El emperador Decio, que reinó entre el 249 y el 251 de la era cristiana, fue uno de los últimos en tratar de imponer el paganismo como religión única en el Imperio Romano. La leyenda de los durmientes arranca cuando Decio visitó la ciudad anatolia de Éfeso, donde exigió a la población realizar un sacrificio a los dioses paganos. Sólo siete jovenes nobles se rehusaron; sus nombres, según Simeón Metaphrastes, eran Maximiliano, Iámblico, Martín, Juan, Dionisio, Exacustodio, y Antonino.
En circunstancias normales, Decio los hubiera ejecutado, pero como eran de la aristocracia de Éfeso, partió a una corta expedición y les dijo que cuando volviera quería que cumplieran su deber. Confiaba en que los siete chicos reflexionaran e hiciesen lo más sensato. Pero los jovenes entregaron todas sus propiedades y dinero a los pobres y huyeron al monte. Allí encontraron una gruta y se refugiaron en ella para dormir.
Cuando Decio se enteró de lo sucedido, fue al monte con una partida de soldados. No le fue difícil hallar a los jovenes dormidos. Furioso, pensó en matarlos allí mismo, pero luego pensó que sería más conveniente encerrarlos en la cueva. Así que mandó a sus hombres colocar ladrillos en la entrada para cerrarla, y se fue, seguro de que los siete insolentes terminarían muriendo de hambre y sed. No obstante, eso no ocurrió. La leyenda afirma que los jovenes siguieron durmiendo sin despertar, sin sufrir la falta de agua y alimento y sin envejecer.
Pasaron los años y el Imperio terminó abrazando al cristianismo (y persiguiendo a los paganos con el mismo entusiasmo que Decio a los cristianos). Fue en el reinado de Teodosio (379-395) que la entrada de la cueva fue abierta para usarla como establo para el ganado. Los chicos despertaron y, creyendo que seguían en el reinado de Decio, tomaron la decisión de entregarse. Pero como no querían morir con el estómago vacío, mandaron a Dionisio a comprar comida en Éfeso.
Como deben imaginar, Dionisio se sorprendió al ver cuánto había cambiado su ciudad en lo que creía que era una sola noche. Los efesios, por su parte, sospecharon algo raro cuando vieron a Dionisio pagarles con monedas acuñadas más de 100 años antes. Terminaron llevándolo frente al obispo y el prefecto de la ciudad, quienes al saber la verdad fueron a la cueva a ver el milagro. Incluso el emperador Teodosio fue mandado a llamar. Los siete durmientes, tras presentar sus respetos a las autoridades cristianas y rezar, murieron definitivamente. Teodosio quiso construirles tumbas de oro, pero los jovenes se le aparecieron en un sueño y lo convencieron de enterrarlos en la cueva.
Los durmientes fueron canonizados tanto por la Iglesia Católica como por la Cristiana Ortodoxa. Su día para los católicos era el 27 de julio (hasta que la festividad fue abolida en 1969) y para los ortodoxos, el 22 de octubre.
Voltaire, al comentar esta leyenda, dijo con ironía que el milagro de los siete durmientes de Éfeso hubiera sido más eficaz si los chicos hubiesen despertado antes de que el cristianismo se impusiera en el Imperio Romano, cuando todavía quedaban escépticos que convencer.
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