio, María dio a luz prematuramente a dos hijos mellizos de ella y Bothwell, que murieron al cabo de unos días. El 24, la obligaron a abdicar el trono en favor de su hijo James, de un año de edad. Su hermanastro James de Moray (a quien su hermana había permitido regresar a Escocia tras el asesinato de Rizzio, y que había permanecido al margen del asesinato de Enrique y del matrimonio de María y Bothwell) fue nombrado regente.
María logró escapar del castillo de Leven el 2 de mayo de 1568, y levantó un ejército; no obstante, fue derrotada por las tropas del regente el 13 de mayo. Desesperada, María escapó a Inglaterra, esperando que Isabel I (imágen) la ayudara. María había abandonado su reclamo al trono inglés un tiempo antes, y había tratado de recomponer sus relaciones con su prima. Pero Isabel no solo no la ayudó a recuperar su trono sino que la encarceló.
Durante los siguientes 19 años, María permaneció en cautiverio. Isabel no quería reponerla en el trono y mucho menos estaba dispuesta a permitir que viajara a Francia o España para conseguir un ejército para recuperar Escocia. No obstante, tener a María Estuardo en Inglaterra también era una amenaza para Isabel. Los católicos ingleses la seguían considerando su reina legítima, y organizaron diversos planes para destronar a Isabel y poner a María en su lugar. Es muy probable que María haya, al menos, estado al tanto de dichos planes.
Isabel no se atrevía a ejecutar a María. Su temor era que su muerte sentara un precedente peligrosísimo: si una reina ungida era ejecutada, por más justificado que fuese el motivo, cualquier otro monarca podría correr igual suerte. Isabel recordaba también las polémicas ejecuciones de su madre Ana Bolena y de su madrastra Catalina Howard, ambas reinas consortes de Inglaterra. Parece que en un momento llegó a pedirle a Amyas Paulet, jefe de la prisión donde estaba cautiva María que fraguara una "muerte accidental", para deshacerse de María sin mucho escándalo, pero Paulet se negó.
En 1586, María se vio involucrada en una conspiración liderada por el joven católico Anthony Babington. Babington había conocido a María en 1577, cuando él tenía 16 años y la reina escocesa 35. Según algunos, tuvieron un affaire, pero dada la reputación de libertina de María, no hubiera sido raro que esto fuese falso. En cualquier caso, Babington se dedicó desde ese momento a trabajar en su favor. Logró reunir a un grupo de amigos católicos dispuestos a todo con tal de ver a María Estuardo en el trono inglés. Pero cometió el error fatal de enviar una misiva a María el 6 de julio de 1586, revelándole sus intenciones de matar a Isabel, a quien veía como una tirana. La carta fue interceptada por Francis Walsingham, jefe de una especie de CIA rudimentaria del siglo XVI en Inglaterra. Con ella, Walsingham atrapó y ejecutó a Babington y los demás conspiradores. María -que había respondido a la carta diciendo que antes debía buscar apoyo en el extranjero, y sin mencionar el eventual asesinato de Isabel- fue acusada de formar parte del plan y terminó condenada a muerte. Durante el juicio, María se defendió apasionadamente y llegó a decir a sus jueces "Remember, gentlemen: the theatre of history is wider than the Realm of England", afirmando que su decisión de ejecutar a una reina ungida tendría grandes consecuencias en el futuro.
Para que la ejecución pudiera realizarse, Isabel debía firmar la sentencia de muerte. Como hemos dicho, ella se mostraba remisa a dar ese paso. Sus consejeros la convencieron de firmar la sentencia, pero luego la reina cambió de opinión e hizo que lo archivaran. Entonces los ministros tomaron la decisión por su cuenta de sacar el documento de los archivos y utilizarlo para que la ejecución se llevara a cabo. Isabel recién se enteró cuando María ya estaba muerta.
La ejecución de María Estuardo, realizada el 8 de febrero de 1587, fue muy cruenta. El verdugo no pudo cortar su cabeza de un solo golpe, sino que debió darle tres. Y cuando intentó levantar la cabeza del suelo para exhibirla a los espectadores, se le resbaló de los dedos, pues resulta que María se había quedado calva en sus últimos años y usaba una peluca. También parece que María tenía entre sus faldas a un perrito, que tras la muerte de su dueña salió de su escondite empapado de sangre, ladrando de terror y asustando a todos los presentes.
El hijo de María, que reinaba en Escocia con el nombre de James VI (imágen), se convirtió en rey de Inglaterra al morir Isabel I en 1603, con lo que el objetivo de María al casarse con Enrique se cumplió. Ambos reinos se unificaron, no bajo el mando de un Tudor, como había temido James V, sino de un Estuardo, James VI de Escocia y I de Inglaterra. El cuerpo de María fue colocado en la abadía de Westminster por James I en 1612, junto a los demás reyes ingleses y a pocos metros de la tumba de Isabel.
El rey Carlos I de Inglaterra, hijo de James, terminó sus días de la misma forma que su abuela María: fue decapitado por la dictadura militar de Oliver Cromwell. Los Estuardo gobernaron en Inglaterra hasta 1714, cuando murió la tataranieta de María, la reina Ana, y subió al trono Jorge I. Con él comenzó la dinastía Hannover, que durante la Primera Guerra Mundial cambió su nombre a "Casa de Windsor" y que sigue reinando hoy.

sábado, 24 de febrero de 2007

"Corazones en la Atlántida", de Stephen King

Corazones en la Atlántida es un libro relativamente nuevo (capaz que de 1999) de Stephen King. Pese a que muchos imaginan que King sólo escribe relatos de terror, muchos de sus libros y cuentos no lo son, aunque la mayoría contiene elementos fantásticos.
Corazones en la Atlántida es uno de ellos. El libro contiene 5 cuentos relacionados entre sí. De esos 5 relatos, dos son para mí los más interesantes: "Hampones con chaquetas amarillas" y "Corazones en la Atlántida".
"Hampones..." narra la historia de Bobby Garfield, un chico de 12 años, y transcurre a finales de los años '50. Bobby es hijo de una madre soltera y tiene dos amigos, Carol (que en realidad está enamorada de él) y S-J. Le gusta mucho leer. La vida de Bobby cambia cuando un inquilino se muda al departamento de al lado. Se llama Ted Brautigan y es un viejo muy amable e inteligente. Bobby y Ted se hacen amigos, y, entre otras cosas, Ted le regala El señor de las moscas, un libro que Bobby considera como el mejor que haya leído en su vida. Liz, la mamá de Bobby, sólo siente desconfianza hacia Ted.
Después de un tiempo, Ted le revela a Bobby su secreto: es un fugitivo. Pero no está huyendo de la policía, sino de los hampones con chaquetas amarillas. Ted los describe como seres casi sobrenaturales, y de hecho lo son... lo mismo que Ted
Bobby al principio considera que su amigo Ted está un poco chiflado. Ted le pide que vigile las calles del barrio y le advierta en caso de que aparezcan signos de la presencia de los hampones.
En ese verano caluroso, varios factores complican la vida de Bobby. Por un lado, S-J se va de campamento, quedandose Bobby sólo con Carol, hacia la que empieza a sentirse atraido. Liz Garfield se va a un viaje "de negocios" bastante turbio con su jefe. Una patota de chicos mayores empieza a acosar a Bobby y a Carol. Y, de repente, tambien aparecen los hampones con chaquetas amarillas. Ted debe irse de la ciudad, pero Bobby le ha tomado mucho cariño al viejo vecino.
Todo esto concluye en un final muy dramático (que no pienso contar acá) que cambia el destino de Bobby para siempre.
El segundo relato interesante es el que da título al libro, "Corazones en la Atlántida". Sucede en 1966. A diferencia de "Hampones con chaquetas amarillas", la historia no contiene ningún elemento sobrenatural y está narrada en primera persona por Pete, un estudiante universitario. Él y sus compañeros de piso se hacen adictos al juego de corazones. Sus notas empiezan a bajar, por lo que corren el riesgo de perder sus becas universitarias y ser enviados a Vietnam. En la universidad, Pete narra como se hace adicto a los corazones, pierde la virginidad y empieza a militar en el movimiento antibelicista. Un personaje de "Hampones con chaquetas amarillas" que reaparece es Carol, quien se pone de novia con Peter. Después, nos enteramos que Carol se unió a un grupo terrorista de ultraizquierda tipo Panteras Negras.
"Corazones en la Atlántida" es una semblanza magnífica de la década del '60, una década que el propio King vivió durante su juventud. La mejor escena del relato es el enfrentamiento (dialéctico, por supuesto) entre un grupo de directivos de la facultad con Pete y sus amigos. Allí se ponen en contraste las visiones de la "nueva generación" y la "vieja".
Los otros tres relatos transcurren en 1983 y 1999. El de 1983 se llama "Willie el ciego". El protagonista es Willie Sherman, uno de los bullys de "Hampones con chaquetas amarillas". Willie es ahora un veterano de Vietnam que vive en un suburbio de Nueva York con su esposa. Aparentemente es un ejecutivo muy exitoso, pero cuando llega a su oficina descubrimos que en realidad todo se trata de una fachada. Willie se cambia de ropa y se convierte en "Willie el ciego", un mendigo que recibe limosna en las calles de la ciudad y que amasa muchísimo dinero. King nos narra el día de Willie desde la mañana a la noche. Es un relato interesante, pero no tiene la intensidad dramática de los otros dos.
"¿Que hacemos en Vietnam?" es el cuarto relato. Transcurre en 1999 y su protagonista es S-J, el amigo de Bobby en "Hampones con chaquetas amarillas". S-J es tambien un veterano de Vietnam, que fue salvado allí por Willie Sherman y que perdió uno de sus testículos en la batalla. Aparte de la semi-impotencia, S-J ha regresado de Vietnam con una secuela: ve el fantasma de una vieja vietnamita a la que vio asesinar en la guerra, a la que llama Mamá-San.
"Se acercan ya las sombras de la noche" es el quinto y ultimo relato, aunque es más un epílogo. En él conocemos el destino final de Bobby, S-J y Carol.
Corazones en la Atlántida fue llevada al cine en el 2001, aunque solo narra el primer relato, "Hampones con chaquetas amarillas". Anthony Hopkins interpreta a Ted, Anton Yelchin al Bobby de 12 años y David Morse al Bobby adulto. No he visto la película, así que no puedo opinar sobre sus méritos. El libro me parece muy bueno.

viernes, 23 de febrero de 2007

"María Antonieta" (2006)

María Antonieta es la tercera película de Sofía Coppola, tres años después de su aclamada Lost in translation. Cuenta la historia de la reina María Antonieta (interpretada por Kirsten Dunst) desde su matrimonio con Luís XVI hasta el asalto al palacio de Versalles, cuando ella y su familia fueron hechos prisioneros y llevados al palacio de las Tullerías en París.
La película arranca con una María Antonieta adolescente, a la que su madre María Teresa de Austria envía a Francia a casarse con el Delfín Luís, nieto y heredero de Luís XV. Como Delfina, María Antonieta debe adaptarse al estilo de vida decadentemente arcaico de la corte francesa (la escena en que la nueva Delfina es obligada a permanecer de pie y desnuda en una mañana fría mientras espera a que llegue la princesa de más alto rango de Versalles para vestirla es desopilante). Además Luís no parece interesarse en engendrar un heredero con su nueva esposa, lo cual es motivo de muchos rumores en Versalles. La falta de hijos y la mala relación de María Antonieta con Madame Du Barry, la amante del rey, amenazan su posición como futura reina de Francia.
María Antonieta, de todos modos, se las arregla para adaptarse a la vida en Versalles y formar un círculo de amigos de confianza. Al morir Luís XV y convertirse María Antonieta en la nueva reina, se siente lo bastante poderosa como para desembarazarse del protocolo y las obligaciones de la corte y dedicarse a una vida de placeres.
El film tal vez no sea 100% fiel a la realidad histórica y las actuaciones quizá no sean dignas de un Oscar, pero de todos modos hay que reconocer que los escenarios y el vestuario constituyen un verdadero banquete para los ojos. Kirsten Dunst hace bien su papel -aunque mi tía, con quien fui al cine a ver el film, señaló con un poco de malicia que la actriz se parece más a Grace Kelly que a María Antonieta-, al igual que Jason Schwartzman (como Luís XVI), Asia Argento (Madame Du Barry) y Rip Torn (Luís XV). Por eso, califico a María Antonieta con un 8,50 o un 9.
Pueden verse más imágenes de la película en este link.

jueves, 22 de febrero de 2007

Leyendas urbanas

Todos hemos oído leyendas urbanas. Esas historias que le pasaron al conocico de un conocido, que creemos que son ciertas pese a que no hay ninguna prueba en ese sentido. Aquí pongo algunas que he oído un par de veces.
Una mujer se vuelve calva a causa de una quimioterapia, por lo que debe comprar una peluca. Tras probarse varias que no le gustan, el vendedor le muestra una que ha estado guardada en el deposito varios años. A la mujer le parece perfecta y la compra. Al cabo de unas horas, siente picazón en la cabeza y luego mareos. Termina por desmayarse y la llevan a un hospital, donde los médicos, al sacarle la peluca para examinarla, descubren un nido de arañas en ella.
Una familia viaja a Brasil de vacaciones. Al salir de un restaurant los niños encuentran un perrito muy feo pero simpático. Tras tenerlo con ellos durante varios días, toda la familia se encariña con él y deciden llevarlo a su hogar. La mujer esconde el perrito en su cartera para evitar que lo encuentren en la Aduana. Al llegar, se convierte en la segunda mascota de la familia, junto con el gato. Una noche salen a cenar afuera y al volver encuentran todo desordenado. Hubo una pelea feroz entre el gato y el perrito; el gato está muerto y el perrito muy malherido. Los padres lo llevan al veterinario, donde el especialista les dice, después de analizarlo detenidamente, que el animal no es un perro sino una rata mutante.
Un empresario muy exitoso contrata a una prostitua para que le haga una fellatio. La profesional procede a chuparle el pene, pero en el momento culminante, cuando su cliente está a punto de llegar al orgasmo, la mujer sufre un ataque de epilepsia y muere, no sin antes arrancarle el miembro al desafortunado ejecutivo. El hombre sale corriendo desnudo a la calle, donde muere a causa de la perdida de sangre.
Un matrimonio sale al cine, dejando a la mucama para que cuide al bebé recién nacido. Al llegar la encuentran usando uno de los vestidos de la señora. La mucama los invita amablemente a sentarse a la mesa, pues les preparó la cena. Luego va a la cocina y vuelve llevando una bandeja, con papas... y el cuerpo asado del bebé (¿una nueva versión del mito de Tereo?). La madre se vuelve loca y el padre saca una pistola de su escritorio y mata a la mucama, para luego darse a la fuga.